–¿De dónde eres?
–De Segovia.
–¿Te cogió la rebelión en Madrid?
–En Valencia, por la feria.
–¿Y cómo has venido a parar aquí?
–A ver al coronel Iglesias.
–Te has equivocado de camino.
–No lo entiendo.
–Donde debes de ir es a Segovia.
–¿Habla en serio?
–¡Hombre! ¿Qué tenías al empezar la guerra, dieciséis, diecisiete años? ¿Qué sabes de tu familia?
–Nada. Ni quiero.
–¿Carcas?
El muchacho calla.
–Mira, hijo, hay que saber perder y dejar las cosas para mejor ocasión. Quítate ese uniforme, métete en Madrid. Alza el brazo, tan pronto como entren.
–No soy capaz.
–Allá tú. Y vete a Segovia. Y cuenta que a última hora te movilizaron. Pero que tú estabas con ellos.
–¿Me está hablando en serio?
–Como si fuese tu padre. ¿Tu novia?
–Se quedó en Madrid –dice con la voz más apagada.
–Será de buena familia.
–Era.
Julián Templado mira al muchacho, que tiembla.
–Perdona. Pero hazme caso. ¿Un bombardeo?
–Se le cayó la casa encima.
Un guerrillero, naranjero en ristre, llega, con Vicente Dalmases. Templado le mira. El soldado pregunta:
–¿Le conoces?
–Creo que sí. ¿De qué te conozco?
–De Madrid. 22
–¿Cómo te llamas?
–Vicente Dalmases.
–Eras amigo de Carlos Riquelme, ¿no?
–Sí. 23
–Está bien –dice Templado al centinela–. ¿Cuándo le viste por última vez?
–Hace cuatro o cinco días. 24
–¿Qué pensaba hacer?
–Quedarse. No va a abandonar el hospital.
–Lo que va a abandonar es otra cosa. 25
–Es así.
Vicente se fija en Rafael:
–Hola.
Templado pregunta:
–¿Os conocéis?
–Sí.
–Le estoy aconsejando que regrese a Madrid y luego a su pueblo. ¿No te parece lo mejor?
–No lo sé.
La misma inseguridad.
–¿Tú qué piensas hacer?
–Si se puede, ir a Valencia.
–Puedes. Allí la cosa está relativamente tranquila, todavía.
–¿No han metido a los comunistas en la cárcel?
–A algunos. Se han contentado con destituirlos.
–Entonces, para allá voy.
–¿No quieres comer algo?
–Sí.
–Entra. ¿Conoces a Ferrís? 26
–Claro.
–Aquí vive con su compañera.
Señala la casa. Vicente se queda estupefacto.
–Con tu permiso.
Entra, da con Clemencia.
–¿Conoces a Asunción Meliá?
–Sí.
Sale Ferrís, de los adentros.
–Hola. ¿Qué haces por aquí?
–¿Qué sabes de Asunción?
–Nada. Trabajaba en las Milicias de la Cultura, hasta la sublevación de Casado; y en el periódico, con Bolea; 27y creo que en un refugio o algo así.
–Eso ya lo sé. ¿Dónde está?
–No lo sé, no lo sabemos –dice Clemencia–. Supongo que sigue en Valencia. 28
–¿Allí no ha pasado nada? –repite, incrédulo.
–Comparable con lo de Madrid, no. Se han contentado con echarnos y echarles mano a quienes han podido.
–¿Así que no sabéis nada?
–¿De Asunción? Habrá hecho como los demás; esconderse y andar de aquí para allá, por si acaso.
–¿Así que se puede andar por Valencia?
–Con cierto cuidado.
–Pero no con los pies como los traes –dice Clemencia–. Espérate.
Trae agua caliente, la pone en una jofaina.
–Anda, esto te descansará. No te puedes ir a estas horas a Valencia. ¡Mira cómo traes los pies! Le ayuda a descalzarse el derecho.
–¿No hay coche?
–Los caminos están cortados por barricadas en las entradas de los pueblos, los guardias de asalto o los carabineros te piden documentación. De día, todavía, por el uniforme, puedes pasar sin demasiadas dificultades. Pero, a estas horas de la noche, unos u otros, sin ganas de hacer daño, por fastidiar, son capaces de meterte en chirona. No por nada; por ver, por molestar.
Clemencia no es parca en palabras. Algunos la llaman El Molinillo , por aquello de que no para.
–¿Qué más te da hoy que mañana? Pon que llegas ahora a pie, o en bicicleta, a Bétera. ¿Y qué? Trenes no hay más que de cuando en cuando. Autobuses, si los he visto no me acuerdo. Los del Estado Mayor tienen coches, pero no los sueltan ni pa’ Dios.
–Y hacen bien.
–Nadie te dice lo contrario.
–¿Sabes manejar un tanque? Porque, para que veas, eso sí, a lo mejor te lo regalan.
–Espérate a mañana –aconseja Ferrís–. Total, ¿qué te cuesta? De comer hay, y cama. Comer, dormir. Lo demás vendría solo.
–Pon los pies en alto.
Paco Ferrís, Valencia, Asunción, la lechería de la calle de Lauria, la Escuela de Comercio. Como si fuese ayer. Paco Ferrís, siempre el mismo. ¿Cómo es posible que haya cambiado tanto? La guerra. No, no es como si fuese ayer. Nada es como si fuese ayer. Ayer, por el monte; ahora, aquí. ¿Y Asunción? Su puerto. A pesar de lo que dicen, tiene que marcharse.
Después de cenar no puede moverse, lleva muchas leguas en el cuerpo. No que tenga sueño; es que, auténticamente, no puede con su alma.
–Espérate a mañana. Si no, eres capaz de llegar al Puente de Madera y no poder cruzarlo.
–¿Cómo fue lo de Madrid? –pregunta Clemencia.
Vicente se alza de hombros.
–¿Muchos muertos?
–No lo sé. Hablaron de cuatro mil. 29
–Ninguna dictadura puede sobrevivir sin violencia.
–Por eso no estoy, no estuve ni estaré con vosotros –dice Paco.
(¿Qué quiere decir? Está aquí, con nosotros. ¿No ingresó en el Partido?)
–¿Crees que odio menos que tú esos procedimientos?
–¿Entonces?
–La violencia, es decir, la policía, la delación, las cárceles. El tiro de gracia. Ahora bien, mientras la política sea lo que es hoy –la de ayer, la que será todavía desgraciadamente mañana– antes que la policía, la delación, las cárceles, los tiros de gracia del enemigo, preferiré siempre los nuestros.
–¿Así, siempre? ¿Hasta la conclusión de los siglos?
–No la habrá. Así hasta que se implante el comunismo en el mundo entero. Hasta que desaparezca el Estado –asegura la mujer tan contundente como corpulenta.
–Si tan largo me lo fías... –chunguea Ferrís.
–¿Entonces? –se rebela Clemencia.
–Entonces, vamos a cenar –dice Templado, entrando.
–Por eso –sigue Ferrís, sin hacerle caso– no he ingresado ni ingresaré nunca en el Partido.
–De esa agua no beberé...
–Ni ingresaré nunca –insiste– porque no sabéis lo que es la amistad.
Vicente cambia palabra por mirada; para él es lo contrario.
–No te hagas de nuevas, hermano. Muchas bromas y confianzas, muchos abrazos y palmadas en los hombros, mucho cantar y comer juntos mientras estáis de acuerdo, mientras obedecéis, mientras os dejáis llevar por la corriente. Pero en el momento en el que –por lo que sea y el que sea– muestras tu inconformidad con la «línea siempre justa del partido», se acabó todo; hace fin y termina. ¿Qué se ha hecho de aquellos abrazos? ¿Dónde aquellas palmadas? ¿Cómo se eclipsó aquel vino tomado en común? Cortan, salen, te dejan solo. 30
–¿No es normal?
–Para ti, tal vez: para mí, monstruoso. Ten en cuenta que no hablo de gentes solo reunidas al azar de un comité, una tenida, una célula, una reunión, sino de amigos. De amigos verdaderos, de toda la vida, es decir, de toda la juventud. Este sentir inhumano me aparta de vosotros. Y no me lo niegues; lo he visto.
Ninguno ve el rostro desencajado de la mujer.
–No te lo niego.
–¿Y no te parece mal?
–No.
–Entonces, ¿qué es ser hombre? Si las ideas pueden más que la amistad, yo renuncio.
Читать дальше