Llegados a las elecciones del 15 de junio de 1977, con la formación de unas Cortes constituyentes y una mayoría de gobierno, la prioridad gubernamental se encaminó a afrontar en toda su amplitud el proceso de descentralización del Estado y frenar las apetencias de autogobierno de los territorios periféricos. Así, Suárez procedió a desplegar la «estrategia del zorro» para imponer su política: el uso de la astucia y de la audacia para «romper el bloque opositor, y hacerlos caminar individualmente, negociando por separado con cada una de las fuerzas». 54Y en este sentido, la política del Gobierno de Suárez tuvo un solo y único objetivo: neutralizar el avance de las propuestas federalistas en Cataluña y en el País Valenciano. A tal fin, desplegó una estrategia de divide et impera que le permitió debilitar a los partidos de la oposición y minar su apoyo social, lo que permitió al Gobierno tomar la iniciativa política en dos territorios donde la UCD había perdido las primeras elecciones democráticas.
Ahora bien, la ejecución de esta estrategia fue desigual para Cataluña y el País Valenciano. Pero analizado el desarrollo de la reforma en ambos territorios resultó todo un éxito político para el Gobierno de Suárez, quedando sellada en el artículo 145.1 de la Constitución de 1978, por el que se prohíbe la federación de comunidades autónomas. Y es que la cuestión sobre la federación –en opinión del dirigente de la UCD-Valencia, Vicente Garrido– preocupó en Madrid. El artículo 145.1 de la Constitución obedeció exclusivamente a la necesidad de impedir la federación de territorios, necesidad agravada por la incomprensión que se tenía en Madrid de la realidad valenciana. 55
De esta forma, con la táctica de movimiento a corto plazo, el Gobierno de Suárez, con habilidad y resolución, forzó a la izquierda catalana al pacto mediante la restauración de la Generalitat (la única institución republicana restaurada con la Monarquía). Y en el País Valenciano, con premeditación y alevosía, se sumó a la vorágine anticatalanista que condujo a la sociedad valenciana a un conflicto de una extraordinaria radicalidad en torno a las señas de identidad. Concretamente en el País Valenciano se consiguió –en opinión de Salvador Blanco, concejal comunista del Ayuntamiento de Valencia (1979-1983)– que, siendo hegemónica la izquierda en 1977 y 1979, «retrocediera ésta a la presión de la derecha y sucumbiera a través de la guerra de los símbolos». 56
La ejecución de esta estrategia en ambos territorios, estrictamente dirigida a preservar la seguridad y cohesión territorial del Estado, exigió tomar la iniciativa política por cualquier medio para fortalecer la autoridad del Gobierno. Esta estrategia gubernamental, tan distinta en sus formas pero tan similar en su contenido, constituyó en sí las dos caras de una misma moneda. El resultado fue que el Gobierno de Suárez fortaleció su autoridad en Cataluña y el País Valenciano en unos momentos de incertidumbre para los más altos intereses del Estado y acabó por imponer su proyecto marcando el tempo político . En Cataluña el Gobierno neutralizó a la izquierda forzándola al pacto. De hecho, la política pactista en Cataluña fue desarrollada con la inteligencia y la habilidad que el momento histórico exigía para hacer frente al «problema catalán», una política de pacto de Estado basada en el acuerdo entre los reformistas de Madrid y Josep Tarradellas, «president de la Generalitat» en el exilio, símbolo de la libertad del pueblo de Cataluña.
Sin embargo, la situación en el País Valenciano exigió otras formas, otra política desde el poder central para un territorio que aparecía como seria y potencial amenaza a la cohesión territorial del Estado. La misma estrategia del pactismo fracasó al instrumentalizar la UCD el anticatalanismo para literalmente despedazar al bloque opositor. De hecho, pese a la errática política autonomista de la UCD (debida a la heterogeneidad ideológica de los grupos, los personalismos y el presidencialismo de Suárez), no hubo fisuras dentro de la UCD de cara a la vía que debía tomar el País Valenciano para la consecución del autogobierno y de la estrategia política a seguir. La estrategia del anticatalanismo, aplicada específicamente en el País Valenciano, resultó determinante para la cohesión del Estado, el desarrollo del mapa autonómico (en una coyuntura dominada por el auge de los nacionalismos periféricos) y la consolidación del sistema democrático, lo que condicionó históricamente el desarrollo de lo que será la Comunidad Valenciana.
La UCD instrumentalizó el anticatalanismo para dividir en dos campos antagónicos a la sociedad civil valenciana con el fin de obtener rédito electoral. Esta estrategia fue aplicada, con saña y atrevimiento, a la complicada política valenciana. Además, la forma con la que se desplegó fue inmisericorde, lejos de la cautela con la que el Estado afrontó «el problema catalán»; lo que pone en evidencia el desdén y la indiferencia con que siempre se ha entendido desde Madrid «la cuestión valenciana».
El anticatalanismo llegó a crear un ambiente de amenaza y terror entre sectores de la opinión pública valenciana ante un pretendido enemigo interior («los catalanistas») y exterior («la plutocracia capitalista catalana»); un estado de permanente excitación en sectores de la sociedad civil (la gran mayoría silenciosa) que socavó las posiciones de los partidos políticos democráticos y la legitimidad del nuevo poder político que se estaba constituyendo en el ámbito municipal y autonómico. El anticatalanismo, surgido de los antiguos sindicatos verticales y del Movimiento, fue utilizado hábilmente por la UCD valenciana por intereses partidistas en una delicada coyuntura de crisis política y social. En esta estrategia fueron claves el catedrático de Derecho Mercantil, Manuel Broseta, y el vicepresidente del Gobierno, Fernando Abril Martorell. De hecho, según el diputado comunista Emèrit Bono, el vicepresidente del Gobierno, Fernando Abril Martorell
pensava que eixe blaverisme era una realitat social d’un sector de la societat molt extremista que ell sí s’havia (sic) que procedia de l’Antic moviment, o siga, dels Sindicats; i que ell creia que la UCD tenia que donar-li la «causió» (sic) pertinent, «causió» (sic) és sempre concessió finalment de coses a eixe blaverisme, això és lo que ell pensava. 57
Lo cierto fue que, escenificada esta estrategia en el marco de la transición, acabó en tragicomedia. La política se convirtió en una lucha en torno a las señas de identidad al incitar la ira popular contra los partidos políticos. El miedo se extendió por todo el cuerpo social al reavivarse el «fantasma del anticatalanismo». De ello son bien ilustrativas unas declaraciones de Emilio Attard que han acabado por pasar a los anales de la insidia y la ignominia de la política valenciana: «Para aglutinar a los valencianos hay que sacar el fantasma del anticatalanismo». 58El clima de tensión y conflicto civil generado fue difícil de soportar por el conjunto de la sociedad valenciana; un conflicto que acabó con las posibilidades de alcanzar la hegemonía social –en el tránsito al nuevo orden político–, de una alianza entre la izquierda, los sectores más vanguardistas de la cultura, las clases medias progresistas y la facción liberal y europeísta de la burguesía valenciana. En la destrucción de ese bloque social de progreso se encuentra el nudo gordiano de la transición valenciana.
Así, en 1977, el camino que llevó a los valencianos al conflicto civil ya estaba expedito. Se había abierto para el País Valenciano un expediente de trámite de urgencia con un solo objetivo: reconducir el proceso autonómico al dinamitar el acceso a la plena autonomía a través del art. 151 de la Constitución, por el cual el País Valenciano se equiparaba a las nacionalidades históricas. Y es que el contexto político ofrecía las condiciones para que el Consell preautonòmic impulsara el acceso al autogobierno a través del art. 151, cuestión simbólica y que formalmente constituía la ruptura política en el País Valenciano. La posibilidad era real, pero el proyecto resultaba demasiado ambicioso para la UCD. El ingreso de Broseta en la UCD-Valencia de la mano de Emilio Attard así como el desembarco de Abril Martorell en la presidencia regional del partido fueron determinantes. La UCD-Valencia consiguió con el anticatalanismo ahogar el sentimiento autonomista de la sociedad valenciana y reconducir el proceso autonómico por la vía del art. 143 de la CE.
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