Sergio Alejandro Cocco López - Aleatorios

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En un mundo en donde algunos nacen con la pareja que los acompañará el resto de sus vidas, otros a quienes se los conoce con el nombre de Aleatorios, nacen solos. En este contexto, Oliver busca desesperadamente a la mujer con la que nació. Pero una repentina y extraña amnesia le impide recordar qué es lo que pasó o por dónde comenzar a buscarla. Sin embargo, ese no es su único problema. La policía lo busca por asesinato, y un Súcubo sadomasoquista se empecina en hacerle la vida imposible. Entonces aparecen «Ellos» en su vida, asegurándole que si cumple determinada cantidad de encargos podrá recuperar a Lucila. Y por cierto que debe apresurarse en cumplirlos, pues «Ellos» le susurran matar.
"…<Yo soy mi dolor y mis pensamientos. Todo lo que ella compartió conmigo está aquí. En algún lugar detrás de los surcos de mi frente. A través de mi piel, mi carne, mis nervios, cartílagos y sangre. Detrás de los huesos de mi cráneo. Entre la masa encefálica de mi cerebro, flotando etérea y hermosa en algún lugar de mi mente. Ella todavía está aquí. Su voz, su tacto, su olor. Una cantidad innumerable de palabras que me dedicó, junto al sonido de miles de risas a las que no llegué a venerar lo suficiente. Aquí también están sus labios, a los que no ocupe cada segundo de mi vida en besar. Ella está aquí, intacta y eterna. Su esencia flota en esta estúpida mente que cada vez me permite menos recordarla. Todo lo que yo fui con ella también está aquí, en algún lugar…>.
Luego bajó la vista y miró sus pies desnudos sobre el mugriento suelo del baño de la pensión. Observo sus brazos, sus piernas. Vió los moretones y hematomas que se llevó de recuerdo al escapar de la Seccional de Policía. Analizó con detenimiento las costras de sangre seca, suyas y ajenas, que todavía permanecían en sus manos y entre las uñas de sus dedos. Y se dijo: <Pero no me recuerdo>…"

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Oliver imaginó todas aquellas melodías creadas por el hombre cruzando el infinito, musicalizando sin testigos el nacimiento de una estrella, o el lento rotar de la celeste superficie de un planeta en donde la vida se está iniciando. Sería como la película 2001, una odisea del espacio en la sala de un cine, solo que sin espectadores que se emocionen y reflexionen guiados por aquella perfecta sincronización de música e imágenes.

A esa altura de sus pensamientos, la lluvia ya se había convertido en tormenta. Y a medida que se intensificaba, las gruesas gotas formaban un dosel gris oscuro a su alrededor. El viento comenzó a soplar con más fuerza. Dilatando las notas que escapaban de los oxidados orificios en los tubos de las hamacas. El músico invisible siguió tocando su música sobrenatural. Solo que esta vez la melodía tenía el efecto de un llanto, pero no de dolor o tristeza, sino de felicidad y esperanza. En ese momento Oliver miró hacia el cielo. Todo estaba teñido de negro, excepto por unos pequeños espacios entre las nubes que se esparcían a lo lejos, en el horizonte. Allí los rayos del sol se filtraban entre las gotas de lluvia, haciendo que el cielo resplandezca como una promesa bíblica de perdón y resurrección.

>Qué hermoso día…< pensó. Entonces inhaló y exhaló profundamente con la boca, haciendo que el cálido aliento se dispersara alrededor de su rostro como si fuese un espíritu travieso. Luego cerró los ojos y se quedó en esa posición durante unos minutos. Las gotas de lluvia recorrieron su rostro suavemente, del mismo modo en que lo haría una persona invidente imaginando sus facciones con la yema de los dedos. Después de unos segundos abrió los párpados, y el rostro de Lucila se superpuso a su mirada como si fuese un manto cubriendo el mundo que lo rodeaba. En ese mismo instante la tristeza volvió a deslizarse a través de él, al igual que la corriente de un río que se las ingenia para vadear cualquier cosa que intente obstaculizar su recorrido.

Los caprichosos gritos de un niño reclamándole a su madre que quería jugar en el barro llamaron su atención. Oliver giró su cabeza y vio que no muy lejos de donde él estaba un chico y su madre se cubrían de la lluvia bajo el precario techo de un pequeño kiosco ubicado a unos cuantos metros de la calesita. La madre sacudió del brazo al niño para que se callara, luego miró a Oliver a los ojos por unos segundos, e inmediatamente después tomó con fuerza a su hijo de la mano y se fue del lugar con temerosa rapidez, mientras el niño complacido enchastraba sus zapatillas en el barro. La intensidad de la lluvia impedía diferenciar entre los charcos pequeños y grandes. Sin embargo, el instinto de madre hacía que la mujer guíe a su hijo por los menos profundos.

Fue en ese momento en que Oliver tomó conciencia de sus lágrimas. Las que inmediatamente después de salir de sus ojos se mezclaban con la lluvia. Oliver no hizo ni el más mínimo intento por disimular su dolor. Nunca tuvo en cuenta lo que pensasen los demás. Jamás le habían importado la compasión o la aprobación del mundo, no por lo menos hasta donde él podía recordar. De todos modos, él sabía que todos aquellos que lo señalaban o criticaban, de una u otra forma ya estaban condenados. Toda esa abyecta fiscalía de hipócritas ignoraban que estaban vivos y muertos al mismo tiempo. Al igual que en la paradoja de Schrödinger 5, en donde el futuro de la existencia depende de los caprichos de un átomo.

A esas alturas el parque ya había quedado desolado de gente. Algunas nubes habían descendido hasta casi tocar la punta de los pinos más altos. Y hasta donde se podía ver, todo a su alrededor estaba sumergido en diferentes gamas de grises. Solo se escuchaba el murmullo del viento azotando la copa de los árboles y el progresivo repiqueteo de la lluvia sobre el barro, el pasto y las hojas secas. Hilos de niebla flotaban deslizándose lentamente entre los helicópteros, los caballos, lachas, carretas antiguas y autos de carrera dispuestos en círculos sobre la plataforma de la calesita. Súper Hijitus, el profesor Neurus, Larguirucho y otros personajes estampados en sus estructuras, observaban sonrientes y descoloridos algún lugar lejano en el horizonte. Posiblemente el camino secreto hacia Trulalá. De repente un relámpago estalló a medio camino entre el cielo y los cerros que rodeaban la ciudad, y su resplandor hizo que por unos segundos las gotas de lluvia parecieran platino líquido diluyéndose sobre toda la superficie del parque. Oliver volvió a levantar su rostro hacia el cielo con los ojos cerrados, y sintió toda la soledad del universo en su pecho. La ausencia de Lucila estaba por todos lados a su alrededor. En especial los días de lluvia como ese. Lucila los amaba.

La nada que dejó Lucila en él tenía forma y sustancia, condensándose como un coágulo en el centro de su pecho y abarcando cada instante de su vida. Un vacío que se hacía más intenso en momentos como ese, cuando la naturaleza le hacía experimentar sensaciones hermosas que no podía compartir con ella. Oliver sintió cómo ese dolor se expandía dentro de él con la misma violencia de un grito. Y así, abatido y atormentado volvió a preguntarse por millonésima vez.

—¿¡Dónde estás, mi amor!?

1Solipsismo

2Albert Einstein

3Alusiones al “Mito de la caverna de Platón”

4Poeta y filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana

5El físico Erwin Rudolf Josef Alexander Schrödinger, premio Nobel en física, propone un sistema formado por una caja cerrada y opaca que contiene un gato, una botella de gas venenoso, una partícularadiactiva con un 50% de probabilidades de desintegrarse en un tiempo dado y un dispositivo tal que, si la partícula se desintegra, se rompe la botella y el gato muere. Mientras no se abra la caja no se podrá saber en qué estado se encuentra el gato y su paquete de ondas se mueve entre el 50% de estar vivo y el 50% de estar muerto. El estado del gato, en esta situación, fluctúa entonces entre la vida y la muerte hasta que la caja no se abra

6Gordon Willard Allport; Psicólogo Estadounidense. Considerado uno de los creadores de la psicología de la personalidad.

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