Josep Maria Salrach Marés - El hambre en el mundo

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Esta obra parte de la toma de conciencia de la gravedad de la situación alimentaria actual (alrededor de una sexta parte de la población mundial está afectada de desnutrición) y de la convicción de que el conocimiento histórico puede ayudar a erradicar este drama humano, el más grave. El libro arranca con el estudio del hambre en Europa y el mundo mediterráneo en la prehistoria, para después dilatar la panorámica y convertirla en universal. Analizado de este modo el hambre en el pasado, se allana el camino para comprender mejor el hambre en el presente: para explicarnos la actual geografía del hambre y sus causas, para valorar los programas que se adoptan contra el hambre, y para acumular razones para indignarse por el hecho de que, después de milenios de lucha, el hambre aún persista entre nosotros.

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El abanico de plantas cultivadas y animales domesticados que muestran los registros arqueológicos de época neolítica aumentaron durante el milenio anterior a nuestra era, durante las Edades del Bronce y del Hierro. La arqueología muestra que entonces ya se cultivaba una variedad de cereales (cebada, trigo, espelta, mijo, maíz, avena), leguminosas (haba, lenteja, guisante, garbanzo) y frutales (viña, olivo, higuera, granado, almendro, ciruelo, manzano, peral) para el consumo humano y animal, y que la cabaña ganadera estaba formada por bovinos, perros, cabras, asnos, caballos, ovejas y cerdos. También la arqueología revela los progresos efectuados en las técnicas de almacenamiento y conservación de los alimentos, y en su transformación para el consumo. 8Sin embargo, sería utópico imaginar que estas poblaciones vivían de otra manera que en condiciones precarias. La desnutrición y la inseguridad alimentaria debían ser las condiciones habituales de existencia para la mayoría. Lo podríamos corroborar si otorgáramos confianza como fuente histórica a la Biblia, testimonio de muchos aspectos de la vida de las poblaciones del Próximo Oriente anteriores y contemporáneas a la romanización. Las referencias al hambre son muy frecuentes, 9y también al canibalismo de supervivencia, considerado abominable. 10No importa que el hambre, cuando se ha producido, ya sea por factores naturales o por guerras, sea interpretada como un castigo divino, y que el canibalismo, sobre todo el paternofilial, más que como un hecho, se presente como una terrible amenaza de Dios contra el pueblo desobediente e incrédulo. El caso es que, cuando la Biblia habla de hambres, lo hace por referencia a hechos reales o supuestamente reales, y cuando amenaza con el canibalismo de supervivencia es creíble para oyentes y lectores (lo ha de ser), lo que presupone que era una desgracia verosímil y hasta quizá conocida.

Durante estas fases de la historia humana, el Neolótico y las Edades de los Metales, surgieron en el Próximo Oriente las primeras formaciones políticas: los reinos o imperios de Mesopotamia y Egipto. La base económica de estas construcciones era la agricultura, bastante desarrollada para permitir la generación de excedentes y la división del trabajo. De ahí que también naciera entonces la ciudad, sobre todo como núcleo y centro de consumo, y por eso mismo también área de desarrollo de la producción artesanal y el comercio. En estos primeros Estados las condiciones de vida de los trabajadores eran muy duras. A menudo, o quizá habitualmente, no disponían de todo el alimento necesario porque se lo arrebataban los poderosos que los governaban. Podemos imaginar que es precisamente para eso, para organizar de forma gigantesca la explotación del campesinado, que las aristocracias de aquel tiempo dieron forma a los primeros imperios. Ahora y aquí, por tanto, comienza (por lo que respecta al mundo occidental) una milenaria historia no acabada de distribución desigual de la riqueza que es, en sí misma, causa de desnutrición y hambre.

Una vez más, la Biblia lo explica: el faraón de Egipto tuvo un sueño,

Se encontraba a la orilla del Nilo y vio salir de él siete vacas, bellas y gordas, que iban pastando entre los juncos. Detrás de ellas salieron otras siete, feas y flacas, que se quedaron al lado de las primeras, a la orilla del río. Las vacas feas y flacas se comieron a las siete bellas y gordas. En aquel momento el faraón se despertó. Después se volvió a dormir y tuvo otro sueño: vio salir siete espigas de un mismo tallo, gruesas y plenas. Detrás de ellas nacían otras siete, raquíticas y quemadas por el viento del desierto. Las raquíticas engulleron a las espigas gruesas y plenas. En aquel momento el faraón se despertó.

Inquieto por el sueño, el faraón pidió que le fuera interpretado y sus colaboradores le llevaron a José, un esclavo hebreo a quien Dios había concedido este don, y que interpretó el sueño en el sentido de la abundancia y la escasez:

Dios muestra al faraón lo que está a punto de hacer. Los siete años próximos serán de una gran abundancia en todo Egipto. Después seguirán siete años de hambre que borrarán en Egipto el recuerdo de la abundancia de los siete años precedentes, porque el hambre consumirá todo el país [...] Ahora, pues, que el faraón busque a un hombre inteligente y sensato, y que le dé autoridad sobre el país de Egipto. Que nombre también inspectores por todo el país, encargados de recaudar la quinta parte de las cosechas durante los siete años de abundancia. Que recojan todos los víveres de las añadas buenas que vienen y que almacenen las provisiones de cereales en las ciudades, bajo el control del faraón. Estas provisiones servirán después de reserva para el país de Egipto durante los siete años de hambre que han de venir. Así el país no morirá de hambre. 11

La lectura es clara. Los jefes de estas grandes formaciones políticas de la antiguedad (imperios agrarios) eran responsables de la buena marcha del sistema social, lo que quería decir garantizar la supervivencia de todos, sin olvidar a aquellos que con su trabajo mantenían al conjunto. Almacenar excedentes de los años buenos para compensar los malos era, pues, una medida sensata de gobierno. Pero ¿almacenar qué grano? El texto lo dice claramente: la quinta parte (el 20%) de la cosecha de todos los campesinos de Egipto sustraído por los agentes del fisco, grano que, una vez recaudado, se tenía que almacenar en los graneros que la autoridad tiene precisamente en la ciudad, lejos del control campesino. Indirectamente, este pasaje del Génesis nos dice, pues, que en los Estados del Próximo Oriente funcionaba ya una especie de Hacienda pública (estatal) con inspectores encargados del cobro de impuestos y contribuciones, y unos centros de custodia de la riqueza recaudada, que de una manera o de otra se tenía que distribuir. Aunque el texto hable de una situación excepcional de emergencia, el escenario es claro: estamos en los lejanos orígenes de la fiscalidad de Estado que, en sistemas tan desiguales como aquellos, normalmente desproveía a los pobres para alimentar a los ricos. Un sistema que también se podría presentar como de explotación del campo por la ciudad, aún más cuando en la ciudad residíen autoridades y terratenientes que explotaban el campo no sólo por medio del impuesto público, sino también a través del trabajo del esclavo rural y de la renta satisfecha por campesino no propietarios.

Traducida al latín por san Jerónimo (m. 420), la Biblia fue, en época medieval, el libro más leído por los clérigos, que la interiorizaron y la tomaron como modelo, incluso en la doctrina política. Esta historia de José y el faraón debía ser entonces interpretada en el sentido de legitimar la recaudación de impuestos o contribuciones, consideradas riqueza pública al servicio de la «cosa pública»: mantener a los gobernantes y subvenir a las necesidades del pueblo en años de carestía. La participación de José, hombre muy religioso a quien Dios había dado el don de interpretar los sueños y conocer sus designios, como un consejero en asuntos fiscales y después ministro de Hacienda del faraón, responsable de la recaudación, tendría continuidad en la Antiguedad Tardía y en la Alta Edad Media en la conducta de los obispos que, como consejeros y gobernantes en las ciudades y en la corte de los reyes germánicos, intervenían en asuntos fiscales.

LA TRADICIÓN GRECORROMANA

En el mundo mediterráneo, los grandes herederos de los Estados antiguos del Próximo Oriente fueron las ciudades-estado griegas y el Imperio Romano. Sin embargo, no nos engañemos; pese al espectáculo de sus monumentos, estas formaciones políticas eran lo que hoy llamaríamos economías subdesarrolladas. Lo decimos, siguiendo a Garnsey y a Saller, por el grado de pobreza de las masas populares, el predominio de la mano de obra agrícola, el bajo nivel técnico, la importancia de la tierra como fuente de riqueza y poder, y la prevalencia del sistema de valores de la aristocracia terrateniente. 12Si esto era así, y confiamos en estos autores cuando nos dicen que los campesinos de la época romana vivían al límite de la subsistencia produciendo pocos excedentes y los que producían aún se los llevaba el fisco y la renta, habremos de concluir que las masas rurales vivían instaladas en la precariedad, a merced de las frecuentes oscilaciones de las cosechas. Entres aquellos campesinos pobres había un porcentaje elevado de desnutridos, como a buen seguro los había en los imperios del Próximo Oriente antiguo. Pero, ¿y hambres catastróficas de gran mortaldad? ¿Las hubo?

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