A partir de ese momento y con la ratificación astral, Nisa se convertiría en la heredera del poder de Alayna, quien le entregaría los conocimientos de un dogma con el cual podría ayudarse y ayudar a los demás; gracias a esto, manejaría aquello que para un humano común era imposible. De esta forma, le ofreció un pacto que fue aceptado sin titubeos, aunque Nisa no entendía la dimensión de aquel acuerdo; sin embargo, sentía que su destino se anclaba en aquella voz, a partir de la cual nació la vertiginosa sensación de no saber hacia dónde su vida, en ese momento incierta, la llevaría; no obstante, vislumbraba un prometedor porvenir.
Alayna, en cambio, escondía un futuro poco alentador. Su salud se había deteriorado de forma brusca, ni siquiera todos sus brebajes eran capaces de curar un destino dictado. Era la última de una estirpe proveniente de un antiguo linaje álfar. No había dado demasiada importancia a esto, al suponer que su vida sería prolongada. Por este motivo, pausó su corazón, preocupada por ayudar a otros, además de grabar en libros la sabiduría de sus orígenes, colmando así sus días. Para cuando entendió la situación, no le quedaba otra salida que resignarse a perder su poder y saber. Sin embargo, una luz de esperanza apareció en la figura de Nisa, así que le traspasó su semilla milenaria en conjunto con sus dones, con el objetivo de que prevalecieran. Esto se realizó mediante un ritual de sangre y fluidos propios del amor. En nombre del intenso sentimiento que las unió, fueron una en cuerpo, alma y corazón para transmitir un legado mágico.
Alejado de toda conocida normalidad, el influjo de aquel injerto generacional llevó a la familia Dottirgulbrand una mezcolanza híbrida que, cual sirena que al principio obnubila con su belleza y envuelve a quienes la contemplan, al final se reconocía como una criatura diferente, unión de dos partes. Esta unión del destino permitió que la sangre más pura y antigua crease un vínculo con la más incipiente y dañina, en un pacto que se llamó sécula de casta.
Al valerse del tiempo circular que entregaban los sueños, Alayna logró que cada momento se resignificara y extendiera. Aquellos saltos hacia el futuro onírico le llevaron visiones del futuro, así descubrió todos los conocimientos que Nisa podría necesitar en su ausencia. Continuaron de este modo hasta que la instrucción estuvo completa, luego de un período arduo e intenso. Alayna, además, dejó escrita su herencia por medio de predicciones; luego, le entregó sus posesiones.
Durante el poco tiempo que vivió, se dedicó en su mayoría a preparar a Nisa en la práctica de lo que no pudiese aprender de los libros que se habían escrito a lo largo de los años, incluyendo los que ella creó, clasificó y guardó. Sin duda, lo más importante era el manejo de los sueños, ahí residía la verdadera conexión con la esencia del mundo y la creación, el poder entregado desde el nacimiento del cosmos. Por otra parte, era necesario que Nisa manejara de forma correcta los dones que su descendencia recibiría durante la luna roja, aquellos que utilizarían respetando las leyes que regían el dogma.
El control de los sueños era una capacidad álfar, pero solo a aquellos de mayor rango se les otorgaba la facultad de viajar a través de ellos, como hacía Alayna. Este poder la ayudó a manejar algunos eventos importantes para la transcendencia y evolución humana. Seres como ella eran capaces de ingresar a los sueños para mostrar el futuro y modificar el presente; gracias a esto, el pasado sanaba el mañana y el ahora; de este modo, propiciaba uniones de parejas, modificaba conductas dañinas o entregaba el poder para concretar proyectos. Al final, como bien decía ella: “Todos nacemos de un sueño”.
Antes de ella, la historia se rastreaba hasta el inicio de los tiempos, momento en que llegaron los álfar. Cayeron desde la luna como rocío matutino para impregnar de tranquilizadora bondad, equilibrio y amor cada rincón de la tierra. El mundo florecía bajo su influencia, pero pronto la creación incorporó una nueva raza, aquella imperfecta de indomables sentimientos, que llevó consigo lo que ya conocemos: la normalidad absoluta, el Midgard o mundo de los hombres. El problema de los álfar eran sus depredadores naturales, unos seres oscuros, restos de la creación que vagaban devorando cualquier rastro de luz y amor que los álfar protegieran con su corazón. Además, los seres sutiles se caracterizaban por su fragilidad, razón que los confinó a lugares ocultos donde su población se redujo tristemente, pues eran incapaces de soportar la realidad hostil administrada, en su mayoría, por su última creación: los humanos. Algunos de estos seres habitaron los confines de los sueños perdidos en el llamado Golden, una dimensión anexa y dependiente de los mundos, donde se manejaban las civilizaciones dentro y fuera de la orbe; sin embargo, vivieron allí con capacidades limitadas, pues una vez que decidían confinarse, obtenían seguridad e infinitud, aunque se convertían en algo más parecido a una ilusión que a un ser real.
Alayna, antes de partir, le aseguró a Nisa que existían otros como ella, pero estaban tan resguardados que difícilmente le alcanzaría la vida para encontrarse con alguno de ellos. Además, le dio la noticia de que en su vientre llevaba a una hermosa niña fruto de su matrimonio.
Hasta la muerte de Alayna, la última del linaje que llevaba solo sangre mágica, la historia de la familia había consistido en un inagotable cultivo de sabiduría, descrita como un templo de enseñanzas y aprendizajes establecidos, heredados de generación en generación. El aprendizaje comenzaba desde muy pequeñas, bajo un proceso educativo en forma de juego, que se estructuraba y complejizaba a medida que las hijas crecían. Las bases de esa educación tenían su origen en la historia del legado.
A partir de Nisa y el mestizaje ritual, del cual heredó parte de la sangre álfar, la descendencia se rastrea en la forma de un árbol infértil con nidos vacíos de aves madres que, como viudas negras, se quedaron sin los machos que deseaban anidar junto a ellas, víctimas de una devastación incongruente y poco estética que, lejos de ser aceptada, se tornaba grotesca frente a la contemplación.
El futuro de un universo
Siete siglos después, a principios del siglo XX, la estación ferroviaria continuaba con su vaporada canción al incorporar nuevas máquinas con renovados aires de modernidad. El caudal patrimonial de la familia seguía tan estable como la estructura de los diamantes que explotaban. Una escultura en el centro de la ciudad recordaba quién llevó la riqueza y el avance de la antigua época, un serio señor con un pedazo de piedra en su mano, una de las más grandes gemas llevada desde su minera india, que fue la base del impulso al vuelo de un creciente y visionario proyecto; gracias a sus buenas obras, le otorgaron un título de nobleza. En la leyenda escrita a sus pies, se podía leer: “Un grande que muchos no tendrán el lujo de conocer, pero podrán admirar su obra grabada en cada magnífica intervención. Adámas Gulbrand, una noble mente, inagotable de sabiduría e ingenio, el pueblo escandinavo estará eternamente agradecido”.
Las casonas imponentes aún contemplaban los atardeceres despedirse día a día. A partir de Nisa afloraron once generaciones de matriarcas. Al ser solo féminas, el apellido Dottirgulbrand se mantuvo. La progenie de principios del siglo XX estaba conformada por Astra, Aria y Kaira con una diferencia de dos años en cada nacimiento, Astra era la menor de ellas. Se les llamó las hijas de la luz, según el libro de profecías que auguraba los secretos familiares. Crecieron en la casona norte, uno de los pocos lugares donde el entorno social y natural se conservó a pesar del paso del tiempo, incluso al mantener en el subconsciente las creencias relativas a la magia y lo sobrenatural que colmaban de historias y leyendas el caramillo popular.
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