Josep Maria Salrach Marés - El hambre en el mundo

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Esta obra parte de la toma de conciencia de la gravedad de la situación alimentaria actual (alrededor de una sexta parte de la población mundial está afectada de desnutrición) y de la convicción de que el conocimiento histórico puede ayudar a erradicar este drama humano, el más grave. El libro arranca con el estudio del hambre en Europa y el mundo mediterráneo en la prehistoria, para después dilatar la panorámica y convertirla en universal. Analizado de este modo el hambre en el pasado, se allana el camino para comprender mejor el hambre en el presente: para explicarnos la actual geografía del hambre y sus causas, para valorar los programas que se adoptan contra el hambre, y para acumular razones para indignarse por el hecho de que, después de milenios de lucha, el hambre aún persista entre nosotros.

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Las hambres causadas por asedios de ciudades y cortes de suministros como consecuencia de conflictos militares se dieron siempre y en toda la geografía mediterránea antigua, pero fueron, generalmente, hechos puntuales, muy localizados en el tiempo y en el espacio. Las hambres «naturales», causadas por sequías muy rigurosas u otros accidentes climáticos graves que provocan malas añadas, a veces sucesivas, parecen claras, al menos en el Próximo Oriente, según el testimonio de la Biblia, pero faltan los testimonios para el mundo griego y romano clásico, de entre los siglos VI antes de nuestra era y II después. Peter Garnsey, especialista en las crisis de subsistencia y la alimentación de este mundo grecorromano, lo interpreta en el sentido de que no hubo o hubo muy pocas. En cambio hubo muchas carestías y crisis causadas por malas cosechas o por conflictos militares que afectaron a lugares concretos o incluso a áreas más amplias (provincias), duraron un cierto tiempo y causaron muertes, pero no mortaldad. 13Puede ser que Garnsey tenga razón, lo que casi obligaría a pensar (desmintiendo a los climatólogos) en unas condicioens climáticas muy benignas o quizá más bien en un sistema social más eficaz contra las emergencias, pero también es posible que simplemente nos falten los registros.

En cuanto a las crisis de subsistencia, generalmente crisis de «soldadura», la explicación de Garnsey es sencilla: se debían al hecho de que los rendimientos agrícolas eran bajos mientras que la dependencia de los hombres respecto a las cosechas era muy alta (entre dos tercios y tres cuartos de las calorías ingeridas procedían del consumo de cereales: trigo y cebada sobre todo). Y, ya se sabe, en las cosechas había fuertes oscilaciones: se puede suponer un año malo de cada tres o cuatro, con la consiguiente subida de precios y hambre de los más pobres, con menos capacidad adquisitiva. Además, los precios también oscilaban según las estaciones del año y acusaban los problemas del transporte. Las localidades costeras podían ser relativamente bien aprovisionadas por vía marítima, pero las ciudades de tierra adentro, si no se podían autosatisfacer con la cosecha de sus términos, lo tenían difícil porque se calcula que el precio de cada 500 kg. de cereal transportado en carro se duplicaba cada 200 millas. Lo peor, sin embargo, era cuando las crisis de subsistencia se encadenaban en años sucesivos, que es lo que pasó en Egipto tres años seguidos del siglo III ANE, como consecuencia de un descenso del nivel del Nilo a causa de la sequía. Cuando se daban estas circunstancias, el hambre era inexorable, una situación que, como decíamos, Garnsey considera poco frecuente en la Antiguedad clásica. A su entender, los mecanismos de respuesta de los que disponían hacían a las ciudades grecorromanas especialmente resistentes a las crisis, más resistentes que el campo que las alimentaba. Para entenderlo, examinaremos por separado el campo y la ciudad, si bien el ámbito urbano, mucho más documentado, será objeto de una atención especial. 14

Pese a que producían los alimentos que la sociedad consumía, los campesinos no controlaban los instrumentos de poder que les sustraían el excedente y, por eso, eran los más expuestos a las carestías. Los gobernantes de la Grecia clásica, y particularmente del mundo romano, debían tener un cierto sentido de la responsabilidad y del interés general (podríamos decir ideología de la «cosa pública»), pero no parece que, en la práctica, tomasen muchas medidas para proteger a los campesinos de las crisis de subsistencia. 15Y las padecieron. Nos lo explica Claudio Galeno, médico griego del siglo II, en el tratado Sobre los alimentos saludables y los no saludables :

Las hambres que se han sucedido ininterrumpidamente durante años entre los pueblos sometidos a los romanos han demostrado claramente el papel importante que en la génesis de las enfermedades juega el consumo de alimentos no saludables. Porque entre muchos de los pueblos sometidos a los romanos, la gente de la ciudad, que tenía la costumbre de recoger y almacenar grano suficiente para todo el año, [se proveía del campo] dejando el sobrante a los campesinos [...]. En estas condiciones, la gente del campo acababa las reservas de alimentos durante el invierno, y tenía que recurrir a comer alimentos no saludables durante la primavera: comía ramas tiernas y brotes de árboles y arbustos, y bulbos y raíces de plantas indigestas; se llenaban la barriga con hierbas silvestres y verdes que cocían. 16

Seguramente Garnsey y Saller tienen razón cuando dicen que Galeno exagera, en el sentido de llamar hambres a lo que debían ser carestías. Parece indicarlo la respuesta de los campesinos de comer brotes, hierbas y raíces silvestres en los meses de primavera, que son justamente los anteriores a la soldadura de las cosechas, cuando las reservas de la cosecha anterior se han agotado y todavía no ha llegado la nueva cosecha. Aquellos meses difíciles son los de la carestía. Pero, exagerada o no, la observación de Galeno es muy interesante porque corrobora lo que suponíamos sobre las crisis de subsistencia en el campo, y añade información sobre cómo se afrontaban.

En efecto, para evitar las carestías o superarlas, los campesinos hubieron de desarrollar estrategias propias. El incremento del esfuerzo, lógicamente, fue la primera, con el resultado de que la productividad y el rendimiento de la pequeña explotación fueron proporcionalmente mayores que los de la gran explotación. Otra medida adoptada, fruto de la experiencia, fue la diversificación de los cultivos, de manera que los cereales, base de la alimentación, sin dejar de ser dominantes en el espacio rural, cedieron espacio a otros productos (legumbres y hortalizas) que, como tenían ciclos agrícolas diferentes, podían escapar de los accidentes climáticos que con tanta frecuencian arruinaban la cosecha de grano. Naturalmente, los campesinos, herederos de técnicas ancestrales, perfeccionaron los métodos de almacenamiento de alimentos y trataron de controlar su propia demografía a fin de mantener los equilibrios entre el número de bocas a alimentar y la capacidad de producción de la propia explotación. Este control demográfico implicaba, si era necesario, retrasar la edad del matrimonio y limitar el número de hijos, lo que podía comportar el uso de métodos anticonceptivos y el abandono de hijos, que podía suponer, de hecho, infanticidio. El recurso al abandono de niños, por motivos de pobreza u otros (legitimidad, incesto, adulterio), parece que estuvo muy extendido en la época romana, aunque quizá lo estuvo más en el Bajo Imperio (siglo III-IV) que antes. 17Sin duda, los campesinos, en sus lugares de residencia y trabajo, practicaron también la cooperación y la ayuda mutua entre vecinos en momentos de necesidad, como lo han hecho en todas partes siempre que el hambre no sea tan fuerte que destruya los vínculos de solidaridad de grupo o de clase. Finalmente, en el seno de la sociedad romana bajoimperial, la indefensión en que el Estado dejaba a las clases populares del campo facilitó que se desarrollaran formas particulares de clientela, que llamaban patronazgo, en virtud de las cuales campesinos humildes entraban en la dependencia de grandes terratenientes los cuales, a cambio de obediencia y servicios (o de alguna pequeña renta), los protegían en momentos de necesidad.

Las ciudades, en el sentido de núcleos urbanos, como eran los centros administrativos de la Grecia clásica y del mundo romano, el lugar donde residía la clase dirigente y donde se concentraban bolsas muy grandes de población, que podían ejercer presión sobre los gobernantes, vivieron una experiencia diferente de las crisis de subsistencia y salieron mejor paradas. Gobernadores y magistrados municipales, en general, estuvieron siempre preocupados por garantizar el abastecimiento, en el sentido de que el alimento, el cereal sobre todo, no faltara en el mercado urbano, y por eso no dejaron de estimular y ayudar (con desgravaciones fiscales, por ejemplo) a los mercaderes importadores y a los transportistas, y cuando las urgencias lo requerían parece que las mismas autoridades adquirían, con dinero del erario público, cereal donde podían y lo vendían o distribuían entre los ciudadanos. Los mismos magistrados vigilaron el mercado a fin de evitar las maniobras de los especuladores y contrarrestar las alzas de precios en momentos de carestía. Como en las ciudades, decíamos, residían los miembros más prominentes de la clase dirigente, tampoco nos ha de extrañar que en los años malos, de mala cosecha, precios altos y escasez, hubiera grandes propietarios, ricos mercaderes y gobernantes que, a sus expensas, realizaran distribuciones gratuitas de alimentos entre el pueblo hambriento, como recuerdan muchas inscripciones honoríficas. De esta práctica, llamada evergetismo, los que la practicaban obtenían reconocimiento popular y legitimación de su preeminencia social, y muchas veces apoyo para sus particulares aspiraciones políticas. Al mismo tiempo, con estas distribuciones gratuitas, los poderosos hacían una contribución al mantenimiento de la paz social en momentos de crisis. De todas formas, no debemos olvidar que buena parte de esta beneficencia privada se hizo bajo la presión y hasta la amenaza popular.

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