Europa y el Mediterráneo
Perspectivas del diálogo euromediterráneo
IGNACIO ÁLVAREZ-OSSORIO ALVARIÑO
ISAÍAS BARREÑADA
RAFAEL BUSTOS JORGE CARDONA
LLORENS JAVIER JORDÁN
JOSÉ MARÍA JORDÁN GALDUF
IVÁN MARTÍN
RUBÉN MARTÍNEZ DALMAU (ED.)
ALFONSO MERLOS GARCÍA
HELENA OLIVAN
Mª ANGUSTIAS PAREJO FERNÁNDEZ
SUSANA RUIZ SEISDEDOS
INMACULADA SZMOLKA MANUEL R. TORRES
LUCIANO ZACCARA
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
INSTITUTO MEDITERRÁNEO DE ESTUDIOS EUROPEOS (IMEE)
2006
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© Los autores, 2006
© Publicacions de la Universitat de València, 2006
© Institut Mediterrani d’Estudis Europeus (IMEE), 2006
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Diseño de la cubierta:
Inmaculada Mesa
Ilustración de la cubierta:
Fotografía de Jesús Císcar (2004)
ISBN: 84-370-6443-0
Realización ePub: produccioneditorial.com
ÍNDICE
PRESENTACIÓN
BRUSELAS-TEL AVIV: UN FRACASO EUROMEDITERRÁNEO
EL EMPLEO Y LA PROTECCIÓN SOCIAL EN LA ASOCIACIÓN EUROMEDITERRÁNEA. BALANCE, PERSPECTIVAS Y PROPUESTAS DE ACCIÓN
COMPARANDO ELECCIONES Y SISTEMAS POLÍTICOS EN IRÁN Y ARGELIA: ¿ESTRUCTURAS O SUPERESTRUCTURAS ELECTORALES?
EL YIHADISMO EN EUROPA: TENDENCIAS Y EVOLUCIÓN
DIMENSIONES Y RETOS DEL DIÁLOGO EUROMEDITERRÁNEO
LA AMENAZA DE LAS REDES YIHADISTAS MARROQUÍES EN EL ESPACIO EUROMEDITERRÁNEO
EL BALANCE DEL PROCESO DE BARCELONA Y LA ENCRUCIJADA DE LA POLÍTICA DE VECINDAD: ¿QUÉ INSTRUMENTOS PARA LA SOCIEDAD CIVIL?
LA LARGA TRAVESÍA EN EL DESIERTO DE LOS SOCIALISTAS MARROQUÍES (USFP) DE LA OPOSICIÓN AL GOBIERNO
PAUTAS Y COORDENADAS DE LA COOPERACIÓN ESPAÑOLA EN MARRUECOS
LA RELACIÓN DE BOUTEFLIKA EN LOS COMICIOS PRESIDENCIALES DE 8 DE ABRIL DE 2004
PRESENTACIÓN
El diálogo intercultural y el futuro de las relaciones euromediterráneas
Jorge Cardona Llorens
Jorge Cardona Llorens es Catedrático de Derecho Internacional Público de la Universitat Jaume I y Presidente de la Fundación Instituto Mediterráneo de Estudios Europeos (IMEE)
Aunque no siempre sea un ejercicio grato, muchas veces intuir cuándo se acercan los malos tiempos ayuda a saber a qué nos enfrentamos; frente a ópticas crédulas que confunden el optimismo con la ingenuidad, a veces cabe ser pragmáticos para apuntar soluciones ante las situaciones inesperadas. Por eso no cabe calificar de apresuradas ni alarmistas aquellas voces que, recién ocurridos los sucesos del once de septiembre de 2001, avisaban de un cambio trascendental en las relaciones internacionales. Los elementos que apuntaban a ese cambio estaban ahí desde un principio para quien quisiera verlos.
No es verdad que los atentados del 11 de septiembre, ni los que le siguieron (Madrid, Londres) fueran batallas de débiles contra fuertes ni, desde luego, de bárbaros contra civilizados. Se trata de una contienda de fuertes contra fuertes y, como suele suceder en estos casos, los perjudicados son los que nada tienen.
Es cierto que las diferencias culturales entrecruzan todo el sistema internacional. Y que esas diferencias culturales han servido a algunos profetas del pesimismo (Fukuyama, Huntington, Kaplan) para plantear el choque de civilizaciones que en la actualidad enfrentaría al Occidente judeo-cristiano con una serie de enemigos difícilmente identificables pero que nos devolvería al momento en que J. Lorimer (The Instituts of the Law of Nations, 1883-1884) dividía la humanidad entre civilizados, bárbaros y salvajes. Pero como ha sido señalado entre nosotros por Remiro, retomando y revisando críticamente esta trilogía y situando en perspectiva histórico-política la influencia de la diversidad cultural: «la afinidad/diferencia cultural/civilizadora es un elemento importante, influyente en las relaciones humanas y en las relaciones entre colectividades, incluidas las estatales; pero en este plano no son decisivas por sí solas
salvo en supuestos particulares. Los conflictos más característicos de nuestro tiempo son nacionales, no civilizatorios; la geopolítica, la economía son factores no menos influyentes que los civilizatorios. Allí donde el desigual reparto del poder y la riqueza originan graves conflictos sociales cabe preguntarse qué diferencia el reivindicacionismo radical de la teología de la liberación y del fundamentalismo islámico en modelos como el de Huntington» («Desvertebración del Derecho internacional en la sociedad globalizada», CEBDI, vol. V (2001), p. 95).
Pero si esto es cierto, también lo es que a estas alturas nadie duda de que, a corto plazo, las acciones terroristas han provocado un aumento, sin precedentes en la historia contemporánea, de la desconfianza entre civilizaciones, revitalizando concepciones radicales –realistas, las llaman– de las relaciones internacionales, como las que afirmaban en los años cuarenta el «destino manifiesto» de los Estados Unidos, o versiones actualizadas de Kennan, como es el caso de Huntington y su conocida tesis sobre choque de civilizaciones, de la que quizás sea más acertada la segunda parte del título de su libro: la reconfiguración del orden mundial. Reconfiguración del orden mundial de la que, cómo no, han salido perjudicados los más débiles, los pobres, los que cada vez cuentan menos y molestan más a los grandes capitales porque de ellos poco tienen que ganar, como no sea mano de obra económica.
No es que con anterioridad a los ataques terroristas la proximidad entre civilizaciones fuera estrecha y de sólidos pilares. Nada más lejano de la realidad. La mayor parte de los conflictos que asolan el mundo musulmán ya se encontraban en plena efervescencia a finales del siglo pasado. El diferendo entre Israel y Palestina, la presencia siria en el Líbano, el ralentización de las decisiones fundamentales sobre el Sahara Occidental, el auge del fundamentalismo en Argelia o la revolución iraní, por no hablar, más en general, de la falta de democracia, la situación de los derechos humanos o los niveles de pobreza en algunos de los países del sur. El papel de nuestra civilización en la agudización de los conflictos, cuando no en su surgimiento, es evidente. Fijémonos si no en el proceso de descolonización, en algunos casos no sólo irresponsable sino insensato, de las antiguas colonias del Magreb o del Oriente medio; en el uso de las guerrillas talibanes para fines políticos –cuestionar a los gobiernos afganos próximos a la causa soviética–; en la venta de armas a Irak o en la vista gorda hacia la situación en la antigua Yugoslavia donde, aunque no ha sido el aspecto más público, la cuestión religiosa tuvo mucho que decir. En efecto, la situación no era la mejor a finales del siglo veinte.
Pero no cabe duda de que algunos avances tuvieron lugar, y que en algunos casos levantaron no pocas expectativas. Sin duda, uno de esos pasos adelante fue el proceso de Barcelona, nombre con que se conoció a la institucionalización de las relaciones entre la Unión Europea y los denominados países terceros mediterráneos en la llamada Asociación Euromediterránea. La Conferencia de Barcelona, en 1995, significó un punto y aparte en las relaciones euromediterráneas. Por primera vez el acercamiento entre las riberas norte y sur –en algunos aspectos separadas no tanto por orillas como por verdaderos abismos– no sólo apareció como conveniente, sino como posible. Se instauró un proceso de relación basado en tres ámbitos de actuación conjunta:
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