Valentín Escudero - Retratos de resiliencia

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Adaptarse de forma positiva a las situaciones adversas y al entorno más próximo es un reto al que to-das las personas se enfrentan día a día.
Este libro reúne una serie de relatos inspirados en emociones e historias que ocurren y se construyen en la psicoterapia. Cada uno de ellos cuenta un hecho verdadero y capta la experiencia subjetiva y emocional de individuos resilientes con total libertad literaria.
Lejos de las explicaciones teóricas, este libro le muestra distintos retratos de resiliencia anónimos para que pueda aprender, indirectamente, de esos momentos reales. Situaciones vividas por personas, en muchos casos niños y adolescentes, que superan de una manera ejemplar grandes adversidades sin llamar la atención, sin ser héroes para nadie más que para su terapeuta.
Algunos de los relatos se ven influenciados por momentos mágicos, otros han surgido a distancia o, incluso, han brotado durante el confinamiento obligatorio acontecido por la pandemia del COVID19. En base al origen de las historias, el libro se estructura en tres apartados:
•En sesión: agrupa aquellos momentos mágicos que ocurren inadvertidamente en una sesión de terapia. Son instantes que no se pueden explicar con términos teóricos o técnicos de psico-terapia. A veces, ni siquiera su significado se asienta en palabras, solo se revelan en gestos, sueños, lapsus y miradas.
•Mensajes y cartas: recoge las situaciones inspiradas en el material escrito que recibe o envía el terapeuta, mediante mensajes, correos electrónicos y cartas. Muchas veces esos mensajes cambian totalmente el sentido de la terapia o arrojan luz sobre cosas de las que el terapeuta no era consciente o no había comprendido.
•Historias de vida: reúne auténticas historias de resiliencia y esperanza que pueden resultar inverosímiles. Se presentan como una oportunidad única de conocer en profundidad otras vi-das.
Sin duda, este libro le ofrecerá un espacio de lectura donde el aprendizaje, la emoción y la ternura de los relatos no le dejarán indiferente.

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El momento llega como las noticias de los accidentes inesperados, sin más, como algo irreal e inventado, pero de inevitables consecuencias. Antón está haciendo preguntas para subrayar las cualidades más destacadas de Helga y Edgar; busca facilitar un clima positivo en la sala y un marco de esperanza en el futuro para ellos:

—Los dos son realmente inteligentes y yo quiero que estudien —dice la madre.

—Claro que sí, y parece que están mejorando mucho en los estudios —apostilla Antón.

—Yo ahora apruebo todo —dice Edgar con entusiasmo, mirando fijamente a los ojos de su madre.

—¿Qué te gustaría ser de mayor? —pregunta Antón a Edgar, para reforzar esa muestra de motivación por aplicarse en la escuela.

—Quiero ser policía de seguridad militar, ¡como mi padre!

—¿Cómo dices? —pregunta sorprendida su madre.

—Sí. ¿No te acuerdas de que fuimos a verlo a su trabajo cuando yo era más pequeño? Él estaba allí, donde trabaja con mucha gente. Era un sitio muy grande, con muchas puertas y guardias. Y él me dijo, en voz baja, que era el jefe de un comando de seguridad y que no debía decírselo a nadie, porque era militar. Por eso no puede venir a vernos, ¿no? Mamá, tú me decías siempre que él no viene porque tiene un trabajo especial, ¿no, Helga?

Edgar habla sin modificar un ápice su habitual simpatía y aumentando, si cabe, el brillo de ilusión que siempre le emana de los ojos. Explica su recuerdo de la única visita que habían hecho a la cárcel cuando tenía tres o cuatro años. El efecto de su relato en la tranquila sala de terapia de Antón se parece a la vibración de un terremoto de alta intensidad.

Todos lo sienten menos Edgar. A él nadie le ha explicado todavía la causa real de la prolongada ausencia de su padre y, en cambio, lo habían contentado con una versión basada en que tenía un trabajo muy difícil y lejano. Antón tampoco había tratado este asunto en las sesiones previas y ese día no pudo disimular un claro gesto de angustia y una lágrima inoportuna. Esa simple y discreta respuesta fisiológica involuntaria desata el nudo de una realidad postiza que había protegido a todos, incluido el propio terapeuta y la familia de acogida, hasta ese momento.

Edgar se fija en Antón e intuye —con esa intuición clarividente de los niños— que algo importante está sucediendo, algo que quizá su propio cerebro ya sabía, pero que él todavía no había podido conocer.

—¿Qué pasa, Antón? ¿Casi lloras? —le pregunta.

—Nada, no te preocupes, Edgar —contesta Antón, sintiéndose ridículo por responder de forma tan insustancial.

—Decidme la verdad, por favor —rogó Edgar—. ¿Por qué mi padre no viene nunca? ¿Lo de ese trabajo es otra cosa? ¿Por qué todo es tan raro, Helga? ¿Por qué todos me tratan de una forma diferente? ¿Dónde estás viviendo tú, mamá? ¿Por qué llevamos tanto tiempo esperando?

[Silencio.]

—¿Por qué se me van olvidando cosas y siempre Helga me cuenta otras cosas que me distraen cuando le hago preguntas sobre papá? Mamá, a veces pienso cosas raras… ¿Soy de verdad tu hijo? Dime tú algo, Helga.

Todas las preguntas salen a borbotones como una hemorragia, sin aparente dolor, pero con auténtico vértigo por la falta de control, como esa presencia de la muerte que siempre amenaza cuando nuestra sangre aflora al exterior.

—¿Te parece, Edgar, que elijamos una de tus preguntas? ¿Le parece a usted que comencemos con calma por responder al menos a una de las preguntas de su hijo? Helga, ¿tú te ves capaz de ayudar en esto ahora?

—pregunta Antón, retomando su tono y energía habitual.

La madre llora desconsolada y Helga mira al suelo, como si se abriese un gran agujero a sus pies por el que fuese a caerse al vacío. Pero Antón se acerca a Edgar y se sienta a su lado. Extrañamente, se siente ahora más fuerte y seguro que nunca sobre lo que tiene que hacer en la terapia. «Lo voy a hacer bien, despacio y delicadamente», piensa. Ya no tiene miedo.

ENREDO

El terapeuta después de un rato de conversación social y acogimiento de su - фото 8

El terapeuta, después de un rato de conversación social y acogimiento de su nueva clienta, Rosa, aborda el motivo de la consulta:

—Dime, Rosa, lo que te ha traído aquí… ¿En qué crees que te podemos ayudar?

—Pues ya te acabo de decir que hace pocas semanas que hemos llegado a la ciudad… [Sí] y Miguel, mi hijo, se integró en la escuela a mitad de curso y no sé muy bien por qué, pero su maestra está preocupada por…, por si Miguel tuviese dificultades para integrarse y comunicarse… El caso es que se lo comentó a la psicóloga de la escuela que…, bueno, ella no cree que haya ningún problema con Miguel.

—Entonces…, ¿la psicóloga cree que no hay ningún problema?

—Pero la maestra habló con la directora y esta le pidió a la psicóloga una observación y evaluación «más detallada» del comportamiento de Miguel en el colegio. Ella lo hizo y nos comunicó que no cree que haya ningún comportamiento patológico, pero que, efectivamente, el niño es muy inquieto y, a veces, se muestra un poco agresivo con sus compañeros, aunque otras veces es muy agradable… El caso es que la psicóloga, sorprendentemente, nos ha dicho que su integración con los demás niños en este momento, a mitad de curso, exige un trabajo extra a la maestra y que parece ser que la maestra se encuentra «un tanto cansada».

—Entiendo… Quizá esas observaciones de la psicóloga…, ¿os han hecho pensar que el niño pueda tener alguna dificultad?

—No, más bien nos resultó tranquilizador. Y no recomendó ninguna consulta.

—Ya, bien… ¿Entonces?

—Pues… es que, de una forma casual, mencioné todo esto al pediatra, que también es nuevo para nosotros, y es muy majo y muy atento, en la revisión rutinaria de Miguel. Y él nos habló de que, actualmente, hay muchos niños con problemas de hiperactividad y nos dijo, además, que se cometen muchos errores a la hora de diagnosticar esto de forma adecuada en las escuelas infantiles.

—¡Ah!, ya veo. Fue el pediatra quien os recomendó que tuvieseis la prudencia de consultar con algún profesional. ¿Has venido aquí por eso?

—No, en realidad no fue así… Yo le conté todo esto a mi marido… Para él, el cambio de ciudad ha sido duro. Ha supuesto un cambio de trabajo para favorecer mi situación profesional… Él estaba en un puesto muy cómodo, pero hemos cambiado los dos por mí. Bueno, el caso es que él cree que quizá el niño esté experimentando todo esto también de una forma traumática o algo así, y mostrándolo en forma de malos comportamientos en el colegio, así que yo he puesto mucha atención al comportamiento de Miguel. Igual es porque me siento muy responsable de los cambios.

—Bien, entonces, ¿has notado cambios en su comportamiento que te preocupen?

—No especialmente…, la verdad es que no. Pero es difícil de valorar. Estamos haciéndonos a una casa nueva, nuevo vecindario, situaciones nuevas de trabajo… Mi marido y yo hemos tenido ciertas tensiones entre nosotros…

—Entonces, Rosa, no es tanto el niño lo que te preocupa como… ¿quizá vuestra situación, la relación con tu marido?

—No creo. Lo que pasó es que, pensando en todo esto, en tanto cambio, decidí hablar con la maestra de nuevo, contarle cómo estaba siendo la situación familiar… Y ella me ha dado vuestro teléfono. Y, además, insistió mucho en que, por toda la información que yo le daba, quedaba claro para ella que la psicóloga del colegio había sido negligente. Ella usó esa palabra: negligente. Mi marido también iba a venir, pero tiene que trabajar esta tarde.

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