El divorcio de los padres es una adversidad que puede acontecer en la vida de los niños. Aunque con ello dejan de convivir con padres enfrentados o en conflicto, y es bueno para ellos no presenciar y sufrir constantemente sus disputas, no deja de ser una pérdida en sus vidas que han de elaborar. Además, la ruptura puede traer consigo otros eventos estresantes que los niños tienen que padecer, como por ejemplo:
• Alteración o trastorno emocional de los padres que afecte a su disponibilidad hacia los hijos.
• Conflicto perpetuo de los padres y judicialización de la separación.
• Manipulación de los hijos por parte de los progenitores.
• Abandono por parte de uno de los progenitores.
• Uso del niño o joven como figura confidente y de apoyo de uno de los progenitores.
• Parentificación de los hijos (se los obliga a desempeñar un rol adulto que no les corresponde como personas menores de edad).
• Cambios de residencia, de barrio e incluso de colegio.
• Cambios de rutinas, rituales y vida familiar habitual.
• Negligencia de uno (o de los dos) progenitores al no cumplir con las obligaciones de su rol parental.
• Visitas o relación con una figura parental incompetente en las que se pone en riesgo la seguridad de la persona menor de edad y su bienestar físico y psicológico.
Todo esto conlleva que las necesidades de los hijos no se vean satisfechas y que estemos hablando de un divorcio con malos tratos para los niños, algo bastante frecuente según las cifras que hemos referido con anterioridad. De ahí la relevante trascendencia que, a juicio del autor, tiene la valoración de las competencias parentales en los divorcios de los padres, cuestión que aún no está extendida en los equipos de valoración de los juzgados de familia.
El divorcio de los padres es duro para las personas menores de edad y les va a afectar siempre, generándoles dolor. Los niños y adolescentes mostrarán los efectos del impacto de la separación y sus consecuencias, y el duelo por la pérdida, de maneras diferentes según sus características y etapa evolutiva: con síntomas internalizantes (depresión, culpa, ansiedad…) o externalizantes (rabia, problemas de conducta, hacerse pis en la cama, consumir sustancias, agresividad…). Con todo, si los padres son competentes parentalmente y se implican llevando adelante una parentalidad bientratante durante el proceso de separación y después del mismo, el duelo podrá elaborarse y se integrará bien en la biografía del niño o joven, el impacto del divorcio será menor y no aparecerán síntomas —o, si estos se dan, lo harán con una frecuencia e intensidad leve o moderada—. Si, por el contrario, estamos ante un escenario de padres con incompetencias parentales (Barudy y Dantagnan, 2010) 4 y los niños sufren maltrato, negligencia o abandono en diversos grados, las personas menores de edad serán sometidas a estrés crónico. Dicho estrés tiene poder para alterar de modo permanente el funcionamiento del cerebro y del sistema nervioso, además de estar asociado al padecimiento de numerosos trastornos y enfermedades físicas y psicológicas. Cuando mi corazón calma ofrece al lector una perspectiva novedosa —desde el trauma y el neurodesarrollo— del impacto que el divorcio conflictivo y maltratante tiene sobre los niños y jóvenes. Las secuelas que un divorcio de estas características puede dejar en los niños están bien recogidas en la literatura científica, y sobre ellas hablaremos detenidamente en este libro.
Figura 1.1 La rabia es una emoción frecuente en los niños cuando sus padres se divorcian. Este niño de diez años la expresó mediante este dibujo de un reptil agresivo llamado «Titán».
Cuanto antes comience el estrés de la separación y/o del maltrato que pueda existir en la familia, más vulnerable será el niño, pues será más dependiente de los padres para lograr una sensación interna de calma y seguridad (Bowlby, 1989) 5 . Además, durante los primeros años de desarrollo (especialmente de cero a dos años) el niño precisa de un entorno rico en afecto y estimulación, con pocas variaciones en el entorno, con rutinas y estructura familiar estables y predecibles. Esto es así debido a que el cerebro sufre una importante transformación y reorganización durante ese periodo de tiempo, tal y como ha referido Benito (2019) 6 . La teoría del apego, cada vez más extendida, ofrece un marco comprensivo insoslayable sobre la enorme trascendencia que para la salud mental del niño o joven tiene cuidar el vínculo de apego, aunque los padres se separen. Este libro es una modesta aportación en ese sentido, habida cuenta de que el apego es una necesidad de primer orden.
Por ello, hemos estructurado este libro siguiendo esta lógica: para poder ser padres conscientes de lo que está en juego cuando se vive un divorcio, dedicamos la primera parte de esta obra a exponer por qué son tan necesarios los buenos tratos, pues de estos depende que un niño alcance un óptimo desarrollo y se proyecte a futuro como un adulto psicológicamente equilibrado, responsable y capaz de tratar bien a los demás. Por ello, explicaremos en qué consiste una parentalidad bientratante y qué son las competencias parentales. Seguidamente, expondremos por qué puede ser negativa —e incluso nefasta— para las personas menores de edad una separación conyugal conflictiva, violenta o negligente. Podría verse afectado nada más y nada menos que el neurodesarrollo del niño.
En la segunda parte, con este escenario sobre el cual sustentar la intervención, me detendré en cómo hacer que el divorcio de los padres sea doloroso pero no traumático. Proporcionaré una guía —desde el paradigma de los buenos tratos— sobre qué podemos hacer como padres antes, durante y después de la separación para que los niños y jóvenes puedan atravesar esta adversidad, apoyándose en los adultos y desarrollando recursos que les permitan afrontarla. Expondré también qué ocurre cuando hay rupturas pretraumáticas (ya generan trauma en sí como sucesos) y postraumáticas, y qué podemos hacer para ayudar a los niños en esas situaciones tan duras. Finalmente, ofreceré el testimonio de una persona que se divorció y trabajó para conseguir, junto con su expareja, un divorcio con buenos tratos. Pienso que las experiencias de las personas le dan todo el sentido y credibilidad a lo que decimos los profesionales; sin ellas, este trabajo quedaría cojo e incompleto.
Toda separación o divorcio de los padres es un conflicto. Conflicto que se debe manejar y abordar, porque no es tanto el conflicto en sí, como que este pueda resolverse, negociarse y gestionarse dentro de un clima de buenos tratos para todos. A lo largo del libro utilizo la palabra «conflicto» para referirme con ello a los divorcios más negativos y tóxicos. La palabra «conflicto» significa desacuerdo u oposición, pero también tiene la acepción de guerra o combate derivados de una oposición o rivalidad prolongadas. En el libro utilizamos ambos significados; dependiendo del contexto semántico, estaremos refiriéndonos al «combate entre los padres» en el cual el niño sale perjudicado o al «desacuerdo u oposición» que existe entre ambos al divorciarse.
Los padres competentes cometen errores en su crianza, pueden incluso reproducir los modelos transmitidos por la generación anterior, y necesitan aprender habilidades y recursos y reorganizarse tras la ruptura de pareja. Pero antes, durante y tras esta pueden reflexionar (e incluso cambiar los modelos inadecuados de la generación anterior), expresar las emociones, comunicarse, resolver los problemas y compartir una parentalidad responsable y bientratante mediante acuerdos en los que prime el interés superior del menor. Porque son padres que tienen capacidad parental suficiente 7 y, por tanto, pueden manejar el divorcio poniéndose en la piel de sus hijos, manteniendo el vínculo con ellos de una manera sensible y dándoles seguridad, sabiendo el dolor y el estrés que les genera un suceso de este tipo. No queremos padres perfectos —no existen—, sino padres conscientes y dispuestos a reflexionar. Padres que cometan errores, pero que también den lecciones importantes de reparación a sus hijos en estas situaciones 8 .
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