Chris Colfer - Un cuento de brujas

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"BRYSTAL EVERGREEN HA CAMBIADO AL MUNDO PERO ESTE VIAJE RECIÉN COMIENZA…"
Junto a sus amigos ha hecho del mundo un lugar que acepta a la comunidad mágica y ha derrotado a la Reina de las Nieves. Sin embargo, cuando una nueva bruja llega a la academia y comienza a reclutar aprendices para su escuela de brujas, queda claro que no tiene buenas intenciones. Especialmente cuando Lucy, la amiga de Brystal, se ve envuelta en un siniestro complot contra la humanidad. Por todas partes la paz comienza a resquebrajarse, la ira corre por los reinos que se oponen a la legalización de la magia y una orden milenaria, la Hermandad de los Justos, se ha alzado nuevamente con una sola misión: EXTERMINAR A LA MAGIA PARA SIEMPRE.

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De pronto, la Represa del Oeste comenzó a quebrarse como la cáscara de un huevo. Parte por parte, se desplomó y el agua del Gran Lago del Oeste atravesó toda la estructura. Lucy sabía que algo extraño pasaría, como siempre que usaba magia, ¡pero nunca imaginó que toda la represa se hiciera pedazos! Gritó y regresó corriendo a sus amigos tan rápido como pudo.

–… si les dejamos algo, que sea una nueva gratitud, no solo con el Consejo de las Hadas sino con la magia en general –continuó Brystal concluyendo su discurso–. Y en el futuro, espero que la humanidad y la comunidad mágica sean tan unidos que sea difícil imaginar una época en la que hubo conflicto entre ellos. Porque al final del día, todos queremos lo mismo para…

¡Brystal! –gritó Lucy.

–Ahora no, Lucy, estoy terminando mi discurso –le dijo Brystal sin mirarla.

–¡Represa!

–¡Lucy, no seas grosera! Hay que ser un ejemplo para los niños…

¡NO! ¡MIRA LA REPRESA! ¡DETRÁS DE TI!

El Consejo de las Hadas volteó justo a tiempo para ver a la Represa del Oeste colapsar por completo. El Gran Lago del Oeste avanzó hacia Fuerte Longsworth como una ola inmensa de trescientos metros de altura.

–¡Lucy! –dijo Brystal, boquiabierta–. ¿Qué has hecho…?

¡CORRAN POR SUS VIDAS! –gritó el Rey Belicton.

Fuerte Longsworth quedó consumido por el pánico. Los ciudadanos se empujaron y corrieron de un lado a otro mientras intentaban abandonar la ciudad, pero estaba tan repleta de gente que no tenían ningún lugar a dónde ir. Con la ola inmensa a solo unos pocos metros de las víctimas, Brystal entró en acción. Una ráfaga de viento con la fuerza de cien huracanes brotó de la punta de su varita y bloqueó la ola como un escudo invisible. Brystal tuvo que usar toda su fuerza para mantener su varita firme y logró detener la mayor parte del agua, pero no podía hacerlo sola.

–¡Amarello! ¡Emerelda! –gritó Brystal hacia atrás–. ¡Ustedes dos detengan el agua que se escapa por los bordes de mi escudo! ¡Cielene, asegúrate que el agua no rebalse por arriba! ¡Tangerina, ayuda a las personas a ponerse a salvo!

–¿Qué hay de mí? –preguntó Lucy–. ¿Qué hago?

Brystal la miró furiosa.

–Nada –respondió–. ¡Tú ya has hecho suficiente !

Lucy observó la escena desconsolada mientras el resto del Consejo de las Hadas seguía las órdenes de Brystal. Amarello corrió hacia la izquierda de Brystal y lanzó una pared de fuego hacia el muro de agua, la cual se evaporó y desapareció. Emerelda creó una pared de esmeraldas para bloquearla en el lado derecho, pero la ola era tan poderosa que la derribó, obligándola a construirla una y otra vez. Cielene movió la mano en un círculo grande y toda el agua que había rebalsado por el borde del escudo de Brystal regresó al Gran Lago del Oeste. Mientras sus amigos bloqueaban el agua, Tangerina envió sus abejas hacia la multitud frenética y el enjambre levantó a los niños y ancianos antes de que quedaran atrapados en una estampida.

Si bien el Consejo de las Hadas levantó una barrera rápida y efectiva, Lucy sabía que sus amigos no podrían bloquear el agua para siempre. Ignoró las instrucciones de Brystal y pensó en un plan para ayudarlos. Lucy llamó a sus gansos y la bandada se deslizó hacia abajo y la levantó del suelo.

–¡Llévenme hacia la colina que está junto al lago! –les dijo–. ¡Y que sea rápido!

Los gansos la llevaron hacia la colina lo más rápido que pudieron. La soltaron sobre la ladera de la colina y, una vez más, Lucy aterrizó sentada con un golpe seco, pum . Pero no tenía tiempo para regañar a las aves. Desde la colina, Lucy tenía una vista perfecta del Consejo de las Hadas mientras luchaba contra la ola monstruosa. Podía notar que sus amigos se estaban cansando, pero el agua estaba cada vez más cerca de la ciudad.

–Espero que funcione –rogó Lucy.

Conjuró toda la magia en su cuerpo y golpeó el suelo con su puño. De pronto, cientos de pianos aparecieron de la nada y rodaron por la colina, provocando una conmoción estruendosa y, por qué no, musical . Todos los ciudadanos asustados se quedaron mirando la avalancha extraña, atónitos. Los pianos se estrellaron contra el suelo y se amontonaron entre el Consejo de las Hadas y la ola enorme. Los instrumentos no dejaban de caer y, pronto, la pila superó a las hadas en altura. En pocos momentos, se creó una nueva represa y Fuerte Longsworth quedó a salvo gracias a una barrera de pianos rotos.

Fueron los cinco minutos más estresantes y caóticos de toda la historia del Reino del Oeste, pero los ciudadanos también acababan de presenciar una de las cosas más espectaculares de sus vidas. Aplaudieron y alentaron con tanta energía que se llegó a sentir en los reinos vecinos.

Lucy bajó de la colina para ver cómo estaban sus amigos. Las hadas estaban tan furiosas que ninguna la pudo mirar a los ojos.

–Bueno, eso fue inesperado –dijo Lucy con una risa nerviosa–. ¿Están bien?

¡Eres una pesadilla andante! –le gritó Cielene.

¿Qué rayos estabas pensando? –le preguntó Tangerina.

¡Podrías habernos matado a todos! –exclamó Emerelda.

¡Y destruido a toda una ciudad! –continuó Amarello.

Lucy se encogió de hombros inocentemente.

–Oigan, al menos no me ahogué en un vaso de agua –rio–. ¿Lo entienden? ¿Eh?

Brystal dejó salir un suspiro largo y agotado para asegurarse de dejar su ira perfectamente clara. Lucy estaba acostumbrada a enfurecer al resto, pero no podía recordar la última vez que había decepcionado tanto a Brystal. Bajó la cabeza, avergonzada, y mantuvo las manos en sus bolsillos por el resto de la visita.

–Hablaremos luego –le dijo Brystal a las hadas–. Ahora mismo debemos disculparnos por el comportamiento de Lucy ¡y marcharnos antes de perder la confianza de la humanidad para siempre!

El Consejo de las Hadas siguió a Brystal de regreso al escenario, pero de inmediato comprendieron que no era necesario disculparse. Los ciudadanos estaban tan maravillados por la magia que nunca dejaron de festejar. El Rey Belicton regresó al escenario y les estrechó las manos a las hadas profusamente. Incluso él parecía estar encantado con los eventos del día.

Mientras las hadas estaban ocupadas con los elogios interminables, un grupo de personas enganchó cuatro ruedas y ataron a seis caballos al escenario. El escenario empezó a avanzar, inesperadamente, por las calles de Fuerte Longsworth como una carroza inmensa.

–¿Qué está pasando? –preguntó Amarello.

–¿Qué? Es hora del desfile, claro –le contestó el Rey Belicton.

–¡Nunca mencionó nada de un desfile! –se quejó Emerelda.

–Ah, ¿no? –le contestó el Rey Belicton, haciéndose el distraído–. Es una tradición del Reino del Oeste darles a nuestros invitados de honor un desfile por la capital.

Emerelda gruñó y resopló.

–¡Está bien, eso es todo! –exclamó–. Ya tuvimos que soportar una audiencia inesperada, fuimos lo suficientemente buenos como para aceptar su premio, pero definitivamente no participaremos de este estúpido…

–Em, solo déjalo hacer el desfile –intervino Tangerina–. Nos lo merecemos.

–Es lo menos que podemos hacer luego de que Lucy casi destruyera toda su ciudad –agregó Cielene.

Emerelda no estaba contenta, pero sus amigas tenían razón, ya habían tenido suficientes conflictos por un día. Miró al Rey Belicton y le levantó un dedo a la cara.

–Recibirá una carta de mi oficina mañana por la mañana –dijo–. Y le advierto que tendrá palabras fuertes .

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