Nury Rojas Villarreal - Leche condensada

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Leche condensada: краткое содержание, описание и аннотация

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El año 2020 llegó con cambios en el mundo y en mi vida, el tiempo se puso en pausa justo cuando yo había dejado a mis nietos en Santiago y mi corazón nuevamente se había dividido, justo cuando estaba enfrentada a esos cambios personales que tan cansada me tienen, justo cuando era tiempo de tomar decisiones y de entender tantas cosas… de la nada aparece un virus y nos obliga a quedarnos en casa, a alejarnos de todo y de todos, pensé que era mucho, que no podría, pero un bendito día me senté frente a la computadora y comencé a escribir. Así nació
Leche condensada, mi libro, mis memorias, mi quinto hijo –como lo he llamado– porque ha sido difícil sacarlo a la luz, ha costado lágrimas, borradores eternos, sentarme a escribir y borrar, apagar y prender la computadora, cuestionarme, ordenar las presencias y ausencias… un parto con dolor. Mi tarro de leche condensada, que en realidad es un tarro de manjar delicioso, viene a rememorar mi infancia, mis vivencias, la simpleza de la vida, la felicidad de una niña herida que en un abrir y cerrar de ojos tuvo que crecer. Siento que he tenido una vida intensa y simplemente quise plasmarla en estas letras que salieron del alma, es solo mi vida.

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Entró y al minuto ya sabía que la falla eléctrica era solo de esa oficina, muy pronto arregló los desgastados y antiguos «tapones» y se hizo la luz.

Pasamos el resto de la tarde conversando, cada vez más interesado en mi vida y yo en la suya. Estaba separado ya varios años de su mujer, con la cual había tenido dos hijos y había estado de novio con otra persona. Venía saliendo de un accidente automovilístico que lo había tenido postrado meses. Me contó de su familia, de sus padres, de su amor por su oficio de bombero, de su vida casi completa y yo hice lo propio, por supuesto sin omitir que tenía un bebé de tres meses, información que le sorprendió muchísimo.

Hablamos hasta que llegó la hora de cerrar la oficina. Roberto no llegó, así es que caminamos juntos a tomar el bus. Grande fue nuestra sorpresa cuando nos dimos cuenta de que vivíamos a cuadras de distancia, lo cual nos convertía inmediatamente en compañeros de viaje. Al día siguiente, me sorprendí pendiente de la puerta y por supuesto que llegó, y también llegó Roberto, así es que tuvieron su reunión y nuevamente nos fuimos juntos de regreso a casa.

De ahí en adelante no nos separamos, todos los días me iba a buscar al trabajo y conversábamos camino a casa. Eran tiempos entretenidos, comenzaba a sentirme muy atraída por este hombre con sentido del humor, también quince años mayor que yo, lleno de vivencias, sano, divertido, tan correcto, hermoso, cada día me sorprendía más.

Un buen día, me preguntó si era posible conocer a mi hijo, le dije que lo invitaría a almorzar. Mi madre no muy convencida aceptó conocerlo, yo ya le había hablado mucho de él, todos los días le contaba lo que habíamos conversado y lo lindo que me parecía. Cuando le conté que estaba divorciado, no le gustó mucho la idea, tampoco creyó, pero la historia nuevamente estaba escrita.

Patricio entraba a mi casa un día de agosto, mi bebé dormía su siesta y mi madre tenía puesta la mesa para un almuerzo rico, sencillo y sin protocolo, preparado por ella.

Conversamos mucho, nos llamó la atención la personalidad extrovertida de Patricio, sus bromas siempre a flor de piel, como si hubiese conocido a mi madre de toda la vida, y la facilidad para dejarnos sentadas a la mesa y pararse él a buscar algo del refrigerador o buscar en los muebles la sal. Mi madre quedó gratamente sorprendida, pero con miedo de no saber quién era realmente este personaje.

Rodrigo no despertaba y ya teníamos que volver al trabajo, entonces, Patricio me pidió entrar a verlo a la pieza. Mi madre se opuso, alegando que íbamos a despertar al niño y que su siesta aún no debía terminar, pero ante los ruegos tuvo que acceder, rogando a Patricio que lo mirara de lejos.

Esa imagen de Patricio entrando a la pieza, sentándose en mi cama y pasando sus manos a través de los barrotes de la cuna para acariciar la carita de Rodrigo y ver a mi hijo abrir sus ojitos y sonreírle, es la imagen que me ha acompañado la vida entera; me hizo comenzar a enamorarme de este hombre, me hizo creer en lo bella que puede ser la vida y me hizo comenzar a olvidar y a creer, definitivamente nuestra historia de amor estaba comenzando.

Después de esto, me invitó a su casa un día domingo, estarían sus hijos pequeños de visita, y un empleado que vivía con él y que había sido su mayordomo en la casa paterna. Ahí supe que Patricio pertenecía a una familia acomodada de Viña del Mar. Al fallecer sus padres, la familia se había disuelto, su hermano mayor vivía en los Estados Unidos, nunca lo conocí. Tenía otro hermano con el que no se visitaba, y una hermana encantadora que pude conocer tiempo después, él era el menor de la familia.

La casa era como la mía, los tiempos de abundancia ya no existían, pero ellos mantenían la alcurnia. Patricio no tenía un trabajo estable y su situación económica no era buena, pero entrar en esa casa era entrar a otro mundo. También noté la prolijidad con que estaba puesta la mesa para almorzar, muy lejos de la simpleza con que yo me había presentado, agradecí en silencio haber sido yo la primera en llevarlo a casa. Todo perfectamente en su lugar, la vajilla, el servicio, y el mayordomo haciendo lo suyo.

Los niños eran encantadores, Patricio Jr., y Karen deben haber tenido ocho y seis años respectivamente. Con sus padres divorciados tanto tiempo, yo no era una enemiga para ellos y la naturalidad con la que me recibieron a mí y a mi hijo fue maravillosa, se peleaban para estar con el bebé y finalmente el mejor lugar, fue acostar al niño en la cama grande y dejarlos a ellos uno a cada lado para que no se pelearan. Con ellos viví tiempos lindos, eran niños cariñosos, Patricio los amaba.

Pasamos un día maravilloso, Patricio asiduo a la música tenía muchos casetes grabados por él. Cantamos, bailamos, nos reímos mucho, era como si a ellos los conociera la vida entera, me di cuenta de que no bailaba ni me reía ni me divertía tanto en años. Nuestro tiempo juntos comenzó a ser asiduo, todos los días después del trabajo o a la hora del almuerzo y los fines de semana siempre juntos con sus hijos y el mío.

Para esas alturas mi madre en un descuido, ya le había pedido su libreta de matrimonio y Patricio se la había mostrado con la correspondiente acta de divorcio al reverso. Todo en orden, salvo por mi madre que se enojaba porque me llevaba a Rodrigo los domingos y le ponía pañales desechables, los cuales le producían alergia al pequeño, trabajo perdido porque mi tiempo, no daba para lavar pañales, estaba demasiado preocupada viviendo esta nueva etapa que comenzaba, disfrutando a los niños y lo hermoso de la vida.

En ese tiempo, bautizamos a Rodrigo, años antes habíamos hecho un pacto con Mariana, la primera en tener un hijo se lo daba a la otra para ser la madrina. Eduardo un muy amigo de Alfredo y eterno enamorado de Mariana, me había pedido ser el padrino. En realidad, a pesar de todo lo que ocurrió, él nunca se alejó de nosotros, estuvo siempre presente ayudándonos en lo que pudimos necesitar y sobre todo apoyándome en los meses negros que vinieron después de mi separación con Alfredo y, también en mis meses de cama cuidando mi embarazo.

El escenario había cambiado bastante, pero no pude negarme. Eduardo había demostrado su cariño por el niño, no tuve corazón para cambiar los planes. Contra todo evento y caras largas de mis hermanos, se efectuó así el bautismo. Podría haber esperado, pero para esas alturas, Mariana preparaba su viaje a Suecia y era necesario apurar la ceremonia.

Obviamente Alfredo se enteró por su amigo, habló con mi madre y ella intercedió para que pudiera ir a la iglesia. Si hubiese tenido el carácter que tengo hoy, otra hubiese sido mi historia, pero no pude y accedí a su petición, tal vez porque quería verlo, tal vez porque quería que me viese feliz o simplemente porque no tuve carácter, no lo sé.

Pero ahí aparece en la foto del bautismo, Rodrigo en mis brazos con un traje precioso que le regaló su madrina, Alfredo a un lado, Mariana y Eduardo.

Esa era la primera vez que Alfredo veía a su hijo después del nacimiento, y pasarían doce años para que lo viera nuevamente.

Llegó septiembre, justo un año después del macabro encuentro de mi madre con Alfredo, no era tanto tiempo, pero ¡habían pasado tantas cosas! Pareciera ser que la vida corría tan aprisa, no daba tregua. Patricio me invitó a su casa nuevamente, pero esta vez estaba decidido a besarme y a pedirme que tuviésemos una relación formal. Así se dieron las cosas. En un momento que el bebé dormía y los niños veían la televisión en el dormitorio, sentados en el living, me abrazó y me dio el beso más dulce que me dieron en la vida, sin pasión y con toda la ternura y el miedo del mundo a mi respuesta, me dijo que quería tener conmigo una relación seria.

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