LA IRA DEL EMBAUCADO
La correría de un guardia civil por el filo de la navaja
Efrén Matallana
© Efrén Matallana
© La ira del embaucado
Octubre 2021
ISBN ePub: 978-84-685-6305-3
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A mis chicas: Mady, Nerea y Araya.
Por mi mala cabeza
yo me puse a escribir
Otro por mucho menos
se hace Guardia Civil.
Por mi mala cabeza
creí en la libertad.
Otro respira incienso
las fiestas de guardar
Por mi mala cabeza
contra el muro topé
Otro levantó el muro
con los cuernos tal vez
Por mi mala cabeza
siempre digo verdad.
Por mi mala cabeza
me descabezarán.
MALA CABEZA.
José Agustín Goytisolo
Índice
Primera parte Primera parte
I. EL SUEÑO
II. DIANA: EL CORREDOR EN SU LABERINTO
III. DISCIPLINA Y FAJINA
IV. ORDEN ABIERTO Y CERRADO: LA VIDA ES MILICIA
V. RETRETA: IMAGINARIA SIN SUEÑO NI ENSUEÑO
VI. LA OTRA CARA DEL ESPEJO
VII. DESPACHO A UNA MANERA DIFERENTE DE VIVIR
VIII. Y HACIA UNA MANERA DIFERENTE DE VIVIR
IX. LA REALIDAD SUBYACENTE
X. SIN PENA NI GLORIA
XI. COMO UN JARDÍN SIN FLORES
XII. EN EL FULGOR
XIII. EL PIPIOLO NO SE ENTERA
XIV. EN EL PRINCIPIO ES LA ILUSIÓN QUE TODO LO CIEGA
XV. DESTELLOS EN LA OSCURIDAD
XVI. COMIDA PARA DOS MÁS
XVII. EL BADULAQUE Y LA BESTIA O EL JODIDO JACOBINO
XVIII. UNA CANCIÓN SIN NOMBRE
Segunda parte
XIX. INCIDENTE ALFA: PRIMERA ESCARAMUZA
XX. LOS ÁNGELES DE ESPAÑA
XXI. LA GRAN CALABAZADA
XXII. PASO CORTO, VISTA LARGA Y MALA LECHE
XXIII. EN BUSCA DEL TRUENO
XXIV. EN EL OJO DE LA TORMENTA
XXV. LAS FLORES DE METAL Y LAS FALTAS DE SIGILO
XXVI. EL PESO DEL OLVIDO
XXVII. PATRONA INOLVIDABLE
XXVIII. DÍA DE AUTOS O BOJIGANGAS AL BORDE DEL ABISMO
XXIX. REVOLVERSE ES EVOLUCIONAR
XXX. (MÁS) ALARIDOS EN EL VACÍO
Tercera parte
XXXI. LOS VIEJOS VICIOS
XXXII. OPERACIÓN RASTRO DEL AMANECER
XXXIII. AGITACIÓN, VIENTO Y FUEGO
XXXIV. UN SUEÑO QUE VUELA A OTRO. LUCHAR Y PERDER
XXXV. DEJA QUE LAS ESTRELLAS NOS GUÍEN
XXXVI. PROYECTO ESCARMIENTO
XXXVII. JEKILL Y HYDE. SALVA O EFRÉN
XXXVIII. ESENCIA DEL DEBER O LA PIRÁMIDE INVERTIDA
Cuarta parte
XXXIX. POPPER Y VELOCIDAD. LA OTRA CARA DE LA MONEDA
XL. VIVA LA AMISTAD
XLI. EL ARTE COMO JUSTIFICACIÓN
XLII. FUROR BENEMÉRITO
XLIII. EL ESTRIBILLO DE LOS APRENDICES DE CAUDILLOS
XLIV. ELEGIDO UNO DE LA PANDILLA. LUCHAR O PERDER
XLV. PARADA DE DINOSAURIOS
XLVI. UN PASEO POR EL AEROPUERTO Y OTRO POR EL CAMPO
XLVII. DESCARTADO POR AMOR
XLVIII. LA LLAMADA DE LA PRINCESA O VIVIR Y MORIR EN LA LUCHA
XLIX. UN COMBATE MUY IGUALADO Y UN REFRÁN
L. APALEADO, ENCARTADO Y DESVALIJADO: HACIA LA COMPRENSIÓN TOTAL
LI. EL IMPERDONABLE PECADO DEL EXCESO DE PIEDAD
LII. POR FIN EL TÍTULO DE LA CANCIÓN
Quinta parte
LIII. AUTOPISTA AL INFIERNO
LIV. DEL DONOSO ESCRUTINIO SOBRE UNA LIBRERÍA Y OTRAS RECRIMINACIONES
LV. RITMO REVOLUCIONARIO
LVI. EL PERNICIOSO EFECTO DE LA POESÍA
LVII. CAÑA
LVIII. MÁS CAÑA O JO TA KE. FUROR Y FUEGO
LIX. EPÍSTOLA A LOS ROMANOS
LX. EL EXTRAÑO PODER DE LA PALABRA VISTA
LXI. FUEGO PURIFICADOR I
LXII. LA SOLEDAD DEL HÉROE
LXIII. RASTREA MI SUERTE
LXIV. GIMNASIA REVOLUCIONARIA Y OTRAS HISTORIAS DE MUCHO SABOR Y CONTUMACIA
Sexta parte
LXV. POR HONOR
Séptima parte
LXVI. HACIA EL OCASO
LXVII. UNA VOZ SIN ALMA
LXVIII. ÚLTIMA ESCARAMUZA. RENACER DEL FUEGO PURIFICADOR II
LXIX. LA ARRUGA NO ES BELLA. LA REPÚBLICA SÍ
LXX. FINAL DE UNA FUENTE (Y DE OTRAS COSAS)
Epílogo
THE GAME IS OVER. IS THE GAME OVER?
Primera parte
Aquí la más principal
hazaña es obedecer
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.
...
fama, honor y vida son
caudal de pobres soldados;
que en buena o mala fortuna
la milicia no es más que una
religión de hombres honrados.
P. Calderón de la Barca
I. EL SUEÑO
1
Cuándo llegará el día.
Dejaba caer sus fatigados brazos pendiendo de las argollas, para, de inmediato, en un esfuerzo límite, apurar todas las repeticiones.
Una y otra vez.
Sabía que sólo así lo estaría haciendo bien y el entretenimiento —ya no tanto el entrenamiento— valdría la pena. Mantenía la sublime idea de que las cosas que se empiezan deben concluirse, al menos hasta agotar todas sus posibilidades. Y machacarse como lo hacía en sus ratos libres, exigía no desfallecer mientras tuviera aliento o pundonor.
Acabada la serie, se dejó caer exhausto y satisfecho. Descansaría un minuto.
Como la pausa la hacía activa, se puso a dar vueltas por la larga pieza enrasillada que era la cámara de la casa. Pero sobre todo porque no podía dejar de pensar en lo que de verdad le obsesionaba. ¡Cuándo llegará el día!
Iba y venía agitando los brazos, procurando mantener la temperatura corporal. Excepto la rodilla, que le dolía con un tañido agudo y pulsante (una herida muy querida, a pesar de todo), se sentía en plena forma. El deporte era toda su distracción. Apenas si le apetecía salir por ahí, aunque fuera sábado por la tarde. Tenía en mente un sólo deseo; uno cuyo pensamiento le llenaba el día y la noche, desde hacía días, semanas, meses.
Suspirado con los cinco sentidos.
Cuándo llegará…
De soslayo al reloj —un orondo despertador de manecillas onduladas, coronado por dos campanas tan grandes como la propia esfera—, controlaba el tiempo; la flecha del segundero volaba. El exótico reloj era parte de su particular gimnasio, que, entre alpacas de paja, se componía, además, de una vieja radio en la que a menudo rastrea el dial en busca de música alentadora —o sea, rock—, de un par de mancuernas, un tensor de gomas, una barra de torsión, y las anillas: dos argollas forradas con esparadrapo que cuelgan paralelas de una traviesa del techo.
Aún oscilaban éstas cuando, de una ojeada al artefacto Made in Taiwan, advirtió que el minuto de reposo expiraba.
Antes de volverse a colgar, dio volumen a la emisora, por la que bufaba una guitarra acústica con mucho ruido de fondo: el único punto de la FM que a esas horas emitía rock; la mejor música para entrenarse. A la cuarta flexión de bíceps oyó a su madre que lo llamaba desde la planta baja. Le requería de un modo acuciante, jovial.
Terminó la serie y, soltándose con un impulso extenuado, bajó los escalones más bien complacido por tener una excusa válida que le indultara de repetir aquella sesión infernal.
En la puerta de la calle su madre conversaba con alguien. A medida que se acercaba, reconoció las voces. El corazón se le disparó como si acabara de completar una serie de cien repeticiones, preguntándose cuál sería el mensaje. ¿Llegó el día? Aceleró el paso, y cuando los tuvo de frente ni siquiera les saludó: mudo de ansiedad, sólo quería oír la respuesta definitiva que Cristóbal y Raimundo, los dos conocidos guardias civiles que tanto le habían alentado para que se convirtiera en un nuevo compañero cada vez que se lo encontraban corriendo y haciendo flexiones por el campo, venían a traerle.
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