Lo que había pasado es que mi madre el día antes había ido a visitar a la tía María Isabel, y la tía que ya tenía experiencia, porque mi prima poco tiempo atrás había sido madre soltera, le dio los mejores consejos del mundo. Además, la alentó a ponerse la coraza que años antes tanto había usado, para enfrentar ahora a la familia, que seguro hablaría hasta por los codos.
Amé más a mi tía por esto, linda y sabia ella, me había salvado de un drama más en la vida, sin saberlo había sacado espinas y había dejado el camino libre y limpio para mí. También propició ese abrazo con mi madre, que tanto había necesitado en años.
A ella, mi tía María Isabel, que falleció años después víctima del cáncer, dedico este capítulo de mi vida y la maravilla de haber sido madre por primera vez.
Ha pasado ya un mes desde que nos encerramos, ha sido un tiempo muy valioso para mí. Escribir ha sido mi escape, mi regreso a la niñez, retomar la vida y volcarla en letras y papel que a lo mejor quedarán por ahí olvidadas o, tal vez, mis hijos puedan leerlas, no importa cuál sea el destino, para mí ha sido sanador.
Hoy hablé con Carol, el segundo de mis hijos, su padre escogió ese nombre. Carol Andrés es un gran hombre, trabajador, responsable y buen padre, pero lo mejor es que tiene una estrella que lo protege siempre y, además, ilumina su vida. Está casado con Pamela (que es prima de Carla) tienen dos hijos preciosos, mis nietos Martín y Victoria, me cuenta que están colapsados con esto del encierro, los niños demandan atención y ellos igual deben trabajar en línea. Los extraño muchísimo, viví con ellos cuatro años, ayudando en la crianza de los pequeños. Salí de allí con el corazón destrozado, pero como en todo, rápidamente organicé mi vida y dejé de sufrir. La vida definitivamente no da tregua, hay que aprender, secarse las lágrimas y continuar.
Mi tiempo de meditación por las mañanas ha sido maravilloso. Me cuesta concentrarme y dejar la mente en blanco, pero ya a nueve días de haberme incorporado al grupo de meditación guiada por Deepak Chopra, lo estoy logrando. Antes me habían hablado mis amigas, y Betsy había sido la más insistente en enseñarme, la escuché muchas veces con atención, pero nunca incorporé a mi vida esos conocimientos. Luego Alicia, mi amiga y compañera de vida en Santiago, cuando cuidaba a mis nietos, también lo intentó, pero he sido tan terrenal y me ha pasado tanto en la vida, que no logro creer que sea tan dueña de mi vida, que con solo quererme y pedir, el universo me lo dará. Que hay un Dios que me ama y que, tal vez, cuando pequeña también había un ángel de la guarda, que velaba por mí, me cuesta mucho pensar en ello, pero lo estoy intentando y ha sido maravilloso lo que he logrado, tranquilidad y por sobre todo aprender a creer y crear, tal vez, en la recta final del camino lo logre, nunca es tarde.
Así, ya vamos en poco más de un mes de encierro, y yo sigo escribiendo:
Y la panza empezó a crecer, no sé si la familia hablaría hasta por los codos como había dicho mi tía, nunca lo supe, seguro mi madre se encargó del trabajo sucio, porque al poco tiempo mis hermanos, mis abuelos, tíos y primos esperaban a Rodrigo Alfredo con tantas ansias como yo.
Por esa época mi hermana estuvo muy cercana a mí, amó a su sobrino desde antes de nacer. Ella se preocupó de que todo estuviese tranquilo para la madre y el bebé, y estuvimos muy unidas. Fue una linda época. Yo flotaba en la nube del amor, con Alfredo hacíamos planes para estar juntos después de que naciera el bebé. Ser madre significaba mucho para mí, claramente mi vida se dividiría en un antes y un después. Tenía claro que mi única preocupación sería cuidar y defender a mi hijo contra todo, llenarlo de amor y de besos y decirle a cada instante que lo amaba para que nunca se sintiera solo y desamparado. Por lo pronto, lo único que me mantenía ocupada era ordenar una y otra vez los cajones con su ropita y reorganizar cada vez que mi abuelita volvía a tejer otro traje maravilloso, los que por cierto causaron sensación en la clínica cuando el niño nació.
Mi trabajo en la agencia naviera terminó por esos días, literalmente cerré esa puerta. En aquella época no había leyes que protegieran a las embarazadas, así es que salí de allí con mi sueldo del mes, los extras que gané liquidando los seguros y mis dineros que había ahorrado. Alfredo se encargaba de los gastos mayores, de tal forma que todo estaba controlado.
Roberto, el contador auditor de la agencia, me ofreció trabajo en su oficina particular de Viña del Mar. Así llegué a trabajar como secretaria con él y, de paso, aprendí otra profesión en la vida. Roberto, mi amigo hasta el día de hoy, fue muy generoso conmigo y sería muy importante en este proceso.
El embarazo muy pronto comenzó a complicarse. A partir del segundo mes estuve con un trastorno hepático llamado «colestasis», lo cual me obligó a cambiar hábitos alimenticios y estar en cama mucho tiempo. El médico que años antes había ayudado a mi madre en sus partos sin dolor, esta vez perdía las esperanzas conmigo, porque la cesárea sería inminente. Alfredo me visitaba continuamente y se preocupaba de que nada nos faltase.
Llegó septiembre, mi madre y Gilberto salieron a bailar como siempre lo hacían, me quedé sola en casa porque solo quería dormir y descansar. Para esas alturas, ella ya no bailaba con su traje de «china». Con Gilberto la celebración era con más recato, sin tanto aspaviento ni concurso de baile, solo bailar, disfrutar esas cuecas y lucirse en la pista. Ella era muy conocida en el ambiente folclórico y a Gilberto eso le provocaba muchos celos. Muchas veces tuvieron problemas, porque ella llamaba la atención con su baile, le coqueteaba con sus ojos llamativos y eso a él lo superaba. Con todo, él aprendió a bailar cueca y a cambio, ella tuvo que aprender a bailar tango para acompañarlo el resto del año.
Ese 18 de septiembre habían escogido un lugar en Valparaíso, en donde van muchas familias a comer y bailar. Les llamó la atención una mesa muy grande con una gran familia. Mi madre sorprendida notó que en esa mesa estaba Alfredo y en cuanto pudo se acercó con Gilberto a saludarlo. Alfredo más sorprendido que ellos, con la cara desfigurada no tuvo más opción que pararse a saludar y, de paso, presentar a la familia. Su esposa, sus hijos, su madre, su padre, su hermana, su cuñado, sus amigos…
No sentí a mi madre abrir la puerta de mi pieza, ni tampoco la sentí sollozar a los pies de mi cama, solo desperté cuando Gilberto me hablaba muy despacio para no asustarme. Me incorporé en la cama, la luz estaba prendida y podía ver los ojos celestes llorosos de mi madre: «¿Qué pasaba?». Ella me abrazó y comenzó a hablar lentamente, me parecía una pesadilla: «¿Cómo podía estar ocurriendo semejante barbaridad? ¿Cómo podía Alfredo haber mentido tanto?». No podía creer, mi madre se acurrucó junto a mí, me abrazó y en algún momento nos quedamos dormidas con el sollozo ahogado, no podía estar sucediendo aquello.
Abrí los ojos, mi madre ya se había levantado. Tal vez, había sido solo una pesadilla y nada pasaba, me levanté y ahí estaba ella con mi hermana, en el comedor, mirándome con cara de pena. Hablamos mucho de aquello, lloré a mares, me di cuenta de que muchas veces me había dicho que teníamos que hablar y cuando estábamos frente a frente, cambiaba el tema o inventaba algo.
Tiempo después cuando tuvo que explicar, solo dijo que había sido una bola de nieve que terminó en avalancha y que cada día era más difícil que el anterior para decir la verdad, eso sin contar que estaba perdidamente enamorado de mí.
Mi abuela se encargó de hacer justicia, averiguó su dirección, y con mi abuelo y mi madre fueron a su casa. Antes habían sacado de entre mis cosas, un cuaderno en el que yo pegaba las boletas de todos los lugares a los que íbamos y escribía en cada una lo que había sucedido ese día y lo mucho que lo amaba. La historia de nuestro amor, quedaba así completamente al descubierto ante los ojos de su familia.
Читать дальше