Dedicado a las personas que amo,
en especial mi familia, por la paciencia
y el gastado asombro que tienen
ante todas mis ocurrencias.
quien me dio el nombre
para uno de mis personajes.
Y a mi Monarca por su compañía.
Una historia familiar
Nacimiento de un legado
El futuro de un universo
La iniciación
Una oveja disfrazada
Vindicta
Nott Sueño I
Nott Sueño II
Nott Sueño III
Una roja enseñanza
Una flor en sol menor
La biología de un atardecer
El secreto del espejo
Nott Sueño IV
Nott Sueño V
El guardián de los sueños
Nott Sueño VI
La magia del olvido
La manzana del Edén
Una noche celeste
Calor de invierno
Fuerzas sutiles
El nacimiento de un dragón
Magia sanadora
Luna alada
Epifanía
Protegiendo un sueño
La fantasía de la verdad
Sin escape
Nunca sola
Lid
Investidura
El encuentro con una verdad
Semillas en la montaña
Sueño infinito
Los años han envejecido, solo queda tiempo para contar esta historia una última vez. La historia de Alana, hija de Astra Dottirgulbrand y un hombre fallecido, del cual solo recordaba verlo saltar desde lo alto de un ático. Ella tenía seis años, mientras que él, de puntillas al borde de un silencio eterno y con el alma echando alas, embozó en sus labios un “Perdóname” antes de precipitarse al vacío. La niña se quedó sin voz tras un grito desgarrador.
Aquella tarde habían pasado un día familiar al visitar el Museo de Gustav Tarla, inaugurado en fecha reciente. Era un monumento a la historia de la vieja Escandinavia, narraba su origen e historia vikinga junto a un pasado teñido de sangre y tesoros. En el museo, el padre se quedó mirando un cuadro durante largo tiempo, mientras Alana, de la mano de su madre, observaba maravillada un drakkar, con aquellas tablas moldeadas y la imaginación presa por la voz del guía, que contaba las aventuras sangrientas de los tripulantes.
De pronto, se alejó de su madre, tras indicarle con un gesto que se reuniría con su padre. Astra asintió con la cabeza y la siguió con la mirada hasta casi verla llegar a él. En ese momento, desprendió su atención para continuar escuchando el relato.
El padre despegó sus ojos del cuadro para observar las escaleras que se encontraban a un costado, para luego dirigirse hacia allí enceguecido, sin advertir la cercanía de su hija. Comenzó a subir apresurado los escalones, alejándose de la vida, mientras Alana lo seguía hasta llegar a lo más alto, donde presenció su inexplicable despedida.
Repasando en su memoria aquellos dolorosos recuerdos, siempre se preguntaba si aquel cuadro que contemplaba con especial atención gatilló su desquiciada decisión. Al hacer memoria de aquel ritual fúnebre, observaba a su madre en el preludio de un salón, tranquila y sin derramar una lágrima, la mirada perdida tras la ventana sin cristal de su mente, filtrando el aire que se hacía pesado con cada inspiración. Su rostro estaba moldeado por la nada, reflejaba una franca ausencia ante la confusa situación. Por su parte, Alana veía las siluetas difuminadas de todos los que deambulaban a su alrededor, percibía sus voces distorsionadas al contemplarse rodeada de cirios y abrazada a la escultura del magnífico y marmolado dragón, al cual rogaba que acabase pronto eso que parecía un horrible sueño.
Una historia familiar
Para entender es necesario volver atrás. La historia de una vida muestra los mejores momentos y los peores errores. Para avanzar y mejorar, hay que mirar los detalles, sanarlos y resignificarlos. En los orígenes se encuentra el punto de partida, mucho antes del propio nacimiento, en el principio del lazo de amor que dio la semilla del genealógico árbol, aquel que graba en genes la madera de la vida. Un tallado deficiente puede dejar en peligro la próxima floración e impregnar de un otoño permanente la estación que siempre debió ser primavera.
A partir de aquí, se narra la historia. Los Gulbrand eran una familia de renombre a finales del siglo XII. Sus arcas rebosaban una ostentosa fortuna, gracias a los buenos negocios del único heredero del apellido. Su nombre era Adámas, un gran negociante y explotador de diamantes, quien con el cumplimiento de un visionario sueño vio engrandecida su riqueza y estatus; tras ser favorecido con la conveniente opulencia de los lujos, dejó a la sucesión asegurada de comodidades. Este magnífico señor poseía un rostro inexpresivo, siempre se preocupaba por exhibir un grado extremo de pulcritud, a tal nivel, que su círculo cercano afirmaba que el perfeccionismo fue creado gracias a él; esta cualidad le sirvió para alcanzar los más altos estándares en todo acto realizado. Desde su nacimiento, su futuro matrimonial estaba arreglado y lo aceptó sin problemas, pues siempre pensó que aquella mujer había sido creada para él. De la unión nació una niña, quien heredó el patronímico nombre de Nisa Dottirgulbrand, además del gran negocio que continuó acrecentando la fortuna.
La familia poseía tres grandes terrenos distribuidos en el centro, norte y sur de aquel país nórdico, con más de veinte hectáreas cada uno. En ellos se alzaban enormes edificaciones antiguas, llamadas casonas de forma modesta, fortalezas castillosas construidas para la comodidad de un gran apellido.
Cada una de las casonas presentaba diferentes fachadas y estructuras externas, pero en su interior los espacios se repetían, excentricidad de un enamorado esposo con la única finalidad de que su amada se sintiese siempre en casa. Por este motivo, ordenó construir los castillos bajo estrictas características arquitectónicas, un gran regalo al que aquella mujer respondía con un cariño incondicional, al acompañarlo a lo largo del país o a cualquier parte del mundo. Durante estos viajes, alababa y se comportaba como la perfecta dama de compañía de un hombre de negocios bastante ocupado, ya que debía sortear variadas actividades en política, sumando a esto su influencia en el crecimiento y enriquecimiento de la región, además de su apoyo a la conectividad, tras entregar los recursos necesarios para la construcción del camino vial. En ese camino relincharía el tren al cruzar todo el territorio, para conectar y mantener un puerto en las cercanías de cada casona y encontrarse siempre con el abrazo maternal de la familia.
La primera en construirse fue ubicada en el centro del país, hoy es uno de los pocos lugares antiguos que conserva la ciudad. Está conformada por enormes pilares con robles y fresnos, frondosos arces rojos y otras variedades de robustos verdes, rodeada de una enorme muralla de piedra que delimita los metrajes resguardados de la historia. Ese espacio almacena el último recoveco no urbanizado y ha visto cómo la ruidosa ciudad crece a su alrededor sin dejarse intervenir por ella.
La segunda casona, ubicada al norte, posee la misma tipología de castillo medieval y está delimitada por barrotes de hierro forjado y una variedad de pinos, álamos, enormes robles y amarillos abedules, que susurran por las tardes al adormilado sol. En la cercanía, luego de pasar por la enorme puerta trasera, se encuentra un brazo de río con un rústico puente; al cruzarlo, se llega al panteón familiar. Si se continúa río arriba, es posible contemplar una cascada naciente de la montaña verde, que en su cima descubre una enorme explanada, interrumpida por un imponente bosque circular perfectamente delimitado; este ruedo verde es llamado Botón de Patrick.
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