Chris Wickham - Las formas del feudalismo

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Con una colección de sus artículos más importantes, Chris Wickham se enfrenta a una amplia gama de cuestiones, desde los rápidos cambios en las estructuras económicas al final del Imperio romano y los problemas clave en la sociedad y la economía de la Europa altomedieval, hasta cuestiones igualmente importantes en la historia cultural, como la naturaleza de la memoria histórica y cómo funcionan los chismes en las sociedades medievales (y contemporáneas). Desde su punto de partida inicial en Italia, Wickham extiende su interés al conjunto de Europa basándose en un buen conocimiento tanto de las fuentes archivísticas como de la bibliografía especializada, desde Escandinavia a Castilla y Cataluña. Su trabajo se caracteriza por una compleja síntesis de trabajo empírico y perspectivas teóricas explícitas, que tanto ha reivindicado en sus escritos de reflexión conceptual y metodológica y que ha puesto en práctica en sus numerosas publicaciones, desde los estudios monográficos a las grandes síntesis generales.

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La razón principal de ello debió de ser la existencia de campesinos libres posesores de tierras, sobre todo en la mayor parte de la llanura del norte de China. En el norte, incluso durante el período Tching, hubo relativamente poca presencia señorial. El reducto de los estados ha sido siempre el fértil valle del Yang-Tsê. Aunque efectivamente hubo poderosas familias aristocráticas en el norte, al menos hasta la dinastía Tang, los estudiosos tienden a destacar el predominio de un campesinado libre en el valle del río Amarillo a lo largo de diferentes períodos históricos. La llanura norteña fue posiblemente demasiado pobre como para suscitar una concentración de posesiones similar a la del delta del Yang-Tsê. Pero, por ello mismo, ha sido siempre un lugar en el que la actividad del Estado ha encontrado facilidades: ha habido pocos señores que socavaran el modo tributario. Incluso en el momento de más debilidad, aun fragmentado en provincias enfrentadas –como tras la desaparición de las dinastías Han y Tang–, el Estado siempre fue capaz de asegurar allí la recaudación de tributos. 19

Observados de cerca, los ciclos dinásticos tienen un aspecto ligeramente diferente: no el del auge y la caída de un gobierno fuerte, sino el de la expansión y concentración del grado de centralización del Estado. El núcleo político del Estado chino estuvo siempre en el norte, más pobre y más igualitario . Después de los períodos Han y Tang, el Estado, mermado, perduró en esta zona, como si hubiera estado experimentando formas de organización estatal nuevas con las que reconquistar el sur, más rico y feudal.

Entre los siglos IV y VI, los turcos Toba del norte fueron generalizando el denominado chün-t’ien , o sistema de reparto de lotes iguales de tierras propiciado por el Estado y sobre el que, a principios del período Tang, se hicieron concesiones de tierras a los miembros del ejército. Las Cinco Dinastías (907-960) rehicieron la esclerótica burocracia del período Tang tardío y recentralizaron los ejércitos provinciales del norte, de tal modo que sirvieron de base para la reunificación Sung. Cada vez que los emperadores reconquistaban el sur, descubrían que se había desarrollado económicamente mientras había sido independiente y que de esto podían sacar partido. El control y el aprovechamiento del desarrollo del sur afianzaron el poder del gobierno central durante cerca de un milenio. 20

Así pues, ¿cuál fue el modo de producción dominante? Algunos historiadores se han decantado por destacar la levedad y la debilidad del gobierno central y por atribuir totalmente a la ideología confuciana de las clases elevadas el hecho de que China no hubiera acabado disgregada a la manera feudal. Pero, si bien parece que el gobierno central no fue de ningún modo una carga financiera onerosa en comparación con otros casos del resto del mundo (aun si los pobres del norte hubieran encontrado excesivo un diez por ciento de la cosecha), los propietarios rurales privados no fueron nunca capaces de destruir su estructura. Estos posesores, aunque extorsionaban, sólo llegaron a controlar a una minoría del campesinado chino concentrada en el centro y en el sur, y fueron, comparativamente también, unos posesores a escala notablemente pequeña. Hubo, no obstante, algunos aristócratas (posiblemente después del 880) lo bastante grandes como para representar una alternativa feudal firme a la fiscalidad pública del estado tributario –si bien se contentaron siempre con la evasión o con la expropiación de impuestos a pequeña escala allá donde podían. Incluso cuando el Estado desaparecía, a menudo a causa de revueltas campesinas generalizadas, dirigidas tanto contra el Estado como contra los señores (en la década de los años 880, 1350 y 1630), 21 el gobierno y la recaudación seguían funcionando en el norte. Si en algún lugar cabría haber esperado la descomposición del modo tributario ante el feudal, éste fue el delta del Yang-Tsê, en los reinos independientes del siglo X, donde el poder feudal era más fuerte. Sería interesante disponer de un estudio sobre los estados de Wu y de Nan Tang, por ejemplo. De cualquier modo, el modo tributario siguió siendo dominante –ideológicamente, con seguridad; económicamente, con probabilidad (el total de los tributos pudo sobrepasar la renta total durante todos los períodos), y políticamente, sin duda, ya que la clase señorial estuvo siempre muy dividida. Esta situación fue a más a medida que fueron pasando los siglos, ya que el tamaño medio de las posesiones aristocráticas tendió gradualmente a ser menor. De esta manera, el Estado pudo dar siempre a los aristócratas más de lo que éstos hubieran sido capaces de conseguir por su cuenta. El modo tributario dominó las relaciones sociales de producción: los campesinos fueron siempre considerados nominalmente sujetos fiscales libres, y la aristocracia y los notables más modestos se plegaron a las normas de las jerarquías estatales. Pero el modo feudal estaba siempre presente, amenazando al Estado, llegado el caso. 22

Este entramado básico del desarrollo histórico de China muestra de manera muy clara la pauta que me gustaría examinar. En mi opinión, el dominio del modo tributario sobre el feudal caracteriza la relación entre el Estado y los posesores/campesinos en la mayor parte de las sociedades tradicionales con Estado. Prosigamos con el segundo ejemplo, el Imperio Árabe y sus sucesores a lo largo del período medieval. Me centraré, no tanto en el período del Imperio Árabe propiamente (636-945), sino en sus herederos iraníes y turcos entre los siglos X y XII, ya que en este período más tardío tuvo lugar un declive general del poder del Estado que, por otra parte, está bastante bien documentado y estudiado. Se puede disponer, pues, de casos adecuados para abordar el problema de la supervivencia del Estado. Me centraré en los búyidas (945-1055), en el oeste de Irán y en Irak, en los gaznávidas (994-1040) en el noreste de Irán (Jorasán), y en los selyúcidas (1037-1157), gobernantes de la totalidad de Oriente Medio y que persistieron después de mediados del XII en algunas áreas del oeste de Irán y de Turquía hasta que fueron reemplazados finalmente en el siglo XIII por los mongoles iljaníes. 23 Aunque estos estados sean bastante diferentes observados en detalle, comparten sin embargo una característica común relevante: a diferencia de los imperios de Roma y de China, en los que una aristocracia prácticamente homogénea participaba tanto en los beneficios del Estado como en los derivados de la posesión de tierras, en la mayor parte de estos estados islámicos la clase vinculada al Estado se opuso claramente a la clase aristocrática de posesores locales. Por supuesto, hubo solapamientos, pero ambas fueron socialmente y a menudo étnicamente distinguibles, y frecuentemente antagónicas, tanto en lo que respecta a la ideología como a las respectivas bases económicas.

Los orígenes de tal oposición son bastante fáciles de explicar: son el resultado de la conquista, primero por los árabes, y luego por varias oleadas de turcos y finalmente de mongoles. Cada nuevo régimen tuvo un respaldo armado diferente, y este sostén militar permitió que el estado en cuestión perdurara durante un siglo, aproximadamente, en alguna de las partes que constituyeron el Imperio Árabe. Como resultado de ello, el ejército se distinguió siempre muy claramente de la aristocracia civil local. Por el contrario, el gobierno central, en su dimensión civil –la burocracia que dirigía los estados y la fiscalidad– tuvo más continuidad. Si bien la fiscalidad era vista también en oposición al poder local, se dio con frecuencia un solapamiento de personal: los burócratas tenían que venir de alguna parte. Así, Nizam al-Mulk, el gran visir de los selyúcidas (1063-1092) y gran teórico laico del gobierno de este siglo, perteneció a una familia local de propietarios ( dihqan ) de Baihaq, en el Jorasán. Nizam al-Mulk ascendió desde la burocracia civil del Jorasán hasta el poder central (y casi absoluto). Estos orígenes eran los normales, pero no eran –o al menos no de manera frecuente– los propios de las elites militares. Esta es la característica más destacada de este período. 24

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