—¡No, deténgase! —gritó cuando alargaste la mano para tomar el paquete—, ni se le ocurra tocarlo, ¡esa cosa es muy peligrosa!
—Pero, ¿qué…?
—Conjure… * * También conocido como hoodoo, es una forma de magia utilizada por la población afrodescendiente del sur de los Estados Unidos que no se relaciona necesariamente con las prácticas vudú.
—susurró con los ojos bien abiertos y a punto de jalarte de la gabardina. Miraste de nuevo hacia el bulto oculto en la pared.
No era la primera vez que veías algo de aquella naturaleza, y mucho menos en las zonas turbulentas de Nueva Orleans, pero algo en el olor de aquel objeto te hizo saber que esa ocasión las cosas eran distintas. No sabías si era porque la imagen de aquel niño se te había quedado clavada en la psique, o porque seguías sin explicarte la desesperación de aquel hombre por proteger un supuesto cadáver.
Pero fuera lo que fuese, sabías que estabas a punto de involucrarte en algo peligroso, un misterio inquietante que no sería fácil de resolver.
Y para ti, no había sensación en el mundo más maravillosa que ésa.
* —Conjure… * * También conocido como hoodoo, es una forma de magia utilizada por la población afrodescendiente del sur de los Estados Unidos que no se relaciona necesariamente con las prácticas vudú. —susurró con los ojos bien abiertos y a punto de jalarte de la gabardina. Miraste de nuevo hacia el bulto oculto en la pared. No era la primera vez que veías algo de aquella naturaleza, y mucho menos en las zonas turbulentas de Nueva Orleans, pero algo en el olor de aquel objeto te hizo saber que esa ocasión las cosas eran distintas. No sabías si era porque la imagen de aquel niño se te había quedado clavada en la psique, o porque seguías sin explicarte la desesperación de aquel hombre por proteger un supuesto cadáver. Pero fuera lo que fuese, sabías que estabas a punto de involucrarte en algo peligroso, un misterio inquietante que no sería fácil de resolver. Y para ti, no había sensación en el mundo más maravillosa que ésa. * También conocido como hoodoo, es una forma de magia utilizada por la población afrodescendiente del sur de los Estados Unidos que no se relaciona necesariamente con las prácticas vudú.
También conocido como hoodoo, es una forma de magia utilizada por la población afrodescendiente del sur de los Estados Unidos que no se relaciona necesariamente con las prácticas vudú.
CAPÍTULO 4
MAGIA IMPROCEDENTE
—¿No deberíamos esperar a los auxiliares?
—La puerta está abierta si quieres largarte, Broussard —respondiste, para luego ponerte un par de guantes de látex nuevos—, además, éste sigue siendo mi caso. Y a menos que encontremos restos humanos aquí dentro, no pienso dárselo a los pendejos de homicidios hasta que llegue al fondo del asunto.
Tu asistente tragó saliva y luego asintió, con el presentimiento de que, aún si encontraras una cabeza dentro del bulto, no dejarías el asunto en otras manos. La morgue estaba vacía, pero él sabía que tampoco te importaría mucho si uno de los forenses llegaba y te sorprendía usando los instrumentos; no sería la primera vez y de seguro encontrarías la forma de hacer sentir al especialista que él era el invasor en su propio espacio de trabajo.
El muchacho ya conocía tu metodología lo suficiente para saber que eras más implacable —o testarudo— que la tormenta que golpeaba con insistencia el tragaluz, haciendo titilar las lámparas blancas del techo.
Ante su ligero temblor, me enrosqué con ternura alrededor de los hombros del pobre chico para protegerlo y no precisamente de la temperatura de la habitación fúnebre. Sus ojos oscuros se clavaban en el bulto que acababas de poner sobre la larga mesa de disección, como si creyera que de un momento a otro fuera a moverse por sí solo.
Durante los meses que tenía trabajando contigo, él había visto cosas desagradables, pero aquello le provocaba unas náuseas inmensas, un miedo gélido que insistía en meterse bajo su piel.
Cuando te vio tomar con firmeza un bisturí y una pinza de la charola, para luego arquearte sin una pizca de repulsión hacia el pestilente objeto, Malen hizo todo lo posible por erguirse y mostrar un semblante tan profesional como el tuyo. Tenías cuatro meses dándole largas sobre el puesto oficial de compañero, pero hasta el momento, no le importaba ser sólo tu asistente; podrías ser un cabrón de lo peor, pero eso no cambiaba el hecho de que sentía una admiración auténtica por ti, por tu afilada inteligencia y frialdad para resolver casos, cosa que no sabías si convertía a Malen en el hombre más santo de Nueva Orleans o en el más masoquista.
Sin más, clavaste el bisturí, pero en cuanto la navaja cortó el primer estambre, te enderezaste con el ceño fruncido.
—¿Jefe?
Cercenaste otra costura de aquel grueso hilo y lo jalaste con la pinza para traerlo frente a tus ojos. Una de tus cejas se levantó al comprender que no era hilo. Era cabello.
—Qué creativos —soltaste con ironía, para luego dejar el filamento a un lado y comenzar a cortar los otros—. ¿Sabes, Broussard? Durante años he confiscado ngangas, * * Caldero perteneciente a un Tata o Padre de la religión Palo Mayombe.
sacado muñecos de ataúdes diminutos e, inclusive, he visto a gente venir a este mismo lugar a pedir el agua con la que lavan los cuerpos, y aun así estos hijos de puta nunca dejan de sorprenderme.
Aunque a Malen no le gustó el comentario despectivo, prefirió guardar silencio, convencido de que había cosas de las que no era su responsabilidad educarte. Por más morena que fuese tu piel, tal cual lo fue la de tu madre, seguías teniendo mucho de tu padre por dentro…
Sonreí con ironía al pensar en lo mucho que te habría “agradado” esa comparación.
El bulto se abrió como un estómago sobre la mesa y la peste brotó cual vísceras derramadas. Tu asistente se llevó el dorso de la mano a los labios y tú ladeaste la cabeza con decepción al ver que allí dentro había todo menos un cadáver.
Siete botellas pequeñas de licor, vacías y sin etiqueta, con navajas de afeitar y restos de chiles rojos en su interior, además de mamilas de hule a modo de tapa. El bulto también tenía tierra húmeda, colillas de habanos y unas monedas repartidas entre la suciedad, pero nada más.
Tomaste una y distinguiste el dibujo de una palmera grabada en una de sus caras.
—¿Un gourde? —susurró tu asistente.
—Dinero haitiano. Un clásico —espetaste, encerrando aquella moneda en tu palma enguantada.
Tomaste un puñado de bolsas de plástico y metiste un poco de todo lo que había en el bulto dentro de ellas, incluyendo uno de los grotescos biberones.
—Lleva estas muestras al laboratorio —ordenaste a Malen, alargándole los paquetes—. Quiero saber por qué demonios hieden a mierda. Y presiona a Alphonine para que se apresure en traer su trasero aquí. Necesito que eche un vistazo a todo esto.
Al ver que tu asistente no tomaba las bolsas, mirándolas como si estuviese hipnotizado, las estampaste en su pecho con brusquedad. El joven reaccionó como si le hubieras puesto un trozo de hielo sobre la piel.
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