Max Aub - Campo de los almendros

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El Laberinto Mágico de Max Aub nace y se desarrolla, como habrá tenido la ocasión de comprobar el lector de los anteriores Campos, bajo el doble signo de la fragmentación y de la totalidad, de lo que siendo parte en apariencia autónoma está destinado a conjuntarse en un todo unitario. El Laberinto Mágico, inmerso en un continuo proceso de investigación de la realidad, va presentando sus resultados a través del tamiz de la transposición literaria. Y lo hace de manera escalonada, sin descanso, con la fijación de quien necesita, palabra tras palabra, novela tras novela, Campo tras Campo, alcanzar a todo trance una meta omnicomprensiva.

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–Entonces, usted, ¿qué propone? –pregunta Cuartero.

–¿Yo? Nada. Las celdas de los monjes, desnudas.

–Lo siguen estando.

–¡Qué diferencia! ¿O es que Lenin se puede comparar con Jesús? Claro, eso es lo que quisieran los comunistas. Pero Lenin está todavía vivo, es un decir; viven gentes que lo vieron y anda embalsamado. Los católicos empezaron a pintar a Jesús siglos después de su muerte. Lo que representaron primero fue a Dios padre. ¿Cuál es el Dios padre de los comunistas? ¿Marx? Como no sea por las barbas...

–Podrían pintarse únicamente paisajes, por real orden –aduce Villegas.

–¿Para qué? Basta salir al campo.

–Pero es que el campo no lo suele ver la gente. En las telas, sí.

–No. Lo que pintan los paisajistas no es la naturaleza, es su ánimo. El suyo. Eso no le interesa a nadie.

Chuliá es así de tajante. No se puede discutir con él. No hacían otra cosa.

–La gran diferencia entre el arte del Renacimiento y el de ahora –mejor dicho de la falta de arte– o, por lo menos, de un arte de la importancia del de Petrarca o Calderón, de Donatello o Velázquez, consiste en que, en aquel entonces, el arte precedía a la ciencia; y ahora sucede al revés. Es decir que, para la imaginación, para la creación de mitos y de belleza, la ciencia ha tomado el lugar que entonces ocupaban las artes.

–Y ahora, ¿usted propone lo contrario? –preguntó Cuartero por meter baza.

–Sí: que el arte sirva para algo.

–¿Es comunista?

–¿Yo? ¿Por quién me ha tomado?

–Perdone mi ignorancia.

–Cuando digo que sirva para algo no es que se rebaje a limpiarle las botas a unas ideas, sean las que sean, sino que cree; que de él –del arte– salga vida nueva.

–Así que, ¿tú te vas ahora a Marruecos por amor al arte? –comenta divertido Villegas.

–¡Calla, bocazas! No se te puede decir ni pío. ¡Qué verdad que en boca cerrada no entran moscas! ¡Maricón!

Villegas, tras el silencio obligado por la intemperancia, conociendo el paño, no hace caso del insulto y habla de otra cosa, tras su mesa, como si fuese un profesor:

–«Hay que comer para vivir y no vivir para comer», dicen; y el español se queda tan ufano y orgulloso de su sobriedad. Pero la razón no está ahí, sino en aquello que cuenta Guicciardini, y que le estaba leyendo antes a este: «Trabajan cuando la necesidad les obliga, y después descansan mientras les duran las ganancias». 30

–Ya sabemos que eres un erudito. La cuestión es no trabajar.

–Estuvo aquí por 1512: «La pobreza es grande –lee– y en mi juicio no tanto proviene de la calidad del país cuanto de la índole de sus habitantes, opuesta al trabajo; prefieren enviar a otras naciones las primeras materias que su reino produce, para comprarlas luego bajo otras formas, como se observa en lana y seda que venden a los extraños para comprarles después sus paños y sus telas».

–¿Y América? –pregunta Chuliá, como si no hubiera pasado nada.

–Es otro cantar. Primero, nadie es igual a sí mismo en el momento en el que sale de casa. Luego, conquistar América no fue un trabajo. Un trabajo, lo que nosotros llamamos un trabajo, es hacer algo determinado de antemano a horas prefijadas. El español es capaz de hacer tres veces más trabajo del previsto con tal de que no se llame trabajo. De ahí el honor, y el hambre, que cuesta mucho más esfuerzo conservar viva que dedicarse a cualquier oficio honrado que la mate. «Y como no trabajan, muy dispuestos al robo».

–Teniendo en tan poco el esfuerzo de los demás, es evidente que el robo no parece tan mala cosa. El ladrón puede pasar por señor.

–Así acaba Guicciardini diciendo que somos «buenos ladrones».

–¿Hemos cambiado algo en más de cuatrocientos años?

–«No son aficionados a las letras, y no se encuentra ni entre los nobles ni en las demás clases conocimiento alguno». No olvidéis que escribe un veneciano del Renacimiento. «En la apariencia y en las demostraciones exteriores son muy religiosos, pero no en realidad; son muy pródigos en ceremonias y las hacen con mucha reverencia, con mucha humildad en palabras y cumplimientos, y besándose las manos, todos son señores suyos, todos pueden mandarles, pero son de índole ambigua y hay que fiar poco de sus ofertas».

Cuartero mira el patio que se dora, el cielo que se trasluce al vincapervinca; se vuelve hacia Chuliá, cuando este vuelve a estallar:

–Eso era antes. No voy a discutir si esas bribonadas florentinas son ciertas o no, pero he dado muchas vueltas por el mundo y en ninguno, me oyes: en China, en Rusia, en México –por no decirte en Alemania ni en Francia– he hallado tanta solidaridad, tanta honradez a flor de piel, tanta confianza.

–Lo peor es que tengas razón. Con la solidaridad se emborracha uno y vienen los malos y te destrozan a palos.

Hubo un silencio. Prosiguió Villegas hojeando:

–«Quizás tengan mejores soldados que generales, y que sus habitantes hayan sido más aptos para el combate que para el gobierno o el mando. Y el no ser de un reino solo sino el haber estado dividido entre muchos y varios señores, y en muchos reinos, cuyos nombres todavía subsisten». ¿Os dais cuenta del «todavía», recalcado a principios del XVI? Y los nombra: «Aragón, Valencia, Castilla, Murcia, Toledo, León, Córdoba, Sevilla, Portugal, Granada, Gibraltar». Gibraltar. Y sigue: «De suerte que quien la ha atacado, no ha combatido con toda España junta, sino ya con una parte, ya con otra».

–Ahora la ruptura es distinta. Económica, ante todo.

–¿Tú crees?

Villegas lo pregunta con sombría ironía.

–¿Tú crees que los moros y los de la Legión que ha traído Franco van a parar mientes en eso?, ¿o que son millonarios?, ¿o no os queréis acordar de lo de Badajoz?

Badajoz, lo que contaban de Badajoz. El diputado socialista banderilleado en el ruedo antes de rematarlo. La matanza de tantos en la arena, con ametralladoras emplazadas en los tendidos.

–Nunca hemos sido un pueblo decente.

–No fastidies. Es exactamente lo contrario –bufa Chuliá.

–No. Lo que nos contraría no es el aprender sino el esfuerzo que hay que realizar para hacerlo. Por eso el comunismo no tiene aquí nada que hacer. ¿Ves algún español convertido en estajanovista?

–Como no sea catalán o vasco...

–Ni esos, acuérdate del cantar. Bueno, no te acordarás porque es del tiempo de la nana. Pero era bueno:

Los rusos vienen por tierra

los ingleses por el agua

y yo, que soy español,

estoy tumbado en la cama.

O aquel otro:

A mí me llaman el tonto

los tontos de mi lugar,

ellos pasan trabajando,

yo paso sin trabajar. 31

Aquí procesiones y fútbol porque es cosa de mirones.

–No lo dirás por las procesiones de Antequera, esas que llaman «a porfía».

–Claro que lo digo hasta por esas, porque ahí se trata de puñaladas. Puñaladas por la Virgen bde la Paz o la del Socorro: «¡Me cago en tal y viva la Virgen del Socorro y váyase a hacer gárgaras la de la Paz!». Para las puñaladas sí somos buenos; al fin y al cabo no es más que tender el brazo, y las tripas, mantequilla. Ni siquiera se suicida la gente.

–Aquí siempre hemos sido aficionados. Lo que decía este: sentado y que trabajen los demás. Por eso no hay ni filósofos ni estadistas. Nos basta con fantasear. Eso de pensar en serio es demasiado trabajo. Nos apañamos con lo que tenemos.

–Pero no me vas a negar...

–Si yo no niego nada. Pero lo mismo dicen los italianos de Italia, los griegos de Grecia, etc. Depende del humor.

–¿A que no lo dicen los alemanes?

–Claro que no: porque son bárbaros: les gusta la música.

–No veo la relación.

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