Sin embargo, la historiografía que ha estudiado este periodo se ha centrado sobre todo en el análisis de los procesos electorales, prestando menos atención a los discursos y al efecto de la cultura política en la construcción de los modelos de representación. Para el caso de Ecuador, el vacío historiográfico en este sentido es aún más significativo. La historiografía ecuatoriana, más preocupada por el proceso de creación del Estado nación y el nacionalismo ecuatoriano, así como por la personalidad de Gabriel García Moreno, prácticamente ha relegado a un segundo plano el análisis sobre la construcción de la representación parlamentaria y la definición de la ciudadanía. En ambos casos, solo algunos pocos historiadores marcan algunas excepciones en este sentido, siendo precisamente de este bagaje historiográfico del que he partido en mi trabajo. Para Perú, me refiero a las investigaciones de Gabriella Chiaramonti, Natalia Sobrevilla, Cristóbal Aljovín, Ulrich Mücke, Alicia del Águila o Marta Irurozqui, entre otros. Para el caso ecuatoriano, hay que mencionar especialmente a Ana Buriano, Juan Maiguashca o Federica Morelli. Por tanto, la decisión de centrar la investigación en los casos de Perú y Ecuador vino avalada, en primer lugar, por motivos historiográficos, debido a la escasez de estudios al respecto que existían para ambos países. A ello se unía otro motivo: el hecho de que ambos países sean fronterizos y compartan un mismo escenario geográfico, con valores culturales y costumbres sociales compartidas, ya que me parecía muy provechoso analizar dos casos nacionales desde una perspectiva comparada y transnacional, deteniéndome en los elementos comunes y en las diferencias que presentaron a la hora de consolidar su sistema de representación parlamentaria.
No obstante, a pesar de que la investigación se centra en Perú y Ecuador, uno de sus objetivos fundamentales ha sido poner estos casos concretos en relación con otras realidades americanas y europeas, interesándome por los procesos de transferencias culturales, aunque sin perder de vista la especificidad de cada comunidad. Por ello, quiero subrayar la importancia del abordaje comparativo que tiene este trabajo, que no se centra en el análisis de las culturas políticas liberales en un solo país –o dos–, sino que los incluye en la órbita de las continuas transferencias culturales e ideológicas que tuvieron lugar entre Europa y América, en un ejercicio de retroalimentación abierto y múltiple. En este sentido, me interesa observar las aportaciones peruanas y ecuatorianas –y de forma más genérica, latinoamericanas– al fenómeno de la construcción y consolidación de los sistemas políticos liberales representativos durante el siglo XIX.
De este modo, se atiende a los procesos de transferencia y circulación política, ideológica y cultural que tuvieron lugar entre Europa y América a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, en una etapa en la que se habían desvanecido los antiguos lazos entre ambos continentes en condiciones de colonialismo, pero en un momento en el que las relaciones entre los territorios que tenían como punto intermedio el océano Atlántico continuaban, incluso revitalizadas.
En concreto, esta obra se centra de forma específica en la década de 1860, fecha en la que tanto en Perú como en Ecuador se advierten transformaciones fundamentales en los ámbitos político, social y económico. Así, son características principales de este periodo la mayor estabilidad política, un liberalismo que se iba moderando con respecto a etapas anteriores más radicales –hasta hacerse en algunos casos incluso notoriamente conservador, como en la etapa del garcianismo ecuatoriano–, el desarrollo económico –y acelerado– sobre la base de la explotación de determinados productos como el guano o el cacao, y el crecimiento de una élite socioeconómica burguesa que trazó los cánones culturales en los que se basó la definición de la identidad nacional. Especialmente relevantes resultaban las propuestas legislativas del momento, sobre todo la promulgación de nuevos textos constitucionales a lo largo de la década señalada: la Constitución de 1860 en Perú –la más longeva de la centuria– y las constituciones de 1861 y de 1869 en Ecuador –que plantearon importantes innovaciones en el proceso de construcción de la ciudadanía y la representación política–.
No obstante, considero necesario prestar atención al devenir histórico de ambos países en los años precedentes y posteriores. Por ello, en realidad se ha tenido que abrir este eje temporal en sus dos extremos: al menos hacia 1854 en el caso de Perú –cuando tuvo lugar la Revolución Liberal y la segunda llegada al poder de Ramón Castilla– y hacia 1875 en lo que se refiere a Ecuador –cuando se produjo el asesinato de García Moreno y, con él, el final de la etapa política del conservadurismo–.
En lo que respecta a los enfoques metodológicos utilizados, esta investigación se concibe, en primer lugar, dentro del marco teórico y metodológico de una tendencia historiográfica que ha sido denominada como historia cultural de la política, nacida del encuentro entre la historia política y la historia cultural a partir de los años noventa del siglo XX. Es este un enfoque que otorga relevancia no solo a los acontecimientos políticos en sí mismos, sino a los discursos, las imágenes y las representaciones que los actores históricos elaboraron sobre estos. Por ello, debo mencionar que en este libro me acojo al concepto de lo político más que de la política , cuya distinción quedó expuesta de forma clarificadora en las palabras que pronunció Pierre Rosanvallon al inaugurar la cátedra de Historia Moderna y Contemporánea de lo político en el Collège de France en marzo de 2002:
Referirse a lo político y no a la política es hablar del poder y de la ley, del Estado y de la nación, de la igualdad y de la justicia, de la identidad y de la diferencia, de la ciudadanía y de la civilidad, en suma, de todo aquello que constituye a la polis más allá del campo inmediato de la competencia partidaria por el ejercicio del poder, de la acción gubernamental del día a día y de la vida ordinaria de las instituciones. 1
Dentro de esta corriente historiográfica, en los últimos años ha ocupado un lugar fundamental el concepto de «cultura política», introducido por Almond y Verba en su origen, pero profundamente reformulado y adaptado historiográficamente por autores como Berstein o Sirinelli. 2 Si bien este es un término caracterizado por la polisemia, algunos historiadores se han aventurado a dar ciertas definiciones sobre este. Así, por ejemplo, María Sierra lo ha definido como una «cartografía mental» que «permite interpretar el sistema político bajo el que se vive y encontrar sentido a la acción política, para la que consecuentemente predispone (o inhibe)». 3 En cualquier caso, todos los investigadores interesados por este enfoque confiesan la dificultad de llegar a una definición consensuada y global del concepto; pero, a la vez, insisten en la utilidad que la noción de «cultura política» tiene para el historiador como herramienta de trabajo.
Desde estas perspectivas, la investigación que aquí se presenta trata de relacionar el estudio de los sistemas electorales y los textos constitucionales con los procesos de construcción de la ciudadanía y del poder político que tuvieron lugar en Perú y en Ecuador durante la segunda mitad del siglo XIX. Por tanto, este estudio presta especial atención a las cuestiones discursivas y simbólicas, a los imaginarios políticos y sociales que sustentaron las prácticas políticas llevadas a cabo. Pero pretende hacerlo de forma contextualizada, teniendo siempre en cuenta los marcos legales e institucionales, las coordenadas económico-sociales, las luchas por el poder, etc., de cada momento. En concreto, esta investigación se centra en el análisis sobre la legislación promulgada y los debates a los que dio lugar, y presenta una reflexión sobre las interpretaciones y reelaboraciones discursivas que hicieron las élites políticas a partir de los principios teóricos del liberalismo.
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