Al sustituir el salto hacia la fe por un salto cualitativo inmanente a la experiencia, Adorno convierte en tarea «la integración de los hombres vivos en vez de la construcción de una esencia humana espiritualmente pura», es decir, transforma el estadio religioso de Kierkegaard en teoría crítica del vínculo social.
La fuerte tensión que Adorno encuentra entre la discontinuidad entre las esferas, estética, ética y religiosa, pensadas por Kierkegaard como un salto , lógico y existencial, y su propia lectura discontinuista del concepto hegeliano de mediación está en la base misma de su intento de corregir las «deficiencias» de la lectura kierkegaardiana de Hegel que nos da claves para entender la noción de una dialéctica negativa . Esta operación del concepto cuenta con una importante ambivalencia: «Su existencialismo tiene un doble carácter: es una metafísica del sujeto absoluto nominalistamente contraída al individuo y un ataque frontal a la ideología del sistema del provecho. En esto, Kierkegaard marca un hito» (ibíd.: 226). Se diría que el concepto de existente conlleva una recaída en el idealismo que Adorno rechaza, pero la introducción de la perspectiva del particular abre la posibilidad de una crítica de la ideología que Adorno aspira a preservar.
Si el individuo particular en el existencialismo de Kierkegaard funciona como un absoluto es porque son sus decisiones, y solo ellas, las que abren la forma de vida pertinente a cada una de las esferas. El Dios de Abraham puede emitir mandatos incluso antiéticos solo porque este es consecuente con su decisión de creer en su divinidad sin condiciones. La autoelección de Abraham hace de él un fundamento absoluto de la forma de vida elegida. Lo que cuenta es la construcción del sujeto por sí mismo. Estamos muy lejos de un existencialismo del Dasein . Si a esto añadimos la crítica «a la ideología del sistema del provecho», resulta evidente que Adorno está próximo al punto de vista que atribuye a Kierkegaard.
Pero es igualmente esencial para entender esa proximidad realizar una lectura discontinuista de la dialéctica desde un punto de vista lógico, y aproximar el salto cualitativo que sigue a la acumulación en cantidad al salto existencial de la autoelección del sujeto individual, entendido como realidad inseparable de su carácter históricamente ubicado. Interpretar la noción de mediación como un salto entre dos formas de hacer experiencias la conciencia llega a hacer inviable que la «mediación» culmine en una «síntesis» que supere el conflicto entre los opuestos. También abre la diferencia entre concepto e imagen, entre lo conceptual y lo estético, hasta llevar a pensar en otra forma de relación entre ellos.
III
El ejercicio crítico del pensar que pone en práctica el trabajo empírico de Adorno, tanto si se ocupa de temas sociológicos, políticos o literarios, como si reflexiona sobre ellos como hace en Dialéctica negativa , no se limita a rechazar el sistema como forma de la filosofía actual; lo re-emplaza por el esfuerzo de conceptualizar correlaciones fluidas de fuerzas que haga transitable el carácter de encrucijada que adquieren para el sujeto en nuestras sociedades. Este trabajo trata de comprender las modificaciones que ello produce en la concepción hegeliana de la lógica. Es en este punto donde se sitúa la aportación de Kierkegaard al pensamiento dialéctico que Adorno estudia en su escrito de habilitación.
El estudio de Vanessa Vidal construye una lectura del pensamiento de Adorno que muestra que su punto de partida, como filosofía actual , reside en la aceptación de la necesidad de pensar, a la vez, la identidad –sin la que no hay concepto– y la diferencia –sin la que se escapa la complejidad de lo real–. «El conocimiento de lo diferente es dialéctico, además, porque precisamente él identifica más y de otro modo que el pensamiento de la identidad» (Adorno, 1975: 152). Se trata de que la operación intelectual de identificar no implique una eliminación de pluralidad que convierta el cientifismo en ideología.
El reconocimiento de que incluso la ideología puede expresar un componente de verdad constituye por sí mismo una lectura crítica de la dialéctica inmanente a la oposición entre «conciencia» y «falsa conciencia». Si a ello añadimos la tesis de que «la utopía sería una convivencia de lo distinto por encima de la identidad y de la contradicción» (ibíd.: 152), accedemos a un ejemplo privilegiado de la forma en que Dialéctica negativa pone en juego la articulación del concepto con la idea y lo que, siendo propio de la experiencia, aquellos dejan de expresar y pasa a convertirse en la forma de utopía constitutiva para la filosofía crítica. Al entenderlo este de un modo intercambiable con el concepto de salto , el conflicto objeto del diagnóstico filosófico de la época actual rechaza aquellas soluciones que proponen una síntesis entre conceptos, y lo desplaza a la acción que resulta de una decisión libre acerca del propio modo de vida. La dialéctica negativa, al rechazar el idealismo, está abriendo el espacio propio de la praxis que corresponde a la crítica.
Las «imágenes dialécticas», cuyo esclarecimiento epistemológico es una de las más brillantes tareas que lleva a cabo el presente libro, son la propuesta de Adorno para eludir las limitaciones del pensamiento tradicional, pero son también su aportación interpretativa –su forma de llevar a cabo la Deutung – para salvar la mala lectura por parte de Kierkegaard del concepto dialéctico de «mediación». Las diferencias observadas por Vanessa Vidal entre las dos redacciones del texto sobre Kierkegaard le permiten una importante distinción entre los textos de Adorno y Benjamin en cuanto a la forma de entender esas imágenes dialécticas.
Las nociones de «mediación», «salto» o «ideología», desde ángulos distintos, introducen en la teoría crítica la problemática de la acción transformadora. Desde la crítica marxiana a la economía política el recurso a la praxis dependía de una autorreflexión de la ciencia social que, liberándola de la falsa conciencia, la convirtiese en instrumento de emancipación. Cuando Marx reconoce la agudeza del idealismo al valorar la acción como un elemento productivo de la teoría, impide una oposición frontal entre teoría y praxis, e invita a reformular la contraposición tradicional entre «contemplar el mundo» y «transformarlo».
El recurso de Adorno a Kierkegaard como analista de la figura de la conciencia ( Gestalt des Bewusstseins ) individual no significa una fundamentación decisionista de la acción, sino la posibilidad de entenderla como un modo dialéctico, pero discontinuista, de pensar su relación con la teoría. Para articular esa posibilidad propone Vanessa Vidal una lectura original de la hegeliana noción de «figura de la conciencia ( Gestalt des Bewusstseins )», a fin de incluir en ella la perspectiva freudiana del inconsciente como un saber que no se sabe y que, ello no obstante, produce efectos en la acción de los hombres.
A las lecturas que contraponen a Kierkegaard con Hegel se les suelen escapar algunas afinidades entre ellos, necesarias para entender los elementos que encuentra en el primero una dialéctica negativa. Se trata de la conexión entre teoría y práctica que la noción de « vida (del espíritu)» permite establecer en la filosofía dialéctica que, en buena medida, depende de una teoría del saber como actividad que produce efectos en la existencia del sujeto. Para la dialéctica hegeliana es una cuestión de Wirklichkeit –o de lo que con Marx llamaríamos terrenalidad –, para distinguirlo de la categoría de Realität , del pensamiento verdadero; para un existencialismo como el de Kierkegaard se centra en la función configurativa del sujeto que concede a la autoelección que excede, con mucho, lo que entendemos por autenticidad . Procederé por pasos.
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