Josep Maria Salrach Marés - El hambre en el mundo

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Esta obra parte de la toma de conciencia de la gravedad de la situación alimentaria actual (alrededor de una sexta parte de la población mundial está afectada de desnutrición) y de la convicción de que el conocimiento histórico puede ayudar a erradicar este drama humano, el más grave. El libro arranca con el estudio del hambre en Europa y el mundo mediterráneo en la prehistoria, para después dilatar la panorámica y convertirla en universal. Analizado de este modo el hambre en el pasado, se allana el camino para comprender mejor el hambre en el presente: para explicarnos la actual geografía del hambre y sus causas, para valorar los programas que se adoptan contra el hambre, y para acumular razones para indignarse por el hecho de que, después de milenios de lucha, el hambre aún persista entre nosotros.

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La diferencia que establecemos así entre campo y ciudad seguramente no sería aceptada por muchos historiadores de la Antigüedad romana para los cuales el sistema-ciudad de los romanos era un todo unitario: la civitas formada por el núcleo urbano y las tierras de su distrito. En este sentido, dirían, las disposiciones tomadas para combatir las carestías beneficiaban a todos los ciudadanos residieran donde residieran, en el núcleo urbano o en el campo. Una objeción fundada, no hay duda, pero que merece una respuesta no menos fundada: el derecho de ciudadanía no se extendía a toda la gente del campo. Y más todavía, la distinción entre ciudad y campo no se fundamenta en el análisis de disposiciones legales y decisiones políticas, que en momentos de crisis se podían tomar para ayudar tanto al campo como a la ciudad, sino en el estudio de las relaciones sociales de producción, el destino del excedente y la conducta de los grupos sociales ante las carestías y las hambres.

La experiencia de las ciudades griegas y romanas en la lucha contra las crisis presenta rasgos comunes dominantes, pero también singularidades que hay que explicar. En el mundo griego parece que hubo ciudades que dispusieron de fondos municipales de previsión destinados a la compra de grano en caso de crisis de aprovisionamiento, y ciudades que emplearon recursos públicos para crear directamente reservas de grano en previsión de escaseces y alzas de precios. Así parece que se hizo en la isla de Samos en el segle III ANE. Este grano de emergencia se debía adquirir indistintamente, y según las circunstancias, en graneros privados y públicos, y cuando se compraba a particulares seguramente se hacía a precios tasados, por imposición de la autoridad. Pero, en plena crisis, el dinero público nunca fue suficiente para garantizar del todo el abastecimiento a precio normal, y siempre hubo que recurrir a la colaboración de la munificencia privada. No consta que Atenas tuviera almacenes públicos con grano de reserva en ellos. De hecho, en el siglo V ANE no lo necesitó porque su superioridad naval en el Egeo le permetía controlar el transporte del cereal en la zona a su favor. En los siglos VI y IV ANE, en cambio, no tenía esta hegemonía e intentó hacer frente a las crisis mediante medidas legislativas que regulaban la exportación, la importación y las ganancias. Se ha de señalar que, en momentos de crisis, se prohibían las exportaciones y se castigaba severamente a los infractores. 18

La experiencia de Roma es posterior a la de las ciudades griegas. La munificencia pública para personas privadas (donaciones y ventas de grano a bajo precio) se comenzó a extender más tarde, hacia el siglo II ANE, quizá como una derivación del patrocinium al que nos hemos referido al hablar del campo. En la ciudad funcionaba un sistema clientelar por el cual los ricos se rodeaban de fieles de las clases populares a los que daban alimentos a la puerta de sus mansiones. La excepcionalidad de Roma, sin embargo, es que este modelo privado de munificencia, después de algún ensayo en el siglo I ANE, fue adoptado e institucionalizado por los gobernantes a comienzos de nuestra era. En estos momentos la ciudad ya había creado un Estado imperial y desarrollaba un imperialismo agresivo que perseguía alimentar a los dirigentes y a los agentes de la estructura política con los excedentes de los territorios conquistados. La novedad es que los ciudadanos de Roma (o una gran parte) fueron incorporados a esta distribución de recursos y se convirtieron en beneficiarios directos y privilegiados de la liberalidad estatal. 19No es menos excepcional el hecho de que, en Roma, la institución pública encargada de las distribuciones gratuitas se ocupaba también de velar por el abastecimiento de la ciudad.

En el panorama que dibujamos, de lucha de las ciudades contra las crisis de subsitencia, la historia de la ciudad de Roma es muy particular porque fue el centro rector del Imperio, un imperio que, en parte, se creó para satisfacer sus necesidades, que fueron muchas. Pensemos sólo que acogía unos 180.000 habitantes en el 270 ANE, unos 375.000 en el 130 y alrededor de un millón o más en tiempos de Augusto, es decir, en los inicios de nuestra era, una cifra que ninguna ciudad alcanzará en Europa hasta el siglo XVIII. 20¿Cómo asegurar el alimento a tanta gente? Esta fue una preocupación recurrente de los magistrados romanos, sobre todo porque, desde que se tienen noticias de la ciudad, hay constancia de problemas de aprovisionamiento, causados por conflictos militares y políticos, además de las habituales crisis de subproducción. Sólo en los cuatrocientos años transcurridos entre el siglo II antes de nuestra era y el siglo II después Roma padeció problemas de abastecimiento, algunos muy graves, en un mínimo de cincuenta años. 21Los gobernantes lo intentaron resolver mediante diversas medidas, algunas tan avanzadas como la lex frumentaria , de Cayo Graco, del 123 ANE, que establecía la distribución regular de grano a precio reducido (5 modios por persona y mes al precio de 2 sestercios) y a cuenta del erario público. Una medida que Luico Cornelio Sila abolió en el 81 ANE y que se restableció en el 73 ANE.

En función de las emergencias y circunstancias, los magistrados recurrieron a otras medidas como la adquisición de grano suplementario en Italia y fuera de Italia (Sicilia, Cerdeña) para reforzar la iniciativa privada, y Publio Clodio, tribuno de la plebe, durante su tribunado del año 58 ANE instituyó la distribución gratuita de grano a expensas del erario público. Entonces, en la etapa final de la República, el alimento del pueblo de Roma se convirtió en un tema político de primera magnitud, parte importante de las luchas por el poder. Sin embargo, estos conflictos, las guerras civiles de los años anteriores al cambio de era, que tuvieron como protagonistas a Pompeyo, Julio César. Marco Antonio y Augusto, perturbaron el aprovisionamiento de la ciudad, donde se multiplicaron las iniciativas para obtener grano de Sicilia, Cerdeña, Norte de África y Egipto. A causa de una serie de carestías, el Senado dio a Pompeyo en el año 57 ANE poderes extraordinarios para que se ocupara del abastecimiento de Roma ( cura annonae ), durante cinco años, pero esta medida excepcional no resolvió el problema. Finalmente, Augusto, que se había convertido en el hombre más rico de la ciudad, resolvió las crisis del 28 y 23 ANE, importando y distribuyendo grano a sus expensas, y en el año 22 ANE, ante las quejas de la plebe, furiosa por una nueva crisis, se atribuyó amplios poderes, entre ellos el de requisar grano de cualquier provincia, y pasó a ocuparse personalmente del abastecimiento de la ciudad. Fue también una fórmula provisional, al estilo de la cura annonae de la época republicana, pero las crisis de los años 5-9 cambiaron las cosas. Augusto creó entonces la prefectura de la annona , oficina administrativa dependiente del Princeps que, de forma progresiva y permanente, además de ocuparse de las distribuciones gratuitas, veló por el aprovisionamiento de la ciudad. 22

Durante los primeros siglos de la República el cereal consumido en Roma venía de Italia, sobre todo de Etruria, Umbria y Campania, pero después, a medida que la dominación romana se fue extendiendo por el Mediterráneo, el grano se hizo venir de otras tierras conquistados e incorporadas al Imperio: sucesivamente y de manera acumulativa de Sicilia, Cerdeña, África y Egipto. Sicilia fue el principal granero de Roma hasta el advenimiento del Imperio (unas 21.000 toneladas anuales). Entonces el grano siciliano comenzó a menguar y África le tomó el relevo como principal proveedor de la capital, situación que se mantendría hasta la invasión de África por los vándalos a principios del siglo V. En la época buena del Imperio las provincias norteafricanas aportaban al consumo de Roma unas 200.000 toneladas anuales de cereal, en parte producido en dominios imperiales. Entonces Cerdeña era el tercer granero del Imperio, por detrás de África y Sicilia. Pero muy pronto Egipto, incorporado al Imperio el año 30 ANE, se convirtió en el segundo proveedor de Roma, después de África: unas 100.000 toneladas anuales. La cosecha del país del Nilo era normalmente excepcional, suficiente, decía Flavio Josefo (siglo I), para alimentar a Roma durante cuatro meses al año. Los ocho meses restantes la capital se proveía sobre todo con grano africano de la zona del Magreb. Sin embargo, cuando en el siglo IV Constantinopla, en Oriente, se convirtió en la segunda capital del Imperio, y también se creó una prefectura de la annona , el grano egipcio se desvió hacia el nuevo centro de poder y Roma hubo de confiar en la producción de Occidente.

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