Las ideas de Lamarck contenían el germen de futuros avances en las teorías evolutivas de la adaptación basadas en la interacción entre el organismo y su ambiente, pero tuvieron poca resonancia en su tiempo, quizá porque quedaron ensombrecidas por otros debates. Lamarck se enfrentó, científica y personalmente, a Cuvier, quien estableció la fijeza de los cuatro planes fundamentales de organización en el reino animal: vertebrados, articulados, moluscos y radiados. La escala natural estaba rota y era imposible pasar de un eslabón a otro mediante cambios adaptativos. Resultaba difícil contrarrestar la gran precisión de las descripciones anatómicas de Cuvier, pero Lamarck todavía pudo presentar una gran prueba positiva de evolución gradual anatómica: en aquella época se descubrió que un feto de una ballena, que carecía de dientes en estado adulto, presentaba rudimentos de dientes en sus estados embrionarios.
Actualmente, estas observaciones de caracteres ancestrales en estadios juveniles constituyen una de las pruebas más concluyentes de la evolución, pero en tiempos de Lamarck fueron interpretadas basándose en la existencia de un plan unitario en la construcción de los seres vivos. La unidad de tipo es una concepción derivada de las ideas románticas de la filosofía natural de la época, según la cual todos los seres vivos comparten un mismo tipo constructivo. Otro colega de Lamarck en el Museo de París, Geoffroy Saint-Hilaire (1772-1844), defendió este punto de vista hasta tal extremo que llegó a homologar no sólo las distintas partes de los vertebrados, sino también a establecer homologías entre cada parte de un vertebrado y otra correspondiente de un insecto o un molusco. Cuvier pulverizó este argumento extremista en una hábil presentación en la Academia de Ciencias. Como veremos más adelante, los recientes descubrimientos en la regulación genética del desarrollo han permitido una cierta reivindicación de las ideas de Saint-Hilaire, dada la correspondencia entre los genes encargados de regular el desarrollo del cuerpo de los animales, con independencia de los planes de construcción a los que se adscribe cada uno.
Figura 2.1 Correspondencia entre las partes anatómicas de humanos y aves.
No obstante, las ideas de Lamarck ejercieron una notable influencia y fueron introducidas en Inglaterra por Charles Lyell (1797-1875) en sus Principios de geología, mientras que la influencia de Cuvier llegaba a Inglaterra por medio de Richard Owen (1804-1892), fundador del Museo de Historia Natural de Londres, quien se convirtió en el más destacado anatomista de las islas británicas. Hacia la primera mitad del siglo XIX, la mayoría de biólogos y geólogos ingleses habían aceptado la idea de que cada especie tenía un origen separado y que permanecía constante en el tiempo hasta que se extinguía.
Durante toda la primera mitad del siglo XIX, los avances en el estudio del registro fósil y la teoría estratigráfica resultaron espectaculares, impulsados por la creciente necesidad de datar los diferentes sedimentos para satisfacer la creciente necesidad de encontrar recursos geológicos. La idea propuesta por Cuvier de que existía una direccionalidad en la historia de la Tierra, y que consistía en varias etapas espaciadas por episodios bruscos de revoluciones geológicas, era bien aceptada. Pero, en 1830, Charles Lyell publicó el primer volumen de su tratado Principios de geología, el libro con más impacto de la época. Aparte de ser un texto perfectamente documentado con los conocimientos geológicos más avanzados, el libro de Lyell defendía la teoría del uniformismo, es decir, que los procesos naturales que han conformado la historia de este planeta son los mismos en todas las épocas geológicas y no son esencialmente diferentes de los que presenciamos hoy en día. La trampa en la que, según Lyell, habían caído los defensores del catastrofismo es que no se percataban de la inmensidad del tiempo geológico, que se medía en cientos de millones de años y que permite los grandes cambios que actualmente presenciamos cuando observamos los estratos geológicos y el registro fósil. Estos cambios aparecen a veces como catástrofes pero, cuando los analizamos considerando la inmensidad del tiempo en el que han sucedido, debemos admitir que se produjeron de un modo gradual.
El uniformismo de Lyell puede resumirse en tres puntos: la constancia de las leyes naturales, su lenta acción gradual y el estado estacionario de la Tierra. Lyell consiguió convencer a la mayoría de los naturalistas de su época sobre los dos primeros puntos, pero fracasó en el tercero, aunque bajo distintos puntos de vista, la idea de que la Tierra había pasado por períodos que constituían una serie direccional de sucesos era aceptada por muchos naturalistas, evolucionistas o no. Sin embargo, para Lyell, nuestro planeta cambiaba pero lo hacía repitiendo ciclos en los que se establecía un equilibrio estacionario sin ninguna direccionalidad. La moderna estratigrafía y el registro fósil, cada vez más precisos, hacían que esta idea fuese inaceptable. Las eras geológicas estaban ya bien establecidas a partir de la datación fósil, y las diferentes formaciones rocosas se correspondían con ellas perfectamente. La historia de la vida se contemplaba ya bajo un punto de vista evolutivo e incluso creacionistas como el paleontólogo Louis Agassiz (1807-1873) tuvieron que inventar un plan divino de evolución de los vertebrados para llegar a la aparición del hombre.
Capítulo 3
DARWIN, EL VIAJE DEL BEAGLE Y LA GESTACIÓN DE EL ORIGEN DE LAS ESPECIES
Charles Darwin nació en 1809 en el seno de una acomodada familia inglesa. Su padre era médico y Darwin tenía la intención de seguir esta carrera: inició sus estudios en la Universidad de Edimburgo pero los abandonó al no poder soportar tener que enfrentarse con el dolor y el sufrimiento de los enfermos terminales. Decidió, entonces, convertirse en pastor de la Iglesia anglicana, por lo que se trasladó a Cambridge para estudiar Teología.
Durante sus años universitarios entró en contacto con algunos de los naturalistas más prestigiosos de Inglaterra, como el botánico John S. Henslow, con quien profundizó en su interés por la ciencia y en su afición por la observación de animales y plantas en su entorno natural. Al igual que muchos británicos, Darwin era un naturalista aficionado con un gran interés no sólo por el mero coleccionismo sino por profundizar al máximo en el conocimiento de aquellas especies y variedades que recolectaba en sus frecuentes salidas al campo. Al concluir sus estudios, todo hacía prever que Darwin continuaría su vida como pastor en algún pueblo de la campiña inglesa. Sin embargo, su amistad con Henslow le proporcionó una oportunidad única que cambiaría completamente su vida y la historia de la biología.
Los siglos XVIII y XIX fueron los de las grandes exploraciones. Los avances técnicos y científicos habían proporcionado la posibilidad de alcanzar los rincones más remotos del planeta, y el interés por la geografía y la historia natural como instrumentos para obtener derechos de explotación sobre nuevas fuentes o yacimientos de todo tipo de materiales se desarrollaron bajo el impulso de gobiernos y sociedades científicas de muchos países; entre ellos, naturalmente, estaba el Imperio británico. Una de estas expediciones fue encargada a un joven marino, el capitán Robert FitzRoy, quien buscaba a un naturalista que se encargase de recolectar y preparar las muestras de todo tipo de especies que esperaba encontrar en su periplo alrededor del mundo a bordo del bergantín H. M. S. Beagle. El puesto le fue ofrecido, por mediación de Henslow, a Charles Darwin, quien aceptó encantado. En sus propias palabras, el viaje en el Beagle fue el acontecimiento más importante de su vida.
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