—Estás en el lugar correcto.
Ante el susurro, Nisa se volteó para ver a una hermosa mujer de abultada cabellera rojiza hasta la cintura, con un largo vestido que cubría sus pies. Le acercó un canasto con hierbas recién cortadas, mientras la invitaba a avanzar junto a ella.
—Perdón, pero estoy buscando a alguien especial. —El desconcierto de Nisa era evidente.
—La has encontrado.
La mujer la guio a través de una pradera con elevado pasto, lo que hizo dificultoso el avance. La pelirroja aparición, acostumbrada al recorrido, le llevaba distancia, lo que impedía el diálogo y dejaba de lado los cuestionamientos que Nisa guardaba en el límite de la lengua. Luego de varios minutos de caminata, el pastizal terminó de forma abrupta, para dejar una mohada alfombra que cubría la base de una de las más altas laderas.
La mujer comenzó a subir por medio de un improvisado camino, a medida que le gritaba, desde la ascendida lejanía, que dejase su caballo entre los arbustos; señaló una corraliza natural, donde se encontraba otro caballo, o eso parecía. Al observarlo, Nisa descubrió que tenía más de cuatro patas, pero para ese entonces estaba muy cansada, así que dejó que esa explicación la calmara. Tomó una fría bocanada de aire antes de emprender la suicida escalada a través de un hilo discontinuo de rocas sobresalientes.
—¡Apresúrate, el té se enfría! —Los gritos de aquella aparición resonaban en medio del paisaje de rocosas depresiones cicatrizadas que dejaron los glaciares.
El lugar era acogedor, cálido y olía a vainilla con notas de albahaca.
—Alayna es mi nombre. —Le ofreció unos dulces rollitos de masa crujiente—. Debes estar cansada por el largo viaje. —Sirvió una caliente infusión.
Nisa respondió que era tal su cansancio, que hasta creyó ver un caballo de seis patas. Alayna sonrió, guardándose la respuesta al comentario; luego, añadió que la infusión le devolvería las fuerzas.
—¿Qué te trae hasta este lugar? —Dio un soplante sorbo a su bebedizo.
—Creo que lo sabes, ¿verdad?
—¡No soy Odín, por las diosas!
Nisa rio divertida. Aquella mujer sabía la respuesta y lo que escondía ese corazón en llamas, pero necesitaba conocerla más, despojarla de la envoltura caparazonada que solo los humanos con abundantes riquezas y títulos de nobleza poseían, como parte del ropaje distintivo de una clase especial, aquella no veía con buenos ojos la transgresión de los cánones o cualquier diferencia que no se ajustara al rígido entorno social.
Nisa inició la historia de su trágico desencuentro amoroso, poseída por el rencor que crecía en intensidad con cada recuerdo. En un momento, Alayna le ofreció más infusión, su delicada vasija parecía a punto de romperse ante la fuerza iracunda que era utilizada para narrar la desventura.
—Bébelo, te sentirás mejor, te lo aseguro.
Nisa dio algunos sorbos antes de continuar el relato. Su corazón se apaciguó con lentitud, cada gota del brebaje calmaba sus latidos y relajaba su voz, mientras la amargura y el resentimiento desaparecían como el vapor tras un soplido. Así, desde la transmutación de aquel sentir, ascendieron con energía, cual serpiente que se arrastraba por sus entrañas, la fuerza y la determinación de Nisa. Percibió una gran seguridad que se arremolinaba en una ensalada de sensaciones nunca experimentadas. En ese trance hacia una nueva consciencia, levantó sus manos y las observó como si fuera la primera vez, pensando en cuánta belleza poseían, mientras articulaba movimientos sutiles con ellas.
Alayna la estimulaba por medio de frases para que continuara con aquel descubrimiento, hasta que le acercó un reflejo de sí misma cristalizado en un pulido trozo de piedra nacarada. A medida que se miraba, sus facciones mejoraban, su cabello crecía y abultaba, las mejillas tomaron un nuevo color rosa, sus labios se acentuaron y la nariz se perfeccionó. Al fijar su mirada en el busto, este se extendió de manera leve y su silueta se ajustó, los muslos crecieron hasta adquirir formas curvas, mientras su piel se volvía tersa y suave.
—¿Qué me has hecho? —A pesar de su sorpresa, una sonrisa iluminaba el rostro de Nisa.
—Siempre has sido tú. Esos sorbos cálidos que bebiste, solo retiraron el velo empañado que te cegaba. —Alayna le dedicó una satisfecha y dulce mirada.
A partir de ese momento, Nisa vio con claridad y tomó consciencia de su cuerpo y la hermosura que poseía. Entendió el verdadero valor y el significado del amor propio, esto le entregó las alas de la libertad. Además, asumió el compromiso que Alayna le pidió de forma encarecida: mantener esa nueva imagen incluso frente a la tormenta de autosabotaje que muchas veces la lapidaba. De esta forma, su cuerpo se vistió de alma, dejando visible la esencia de su ser, aquel que mostraba una inagotable belleza, a diferencia de la destructiva imagen que se inventaba a diario. Su vida se transformó a partir de esas gotas de amor que la purificaron. Conocido es que el amor todo lo mejora, al manifestarse en su existencial extensión.
Aquella mujer, inmersa en el refugio paralelo de su mundo, era incapaz de dimensionar la manera en que su vida cambiaba. Detuvo su mirada para observar con lentitud a Alayna, la admiró desde el cabello hasta los pies, antes de asegurar que jamás imaginó que fuera tan bella; cuando le hablaron de un ser mágico que podría ayudarla, conjeturó que se trataría de una malévola aparición.
—En cambio luces como una sirena perdida en una verde floresta. —Nisa inclinó su cabeza con ternura.
Ambas respondían a la conversación con dulces sonrisas. En algún momento, Nisa agregó que sus palabras eran coherentes con el encanto de tu voz, y esbozó una expresión cálida mientras recorrían sus rostros con miradas. A partir de ahí, la charla continuó entre dimes y diretes.
Alayna, en busca de cualidades y carencias, interrogó a Nisa para conocer a profundidad a aquel ángel que tenía enfrente.
—¿Cuáles son tus dones?
Nisa esbozó una mueca de duda.
—Francamente, no entiendo a qué te refieres.
—¿Tienes algún poder especial? ¿Cantas, bailas, tocas algún instrumento?
—¡No! —Se apresuró a contestar.
—Entonces ¿qué te gustaría hacer?
Los ojos de Nisa se iluminaron al contemplar una ilusoria imagen mental, antes de responder con un suspiro:
—Danzar, mover mi cuerpo al ritmo de un impulso.
Se acercó al oído de Alayna para susurrarle un secreto: amaba bailar. Luego se levantó de manera brusca y, ayudada por la expresión de sus manos con aire de reproche, explicó que la danza era considerada rebelde y obscena por sus padres. En aquel castillo de princesa donde la seriedad y el cumplimiento de normas sociales era lo principal, el baile no estaba permitido. Nisa siempre rumiaba la idea de que si sus familiares experimentasen la rebosante fuerza que florecía desbordando de su ser, no la condenarían.
—Pasión.
En definitiva, la palabra expresada por Alayna explicaba aquella expresión sin restricciones que daba rienda suelta a la emoción, la cual satisfacía sus deseos y encendía su alma. Nisa concluyó, a modo de resignación, que solo restaba vivir la vida que otros elegían para ella y construir lo que todos construían.
Alayna la rescató de ese encasillamiento mental con una nueva pregunta:
—Si no existiesen reglas, normas ni prototipos, ¿qué harías?
El rostro de Nisa se alumbró con una sonrisa:
—Danzaría libre, expresaría lo que para mí es la más hermosa forma de arte.
Con un brindis, Alayna celebró sus respuestas e hizo que resonaran las copas de fondo:
—¡Todo siempre se puede cambiar!
Fue una maravillosa velada. Discutieron temas poco debatidos y bebieron brebajes exóticos, mientras se revelaba ante los ojos de Alayna el mensaje que escondía la antorcha de Loki, aquella estrella que alumbró esa noche. Consistió en un evento astrológico inusual que apareció para manifestar sus secretos, ya que esa señal confirmaba lo que sintiera hacia Nisa esa primera vez, la posibilidad de encontrar un predecesor.
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