Varios autores - Europa, 1939

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El 1 de abril de 1939 terminaba oficialmente la Guerra Civil española con la victoria de los militares sublevados contra la legalidad republicana. Cinco meses después, las tropas alemanas cruzaban la frontera polaca dando inicio a una guerra que, pronto, se transformaría en la Segunda Guerra Mundial. Setenta años más tarde, era un buen momento para reflexionar sobre 1939, sus antecedentes y consecuencias. En 2009 el Centre d'Estudis sobre les Èpoques Franquista i Democràtica de la UAB, en colaboración con otras instituciones, organizó el congreso internacional '1939. El año de las catástrofes'. Fruto de esta reunión académica son los trabajos que se reúnen en este libro, donde tanto el régimen franquista como el exilio republicano enlazan con las transformaciones políticas e ideológicas que marcaron el conjunto de Europa a fines de los años treinta.

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Los sabios de la Alemania nazi se movilizan con el fin de legitimar dicha política de conquista del «espacio vital» (Lebensraum) en el Este de Europa. En abril de 1939, poco después de la anexión de los Sudetes al III Reich y la transformación de Checoslovaquia en protectorado alemán, el filósofo del derecho Carl Schmitt publica un ensayo titulado Grossraum gegen Universalismus. [23]Opone la idea de «gran espacio» (Grossraum) –«creador» y modelado por la fuerza vital del Volk, el grupo étnico que lo ocupa– a la idea «normativista» de espacio, codificado por el derecho internacional e inspirado ante sus ojos por una forma de universalismo de origen judío. A finales de agosto, justo antes del estallido de la guerra, se desarrolla en Bucarest un congreso internacional de sociología en el que dos jóvenes investigadores alemanes destinados a una brillante carrera en la República Federal Alemana, Thomas Schieder y Werner Conze, en la época especialistas del Ostforschung, presentan una comunicación sobre el problema de la «sobrepoblación» en Europa oriental, preconizando entre otras medidas su «desjudeización». En septiembre, en el momento del estallido de la guerra, presentan a Himmler un memorandum en el que resumen los resultados de su reflexión. [24]

Podemos ahora precisar, a la luz de estas consideraciones generales, la comparación esbozada más arriba entre el editorial del Heraldo de Aragón y el diario de Goebbels. No se trata de establecer una homología histórica entre dos acontecimientos tan diferentes como la Guerra Civil española y la ocupación alemana de Polonia. Lo que los une, no obstante, va más allá de la simple correspondencia en el plano cronológico. Los pasajes del periódico de Zaragoza y del diario del ministro nazi de Propaganda son síntomas que revelan un universo mental y unas categorías analíticas compartidas. Se halla en los dos la misma metáfora médica: «purificar la ciudad roja», «extirpar dos cánceres», sanar la «enfermedad judía» que afecta Europa, «cortar de manera radical», llevar a cabo una «tarea quirúrgica». En los dos casos, la violencia se presenta como un medio de saneamiento de la sociedad, como una operación quirúrgica necesaria para curar un cuerpo enfermo.

IV

Otros síntomas igualmente reveladores se manifiestan en el transcurso del año 1939. El 30 de Enero, Hitler pronuncia en el Reichstag un discurso célebre, que él mismo califica de profético: en el caso de una nueva Guerra Mundial, afirma, el resultado no será «la bolchevización de la tierra y, por tanto, la victoria de los judíos, ¡sino la aniquilación de la raza judía en Europa!». [25]Esta proclamación debe resituarse en su contexto. En 1939, los nazis no han elaborado ningún plan de extermino de los judíos. Hasta el estallido de la guerra, el III Reich lleva a cabo una política de terror y de persecución antisemita con el fin de empujar a los judíos a abandonar su territorio. La «Solución final» no comenzará hasta 1941, con la invasión de la URSS. Durante esta campaña militar de dimensiones titánicas y de una violencia extrema, la conquista del «espacio vital», la colonización del mundo eslavo, la destrucción del bolchevismo y el exterminio de los judíos –considerados como el corazón de la URSS y el cerebro del comunismo– se vuelven un único objetivo. En enero de 1939, sin embargo, el régimen nazi contempla aún deportar a los judíos a un territorio alejado (la metáfora de Madagascar) y su política está todavía orientada hacia su expulsión. El discurso de Hitler revela por tanto un estado de ánimo y una disposición mental. muestra claramente la propensión a adoptar las medidas más radicales, de las deportaciones masivas a la masacre a gran escala. En el contexto de la guerra, todo se volverá posible.

En octubre de 1939, Hitler firma una directiva –no una ley, puesto que esta decisión debe permanecer secreta– que anuncia la Operación T4, es decir, la política de eutanasia que aspira a eliminar a los enfermos mentales, las «vidas indignas de vivir» (lebensunwerte Leben). [26]En diciembre, se crea en Berlín un Instituto de Eutanasia, Tiergaten 4 (del que procede la denominación de esta política). En el transcurso de las semanas siguientes, se pone en marcha la eliminación de cinco mil enfermos mentales en varios hospitales psiquiátricos tanto en Alemania como en Polonia. El dispositivo técnico de la Operación T4 –el principio de las cámaras de gas– se adaptará más tarde, a partir de la primavera de 1942, en los campos de exterminio reservados a los judíos. En 1939, escribe el historiador Saul Friedländer a propósito del antisemitismo nazi, «la posibilidad de la aniquilación flotaba en el aire». [27]

V

El año 1939 marca un momento de crisis en la historia del antifascismo. Primero la derrota republicana en la Guerra Civil española y luego la firma del pacto germano-soviético lo afectan en profundidad. En primavera, la victoria franquista lo desmoraliza; en agosto, el pacto de no agresión firmado por los ministros de Asuntos Exteriores del III Reich y de la URSS, molotov y Ribbentrop, lo trastorna, cuestionando sus convicciones y sus compromisos. La Segunda Guerra Mundial se inicia en un clima de desconcierto de la opinión internacional y del movimiento antifascista. El trauma precede la previsible derrota polaca. Las consecuencia del pacto – la partición de Polonia y de los países bálticos– resultan de inmediato evidentes, incluso si algunas de sus cláusulas secretas particularmente abyectas (el intercambio de prisioneros políticos) no son aún conocidas. En el transcurso del otoño de 1939, un gran número de dirigentes e intelectuales, de Arthur Koestler a Willi Münzenberg, de Leo Valiani a Umberto Terracini, de Manès Sperber a Paul Nizan, abandona los partidos comunistas. [28]

El pacto germano-soviético parece de repente legitimar un concepto aparecido en Italia durante los años veinte, después adoptado en el seno del léxico político occidental, cuya posición sigue siendo no obstante vaga e incierta: el totalitarismo. Es en noviembre de 1939 cuando la American Philosophical Society organiza en Filadelfia, bajo la dirección del historiador de la Universidad Columbia de Nueva York, Carlton Hayes, el primer coloquio internacional consagrado a este tema. En el transcurso del otoño, Franz Borkenau, historiador austriaco, exmilitante comunista y exmiembro de la Escuela de Frankfurt, escribe su obra The Totalitarian Enemy, donde califica el comunismo como «fascismo rojo» y el nazismo de «bolchevismo pardo». En París, Raymond Aron interpreta fascismo y comunismo como dos formas distintas pero complementarias de un mismo «maquiavelismo moderno». [29]

Es por tanto en esta coyuntura histórica donde nace un paradigma destinado a imponerse durante la guerra fría y defendido aún recientemente por numerosos politólogos e historiadores, de Martin Malia a François Furet. [30]Este paradigma consiste en identificar fascismo y comunismo como dos manifestaciones paralelas de un solo fenómeno político, dos regímenes íntimamente similares y que, en el fondo, participan de una misma naturaleza a pesar de sus discrepancias ideológicas. Según los teóricos del totalitarismo, el pacto germano-soviético no habría sellado una alianza provisional y contradictoria, sino que revela la afinidad profunda, incluso la naturaleza análoga de quienes lo suscriben. Este diagnóstico se convertirá en el caballo de batalla del liberalismo posbélico (y sigue siendo en gran medida uno de los tópicos del discurso memorial y de la vulgata postotalitaria de este principio del siglo XXI).

La intuición fulgurante que muchos observadores creen tener ante las fotos de molotov estrechando la mano de Ribbentrop, en un decorado sorprendente en el que en segundo plano aparecen la hoz y el martillo al lado de la cruz gamada, es pese a todo engañosa. Observado bajo este ángulo, el año 1939 fue el año del malentendido. La alianza entre la URSS y el III Reich tiene unas motivaciones contingentes y transitorias: Hitler no quiere llevar una guerra en dos frentes, repitiendo el fracaso del imperio de Guillermo durante la guerra de 1914; Stalin considera que el Ejército Rojo –cuyas jerarquías han quedado decapitadas por las purgas de los años anteriores– no está todavía preparado para una nueva guerra, aun cuando sepa que será inevitable. En efecto, la duración de este pacto será efímera. Dos años más tarde, el enfrentamiento entre la Wehrmacht y el Ejército Rojo tomará unas dimensiones literalmente apocalípticas.

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