—Qué bueno que lo mencionas, porque justamente de eso quiero hablarte.
En cuanto dijo esas palabras, un mal presentimiento te hizo bajar los brazos. Miraste también hacia el chico.
—Vaya al grano, capitán.
Al ver que ponías las cosas de esa manera, su semblante se endureció.
—¿Cuánto tiempo tiene Malen Broussard trabajando para ti, Hoffman?
—Seis meses.
—Su esposa me dijo esta mañana que ya eran ocho —tu entrecejo se arrugó.
—¿Malen tiene mujer?
—Dios mío, llevas más de medio año trabajando con él y no tienes idea de quién es más allá de lo que hace dentro de esta oficina, ¡hace un maldito mes viniste a preguntarme su edad! Y sí. Tu asistente está casado.
—¿Y qué si no lo sabía? No necesito involucrarme en la maldita vida de Broussard para que me sea útil.
—¡Ése es el jodido problema, Salvador! —exclamó, estrellando su puño en el escritorio—. El chico ha sabido aguantar tus desplantes, pero sigue sin ganarse el respeto suficiente para que le des un puesto estable como tu compañero. Ese muchacho tiene familia, ¡necesita estabilidad, entrar en la nómina para conseguir un seguro y no lo está consiguiendo contigo! No lo traje desde la academia para que te preparara el café en las mañanas.
—¡Yo no le pedí que lo hiciera!
—Y aun así lo sigues tratando como tu maldito secretario en vez de enseñarle lo que se necesita para estar a la altura de este trabajo —replicó, enrojecido—. Quiero detectives eficaces, Hoffman, agentes más listos que el puto diablo dispuestos a dejarse la piel por cumplir su deber. ¡Quiero más gente como tú, maldita sea!
Los gritos de tu superior fueron tan sonoros que, de pronto, tenías todas las cabezas de la estación virando hacia la oficina. El capitán se levantó y cerró las persianas con un fuerte jalón.
—¿Y qué hará al respecto, eh? —gruñiste, indispuesto a dejarte amedrentar—, ¿dejarme trabajar solo, como siempre he querido?
El hombre se limpió el sudor con un pañuelo de su bolsillo y sonrió.
—Estás loco si crees que voy a ceder a tus caprichos, eso sólo demostraría tu incapacidad de avanzar y la mía de ponerte en tu sitio, así que no. No trabajarás solo. Voy a reemplazar a Broussard.
Te incorporaste tan rápido que la costosa silla de piel sucumbió ante el empujón.
—¡Hoffman! ¡¿Pero quién carajos te crees para…?!
Tres golpes pesados resonaron sobre la puerta de la oficina. Tres golpes que te hicieron mirar a tu superior con incredulidad. El hombre cerró la boca, respiró profundo y se sentó detrás de su escritorio una vez más, recuperando la compostura.
—Pasa, muchacho —ordenó lo más tranquilo que pudo. La puerta se abrió despacio y unos ojos indómitos observaron la habitación.
Recuerdo muy bien que la presencia de ese chico retumbó con más fuerza que el trueno que acababa de romper contra el cielo. Mi cuerpo tomó forma de ese por instinto, porque hacía mucho tiempo que no estaba tan cerca de uno de ellos.
Todas las alarmas se encendieron en tu cabeza.
—Hoffman, te presento a tu nuevo compañero —dijo tu superior con una sonrisa orgullosa—. Su nombre es Tared Miller.
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