Tengo la esperanza de que en París tarden aún en disolver las unidades móviles de la Guardia Nacional, para que puedan así fusilar como a perros a los socialistas.
Eso fue precisamente lo que sucedió con la represión de la comuna de París (1871). A pesar de algunas apariencias, las ideas políticas de Verne siempre estuvieron en la derecha conservadora.
AMIENS
Después de la guerra franco-prusiana y de la posterior guerra civil, la situación económica no recuperó la normalidad inmediatamente. Verne tuvo que volver a trabajar como agente bursátil durante unos meses, mientras se aclaraba la situación financiera de su editor, que le debía bastante dinero y no podía volver a poner rápidamente en marcha su editorial. A finales de 1871, decidió instalarse definitivamente en Amiens, ciudad de unos 60.000 habitantes, con industrias textiles que daban trabajo a unos 30.000 obreros.
Por deseo de mi mujer, me instalo en Amiens, ciudad sensata, limpia, sin sorpresas. La sociedad es cordial y culta. Estamos próximos a París, lo bastante cerca para que lleguen sus reflejos, pero sin el ruido insoportable y la agitación estéril.
El tren llevaba a París en poco más de hora y media, con más de quince trenes diarios, y así podía resolver sus asuntos en París y estar de regreso en el mismo día. No le gustaba el ambiente de París: «No se puede trabajar aquí. Este lugar me pone nervioso. Es demasiado febril, tiene demasiado ruido». Y Verne necesitaba justamente tranquilidad para escribir la mayor parte de su obra, a un ritmo de tres volúmenes por año, posteriormente reducidos a dos volúmenes, aparte de los artículos y adaptaciones teatrales de algunas de sus novelas. Era ya un autor conocido, y la Academia Francesa le otorgó su premio en 1872 por el conjunto de los Viajes extraordinarios, es decir, por la escasa decena de novelas publicadas hasta entonces.
Además de tranquilidad, el plan de trabajo de Verne requería también una disciplina estricta, que mantuvo prácticamente hasta su muerte. Todos los días se levantaba a las cinco de la mañana, y escribía hasta las once. Después de comer se dedicaba a leer, consultar notas o corregir pruebas de imprenta en casa; iba a leer a la biblioteca municipal o, más frecuentemente, a la sala de lectura de la Société Industrielle de Amiens, de la que era socio. Había conseguido que la Société Industrielle se suscribiera a todas las revistas científicas e industriales publicadas en Francia, y Verne las hojeaba regularmente, tomando notas de los artículos que consideraba interesantes para sus novelas. Daba un paseo corto, cenaba y aún leía un rato en la cama antes de dormir.
En la entrevista hecha en 1895, Verne explicaba a la periodista Marie Belloc su método de trabajo:
Empiezo siempre haciendo un plan de mi próxima novela. No empiezo nunca un libro sin saber cómo serán el principio, el medio y el final. También he tenido siempre la buena fortuna de tener no uno, sino media docena de esquemas en la cabeza. Si me parece que se hace demasiado pesado, soy partidario de abandonar el trabajo y continuar más tarde. Una vez completado el plan primitivo, hago el esquema de los capítulos y escribo la redacción real a lápiz, ocupando sólo una mitad de la página, dejando la otra mitad para añadidos y correcciones. Me lo vuelvo a leer todo, y reescribo en tinta todo aquello que considero que ya está hecho. Creo que mi trabajo verdadero empieza con la primera corrección de las galeradas, porque yo no miro solamente la elegancia de la frase, sino que a veces rehago capítulos enteros [...] Afortunadamente, mi editor me deja completa libertad para las correcciones, y a menudo he llegado hasta ocho o nueve galeradas. Envidio, sin intentar imitarlos, a aquellos autores que pueden escribir desde el primer capítulo hasta la palabra Fin, sin necesidad de añadir o suprimir una sola palabra.
Lo que no dice en esta entrevista es que la mitad de las páginas reservada a añadidos y correcciones, eran a menudo escritas por Hetzel. Durante muchos años, el editor hizo revisiones, correcciones, sugerencias, etc., a todos los libros de Verne, quien las aceptaba con muy pocas excepciones.
Este ritmo de escritura lo mantenía también cuando estaba a bordo del Saint Michel, y sólo lo modificaba cuando iba al teatro, a reuniones sociales, o cuando viajaba. De cuando en cuando, se permitía alguna modificación de su régimen de vida. Por ejemplo, en 1873, efectuó una ascensión en globo, elevándose hasta los 1.200 metros sobre Amiens. Diez años después de haber publicado Cinco semanas en globo, escribió para el diario local Le Journal d’Amiens la crónica de su particular viaje, que sólo duró 24 minutos:
En globo, no es perceptible ningún movimiento, ni horizontal ni vertical. El horizonte parece mantenerse siempre a la misma altura. Gana en radio, eso es todo, mientras que la Tierra, bajo la barquilla, se agujerea como un embudo. Al mismo tiempo, silencio absoluto, calma completa de la atmósfera, sólo perturbada por los gemidos del mimbre que nos lleva.
En la década de los setenta volvió a dedicarse al teatro, para adaptar algunos de sus Viajes extraordinarios, como La vuelta al mundo en 80 días, o Miguel Strogoff, adaptaciones que escribió en colaboración con Adolphe de Dennery. Parece increíble que tuvieran tanto éxito dos piezas teatrales que eran pura acción, un constante viaje. Los protagonistas de estas dos novelas viajan compulsivamente sin parar. En el primer caso, por todo el mundo para no perder una apuesta; en el segundo, recorriendo Rusia y parte de Siberia para llevar un mensaje. Sin duda habría que buscar las razones del éxito en la recreación de paisajes y situaciones exóticas que contenían esas adaptaciones. En la representación de La vuelta al mundo en 80 días que se hizo en el Théâtre du Châtelet, aparecían en escena once elefantes, una locomotora y centenares de figurantes, y es de suponer que tenían bastante de espectáculo de circo. Estas adaptaciones teatrales hicieron realmente su fortuna económica. En un mes de representaciones, con teatros llenos de bote en bote, Verne obtenía prácticamente la misma cantidad que le pagaba Hetzel por un volumen. El editor Hetzel no fue muy generoso con uno de los autores que más dinero le hizo ganar, pero afortunadamente para Verne, los contratos no habían previsto nada sobre las adaptaciones teatrales. Los ingresos del teatro le permitieron cambiar dos veces de barco. En 1876 compró el Saint Michel III, un barco mixto de vela y vapor, de 30 metros de eslora y con una tripulación formada por diez hombres. Con él hizo largos cruceros por el mar de Irlanda, el mar del Norte, el Báltico, el Mediterráneo, además de los viajes por las costas normandas y bretonas, hasta que lo vendió diez años más tarde.
En cumplimiento de sus contratos editoriales, escribía dos o tres volúmenes anuales, que correspondían a una o dos novelas. Algunos periodistas no creían que una sola persona pudiera escribir tantos libros y decían que, en realidad, bajo el nombre de Jules Verne, había una agencia de escritores. Otros le acusaban de tener «negros» que trabajaban para él. No era el caso, pero este ritmo de escritura tuvo a la larga consecuencias sobre la calidad de las novelas. En mi opinión, las mejores fueron escritas antes de 1881, y entre las escritas en los últimos veinte años de su vida, creo que abundan las novelas bastante convencionales, algunas de ellas prescindibles, excepto para los devotos o estudiosos de Verne.
En 1888 decidió entrar en la política municipal. En las elecciones de ese año concurrían dos listas, la conservadora y la republicana, y Verne se presentó en la segunda lista, presidida por el alcalde saliente. Según la sobrina Marguerite Allotte, esta decisión supuso un disgusto para toda la familia, porque estaba integrado en una formación «ultra roja». El alcalde era un radical-socialista, que no tenía mucho de rojo, pero era defensor de la república laica y partidario de la separación entre Iglesia y Estado. La constitución de 1875 estableció un régimen republicano, democrático y laico, aunque la separación entre Estado e Iglesia no fue efectiva hasta la ley de 1905. Naturalmente, estas cuestiones eran contrarias a las ideas conservadoras de la familia, pero a fin de cuentas eran más o menos las que siempre había defendido su editor Hetzel. La enseñanza laica, gratuita y obligatoria se instauró en 1882, con lo que se cumplió uno de los ideales de Hetzel, ideal por el que tanto hizo Verne con su obra.
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