Las tipologías de los visitantes de la ciudad pueden emparentarse con las de los visitantes a museos. Desde que Pierre Bourdieu, hace ya casi medio siglo, pusiese una primera piedra en el interés por conocer el gusto, intereses y motivaciones de los visitantes de los museos europeos (Bourdieu & Darbel: 2003), hasta hoy mismo en que surgen estudios en todos los países sobre las características y posibilidades del llamado turismo cultural (así como de los públicos de museos), asistimos a una relevante inquietud por detectar en qué medida se gesta el evidente deseo humano por explorar parajes desconocidos, o bien por redescubrir aquellos que ya ha pisado. La gran ventaja, algo que ya destacó Bourdieu, es que a los públicos se los identifica con sus características peculiares. En la actualidad sería absurdo hablar de «masas», en el sentido marxista del término, que tanto se difundió en los estudios sobre comunicación. Hemos optado por referirnos a los diferentes públicos, que en ocasiones son planteados como audiencias (tal y como se encargan de remarcar los medios de comunicación), ya que el término «públicos», usado en plural, no únicamente se refiere a las diversas personas con intereses definidos por sus características y grupos a que pertenecen, sino también porque semánticamente el término «público» está en la esencia de nuestra demanda de una mayor preocupación institucional por los espacios de uso general: parques, calles, museos. Aquí entraría de forma más amplia la idea de servicio público, como derecho de ámbito fundamental, para la inmensa mayoría de los individuos. Nuestro posicionamiento: todas las tipologías de públicos son susceptibles de disfrutar con el turismo de letras.
Del mismo modo que entendemos que la ciudad no es únicamente un entorno urbano o arquitectónico, sino un espacio humano, también creemos que las letras no representan únicamente al lenguaje, sino también a la creatividad humana, a su deseo de comunicar y transmitir. Las letras gestionan el espacio gráfico de las palabras, del lenguaje. Pero no es ésta su principal o única misión. Si éste fuera el único entorno de desarrollo del alfabeto, entonces las letras serían susceptibles de padecer cierta afinidad con el control y el rigor que determina el lenguaje (tradicionalmente marcado por la voluntad del hombre blanco occidental). Cuando las letras se convierten en imágenes, mojan con su esplendor los muros y las calles de la ciudad. En esta metamorfosis, las letras ya no pertenecen al lenguaje, sino a la ciudad, a sus consecuencias.
La tradición moderna ha mantenido la idea de que la imprenta democratizó el saber. Ésta y otras cuestiones relacionadas con la comunicación y el poder fueron celebradamente planteadas por numerosos autores –entre ellos nos interesa Benjamin (1983)–, y han tenido un elocuente desarrollo posterior, corroborado y actualizado por trabajos de autores tan representativos de la Escuela de Frankfurt como Theodor Adorno y Franz Horkheimer, así como más recientemente Ramírez (1981), Briggs & Burke (2002), etc. Pero quisiéramos aquí alentar un nuevo punto de vista al respecto. Puede que la imprenta democratizase el saber en términos de ampliación de los públicos que accedieron a la escritura impresa: de hecho, hoy en día todos leemos textos en diferentes formatos. Pero si bien la presencia de la letra impresa supuso un auge del conocimiento, también forjó las bases de lo que sería la escuela como foro de formación y como derecho de las personas. En última instancia, ha sido la escuela como institución la que ha asumido históricamente el papel de democratizar la cultura escrita. Muy cercana a mi reflexión estaría la impresionante película Buda explotó por vergüenza (Duddha collapsed out of shame, Irán, 2007) de la directora iraní Hana Makhmalbaf, en la que se relata la increíble ilusión de una niña por asistir a la escuela en un entorno talibán que se lo impide. Con documentos como éste se nos plantea de manera emotiva hasta qué punto la escuela puede convertirse en zona de ímpetu democrático y conciliador. Todo el mundo tiene derecho a la lectura y la escritura como medio de crecimiento personal y cultural. Todos tenemos derecho a expresarnos mediante la escritura, y a convertir las letras en un lenguaje cercano a nuestras ilusiones y deseos. Todos podemos acceder al regocijo de conocer mejor la expresión gráfica de la escritura que habita nuestras ciudades si se nos instruye en la riqueza gráfica del alfabeto. A esto nos referimos cuando hablamos de características diferenciadas de los públicos, pero sin perder de vista un derecho universal para las personas como es el del aprendizaje: poder leer y escribir, escolarizarse y socializarse, estudiar y aprender, en definitiva, crecer conociendo sus derechos, sus obligaciones, y su compromiso con la sociedad.
Siguiendo las pautas de estudios recientes sobre públicos y museos (Chang, 2006; Huerta, 2007), aplicaremos algunos esquemas ya contrastados. En las últimas décadas se ha evidenciado el interés creciente por parte de amplios públicos hacia las visitas a museos. Veremos que este análisis puede ser válido para el visitante de la ciudad de letras que nosotros defendemos. Algunas variables que debemos tener en cuenta: factores demográficos, económicos, geográficos, coyunturales, y especialmente de orden personal y cultural:
La edad. Si bien el grupo más numeroso de visitantes a museos se encuentra habitualmente en los adultos entre 25 y 45 años con estudios medios o superiores, la franja de representatividad de los escolares que visitan con sus maestros los museos está muy cercana a la anterior, y además aumenta progresivamente el interés de las personas mayores de 60 años, en gran parte jubilados con una mayor disposición horaria para actividades lúdicas.
El género. No se detectan diferencias por cuestión de sexo o género. El equilibrio de cifras entre visitantes hombres y mujeres a los museos está vinculado al mismo equilibrio que verifican las estadísticas de ciudadanos de uno u otro sexo.
La raza. En este apartado encontraremos las mayores diferencias. Aunque disponemos de pocas estadísticas sobre la realidad en España, suponemos que los trabajos realizados en Estados Unidos pueden indicarnos cierta tendencia, ya que en USA, el grueso de visitantes está dominado por la raza blanca (caucasians, en sus investigaciones), mientras que asiáticos, afroamericanos y latinos no llegan a cubrir el 30% del total de las visitas. El escaso interés que despiertan las exposiciones entre los grupos minoritarios obedece a la escasa motivación que muestran los museos por programar temáticas afines a sus tendencias culturales y raciales.
El poder adquisitivo. Entre los adultos que visitan habiualmente museos, una mayoría gozan de salarios bien remunerados. Entre el público escolar, esta diferencia se minimiza, puesto que en todos los colegios suele haber programación de visitas a museos.
Las familias. La tendencia aumenta en el sector de padres e hijos que asisten juntos al museo. En un porcentaje alto, las asistencias vienen animadas por la visita previa de los escolares a las exposiciones.
Cada una de estas variables se concreta, además, en relación con las características y motivaciones individuales de cada sujeto. Por tanto conviene acercarse a dicha expectativa para conocer las necesidades que impulsan a los diferentes públicos en sus visitas a museos, lo cual estará en función de sus historias personales y culturales, de sus experiencias escolares, y de la participación que hayan tenido en asociaciones e instituciones. Cuando los padres llevan a sus hijos al museo, reconocen que juntos son capaces de aprender y mejorar, de encontrar nuevas informaciones, y de acrecentar su bagaje intelectual, aumentando incluso la complicidad entre generaciones.
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