Valentín Escudero - Retratos de resiliencia

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Adaptarse de forma positiva a las situaciones adversas y al entorno más próximo es un reto al que to-das las personas se enfrentan día a día.
Este libro reúne una serie de relatos inspirados en emociones e historias que ocurren y se construyen en la psicoterapia. Cada uno de ellos cuenta un hecho verdadero y capta la experiencia subjetiva y emocional de individuos resilientes con total libertad literaria.
Lejos de las explicaciones teóricas, este libro le muestra distintos retratos de resiliencia anónimos para que pueda aprender, indirectamente, de esos momentos reales. Situaciones vividas por personas, en muchos casos niños y adolescentes, que superan de una manera ejemplar grandes adversidades sin llamar la atención, sin ser héroes para nadie más que para su terapeuta.
Algunos de los relatos se ven influenciados por momentos mágicos, otros han surgido a distancia o, incluso, han brotado durante el confinamiento obligatorio acontecido por la pandemia del COVID19. En base al origen de las historias, el libro se estructura en tres apartados:
•En sesión: agrupa aquellos momentos mágicos que ocurren inadvertidamente en una sesión de terapia. Son instantes que no se pueden explicar con términos teóricos o técnicos de psico-terapia. A veces, ni siquiera su significado se asienta en palabras, solo se revelan en gestos, sueños, lapsus y miradas.
•Mensajes y cartas: recoge las situaciones inspiradas en el material escrito que recibe o envía el terapeuta, mediante mensajes, correos electrónicos y cartas. Muchas veces esos mensajes cambian totalmente el sentido de la terapia o arrojan luz sobre cosas de las que el terapeuta no era consciente o no había comprendido.
•Historias de vida: reúne auténticas historias de resiliencia y esperanza que pueden resultar inverosímiles. Se presentan como una oportunidad única de conocer en profundidad otras vi-das.
Sin duda, este libro le ofrecerá un espacio de lectura donde el aprendizaje, la emoción y la ternura de los relatos no le dejarán indiferente.

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—Bien, Rosa, está bien que hayas venido, pero no estoy seguro de cómo podemos enfocarlo… ¿Crees que Miguel, efectivamente, tiene algún comportamiento preocupante o te gustaría hablar de cómo los tres estáis viviendo este cambio de ciudad y vuestro proyecto profesional? ¿O se trata, más bien, de tu pareja?

—En realidad, no creo que haya problemas con Miguel y creo que Tom, mi marido, y yo podemos afrontar bien la situación por nosotros mismos. Nuestra relación es muy buena. Para mí, Tom es, junto a Miguel, lo que más valoro en mi vida; es un hombre increíble.

—¿Entonces?

—Pues, si te soy sincera, me preocupa mucho el desacuerdo que existe entre la maestra, la psicóloga y la directora de la escuela. Temo que Miguel se convierta en motivo de discusión, o desacuerdo…, y que pueda afectarlo a él.

—¡Ah!, ya…

—Bueno, y también esos desacuerdos entre ellas nos han hecho dudar y observar cualquier cosa que hace Miguel con algo de miedo. Y, para colmo, el pediatra me asustó un poco con todo lo que dijo sobre la hiperactividad.

—¿Y tienes alguna idea sobre lo que yo podría hacer?

—Ahora pienso que yo no debía haber contado nada a la maestra ni al pediatra… Quizá no debía haber dudado tanto de nuestra opinión sobre el niño. Pero, si ahora no hago una consulta contigo, me temo que la maestra se sentiría defraudada. Pero, por otro lado, al venir, estoy contrariando a la psicóloga del colegio, que fue quien nos dio la opinión más positiva y que más nos gusta, la verdad.

—¿Y quieres que yo haga una valoración de tu hijo, de Miguel?

—No, la verdad es que no.

—¿Y hacer un informe para la maestra?

—No. Sería un lío con la psicóloga.

—¿Y hablar con la psicóloga?

—No, no, por favor.

El terapeuta, después de un largo y enigmático silencio, respira profundamente y pregunta:

—Rosa, ¿de qué te gustaría que hablásemos en esta consulta?

—Te va a parecer raro…, pero por mí ya está bien. Me ha sido muy útil; no quiero molestarte más. ¡Ahora veo las cosas claras!

AMNESIA

Cuando Ángel Ares despertó del coma inducido tras un terrible accidente de - фото 9

Cuando Ángel Ares despertó del coma inducido tras un terrible accidente de coche, todas sus constantes vitales parecían evolucionar bien. Su mujer y sus dos hijos sintieron un gran alivio y la esperanza inundó de nuevo su ánimo. Pero, en cuanto Ángel comenzó a recuperar la actividad normal, los médicos detectaron un problema de pronóstico incierto: Ángel tenía amnesia y no recordaba ni reconocía prácticamente nada.

A las tres semanas de salir del hospital, y estando bajo los cuidados constantes y delicados de su mujer, acudió a la consulta de un terapeuta familiar acompañado de toda la familia. Su mujer tenía unos cuarenta y cinco años y era ostensiblemente hermosa e inteligente. Sus dos hijos eran un varón adolescente de dieciséis años —con un enorme parecido físico a su padre— y una chica de dieciocho —más bajita y no tan agraciada físicamente como su madre—. Después de que el terapeuta familiar dedicase unos diez minutos para conocer a los cuatro y saber de sus circunstancias y preocupaciones, Ángel le preguntó con cierta impaciencia si podía continuar la sesión de terapia a solas con él. Tanto su mujer como sus hijos asintieron amablemente a su petición, de forma que el terapeuta los acompañó hasta la sala de espera y reinició su trabajo solo con Ángel, en la intimidad de la sala de terapia:

—Ángel, tienes una familia encantadora. Supongo que todavía conozco muy poco de tu situación después del accidente, así que me gustaría empezar por hablar de lo que tú prefieras. Quizá lo primero sería saber en qué crees que te puedo ayudar, ¿no?

—Pues, si le parece bien, yo quería precisamente comenzar por mi familia.

—Perfecto. ¿Qué quieres contarme de tu familia?

—Pues no es fácil de decir, pero no puedo evitar pensarlo… No me caen bien mis hijos.

—¿A qué te refieres? Entiendo que, por la amnesia, no los reconoces y es como si los hubieras conocido por primera vez hace tres o cuatro semanas, ¿no es así?

—Exacto. Estoy viviendo con personas que son totalmente nuevas para mí. Y esto es lo que siento, con un poco de vergüenza, la verdad. Usted es el único que lo sabe.

—Puedes tutearme si quieres; yo ya lo estaba haciendo.

—De acuerdo. Pues tú eres el único que lo sabe; es algo que me hace sentir mal.

—Cuéntame qué sientes con ellos, cómo los ves.

—La mujer, mi mujer… (es raro decir que es mi mujer cuando no puedo reconocerla de nada), me gusta mucho, no solo físicamente, aunque esto es para mí muy sorprendente: me refiero a saber que estaba casado con una mujer tan bella y atractiva. Pero me gusta también como persona; me siento en general nervioso por conseguir ligar con ella. Sé que es ridículo, porque ella se comporta como mi mujer y está totalmente entregada y cariñosa conmigo.

—Entiendo. ¿Y tus hijos?

—Este es el problema. Me caen mal. No me gusta cómo son. No me gustan sus amigos ni la obsesión por sus ordenadores y móviles ni su música. Sus amigos son del mismo estilo que ellos, unos pijos, y todo su ambiente social me resulta inaguantable. Y eso que, al parecer, algunos de sus amigos son hijos de mis mejores amigos… Claro, que yo no tengo ni idea; quiero decir, que no recuerdo ni reconozco a nadie. Espero que sus padres, esos supuestos amigos míos, no sean tan imbéciles.

—Tus hijos parecen preocupados y afectuosos contigo; al menos eso me ha parecido en estos pocos minutos que hemos estado juntos.

—Quizá sí. No tengo nada que reprocharles, por supuesto. Dicen que me llevaba bien con ellos; parece ser que especialmente con la chica. Me cuentan cosas que hacíamos juntos. He visto fotos en las que estoy con ellos y, aparentemente, muy feliz. Pero la verdad es que son unos extraños y me caen mal. No me gusta su actitud ante la vida ni comparto nada de lo que les interesa; los encuentro banales… Me parece que no les interesa nada de lo que a mí me parece importante.

—Bueno, Ángel, vamos a ir despacio. Te has encontrado de pronto viviendo con dos adolescentes. No es fácil. Y, sin embargo, también te has visto de pronto cerca de una mujer hermosa y que te trata bien…

»¿Te han dicho los médicos qué probabilidades hay de que vayas poco a poco recuperando recuerdos? Tengo entendido que pueden pasar unos dos o tres meses…

—Los médicos me dicen cosas contradictorias. Tengo la impresión de que no tienen ni idea.

—De acuerdo. ¿Has hecho algo con tus hijos estas semanas?

—Ellos tienen buena disposición, más o menos, pero la verdad es que no me gusta su actitud ni su estilo de vida. ¿Cómo es posible que sean mis hijos?

—Puedes estar seguro de que lo son. Quizá, cuando los reconocías, me refiero antes del accidente, veías más cosas positivas, experiencias y vivencias que compartes con ellos… El chico se parece mucho a ti.

—¿Por qué los padres quieren a sus hijos? ¿Todos los padres se sienten unidos a sus hijos? ¿Los ven siempre como algo que tienen que cuidar y defender?

—En general, yo diría que sí.

—Es terrible, pero no tengo ni idea de quiénes son ellos. Tampoco la mujer.

—¿Te angustia eso?

—Pues no. Solo me incomoda. Es vivir con unos extraños que no he elegido yo, y con la mala fortuna de que no me caen bien.

—Tienes que pensar que todas estas sensaciones van a cambiar al recuperarte de la amnesia. Volverás a tener sentimientos positivos y la sensación de amar a tu familia y querer estar con ellos, y protegerlos.

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