–¡Brystal! ¿Te gustaría enviar una nota de agradecimiento por mi brazalete?
–¡Brystal! El Rey Champion necesita una respuesta para mañana.
–¡Brystal! ¿Las hadas pequeñas deberían preocuparse de los grifos?
–¡Brystal! ¿Conoces algún hada con una especialidad para las renovaciones? ¡JA-JA!
–¡Brystal! ¿Deberíamos hacerle un funeral a la oruga?
–¡Brystal! ¿Cuándo vamos a terminar nuestra conversación?
–¡CIERREN LA BOCA!
Su crisis nerviosa desconcertó a las hadas, pero ninguna parecía tan sorprendida como Brystal misma. Se sentía avergonzada de haberles levantado la voz, pero por primera vez en todo el día, finalmente tenía silencio , dentro y fuera de su cabeza.
–Yo… yo… yo… lo siento –les dijo–. No quería gritarles… Es solo que fue un día muy largo y quiero estar sola… Por favor , déjenme sola…
Brystal se marchó por el corredor antes de que sus amigos pudieran responder. Las hadas respetaron su pedido y no la persiguieron.
–¿Qué le pasa? –le susurró Tangerina al resto.
Lucy observó a Brystal con determinación.
–No tengo idea –le respondió con otro susurro–. Pero lo voy a descubrir.
Brystal tomó una larga caminata para aclarar su cabeza y, por suerte, los pensamientos desagradables no la siguieron. Estaba desesperada por encontrar cómo y por qué escuchaba esas cosas, pero desafortunadamente, la paz y la tranquilidad no le dieron ninguna respuesta. Los pensamientos la dejaban peor cada vez que ocurrían y, cuanto más intentaba comprenderlos, más frustrada se sentía.
Caminó por el Territorio de las Hadas, con la esperanza de que el lugar pintoresco la hiciera sentir mejor. Mientras caminaba, Brystal se concentró en todas las cosas positivas que tenía a su alrededor y se recordó a sí misma todas las razones por las que debía ser feliz .
Durante el último año, la ahora Academia de Magia “Celeste Weatherberry” había cambiado tanto que era irreconocible. El castillo se había expandido casi diez veces su tamaño original para albergar a todas las hadas que se habían mudado allí. Sus torres radiantes se elevaban treinta pisos y sus paredes doradas cubrían una extensión de diez acres. Y cada vez que llegaba una nueva hada, el castillo se volvía más grande.
Los unicornios, grifos y las pequeñas hadas aladas ya no eran especies en peligro y deambulaban por la propiedad con sus rebaños y grupos llenos de salud. Los animales ayudaban a fertilizar la tierra, lo que permitía que crecieran flores más coloridas y árboles más verdes que antes.
Mirara donde mirara, Brystal veía hadas practicando su magia y enseñándole a otras a desarrollar sus habilidades. Las hadas saludaban a Brystal y le hacían leves reverencias cuando pasaban a su lado, y ella podía sentir la gratitud que irradiaba de sus corazones. Gracias a ella, la pequeña academia de Madame Weatherberry había transformado el Territorio de las Hadas y por primera vez en la historia, la comunidad mágica tenía un lugar seguro para vivir en paz y prosperar.
Todas las hadas sabían que Brystal era la responsable de su felicidad, pero, más allá de la alegría que creaba para el resto, ella no parecía guardar nada para sí misma.
Al atardecer, Brystal bajó por el acantilado hacia la playa de la academia. Se sentó sobre una banca de rocas y observó la puesta de sol. El cielo estaba cubierto por nubes rosadas y el océano brillaba a medida que el sol se hundía en el horizonte. Era una vista asombrosa, uno de los atardeceres más espectaculares que Brystal jamás había visto en el Territorio de las Hadas, pero ni siquiera eso le levantó el ánimo.
–Solo tienes que ser feliz… –se dijo Brystal a sí misma–. Ser feliz… ser feliz… ser feliz…
Lamentablemente, sin importar cuántas veces se lo repitiera, su corazón no parecía escucharla.
–¿Con quién hablas?
Brystal giró sobre su hombro y vio a una niña de ocho años detrás de ella. La niña tenía ojos castaños y estaba despeinada, y llevaba una ropa elástica que había hecho con sabia de árbol. Si bien había crecido un poco en el último año, para Brystal siempre sería la pequeña niña que conoció en el Correccional Atabotas.
–Hola, Pip –le dijo Brystal–. Lamento mucho que me hayas encontrado hablando sola.
–No te preocupes. Algunas de mis mejores conversaciones las tengo conmigo misma. ¿Quieres que te haga compañía?
Más compañía era lo último que Brystal quería, pero como estar sola no la había ayudado como esperaba, le vendría bien una distracción. Le dio una palmada a la banca de rocas y Pip se sentó a su lado.
–¿Cómo vienes con tus clases? –le preguntó Brystal.
–Bien –le contestó Pip–. Ya completé las de mejoras, rehabilitación y manifestación. Mañana empezaré a trabajar en imaginación.
–Eso es grandioso. ¿Estuviste trabajando en tu especialidad también?
–¡Sí! ¡Mira esto!
Pip tomó un anillo de su bolsillo y le mostró a Brystal cómo podía apretujar su brazo entero para pasarlo a través de este, como si su extremidad estuviera hecha de arcilla.
–Muy impresionante –la animó Brystal.
–Ayer metí mi cuerpo entero en un envase de pepinillos –le contó Pip–. Desafortunadamente, me quedé atrapada allí por tres horas. Meterse en las cosas es mucho más fácil que salir, pero supongo que así es la vida.
–Desearía haber estado allí para ayudarte. El Consejo de las Hadas ha estado tan ocupado que apenas tengo tiempo para mí.
–Todos están hablando de su visita al Reino del Oeste. Oí que fue todo un éxito.
–Fue demasiado memorable para mi agrado pero ayudamos a mucha gente y los hicimos muy felices en el proceso. Supongo que eso es todo lo que importa.
–Pero no luces muy feliz –notó Pip–. ¿Hay algo que te molesta?
Brystal miró hacia la puesta de sol y suspiró, no tenía fuerzas para seguir ocultándolo.
–La felicidad me está costando mucho en este momento –confesó–. No lo entiendas mal, quiero estar feliz. Hay tantas cosas por las cuales estar agradecidas, pero por alguna razón, no puedo evitar tener pensamientos negativos sobre todo lo que me rodea. Siento que estoy atrapada en mi propio envase de pepinillos.
–¿Estás segura de que estás siendo negativa? –le preguntó Pip–. Por mi experiencia, hay una línea muy delgada entre ser negativa y simplemente realista. Cuando vivía en el Correccional Atabotas, había días en los que me levantaba pensando, Guau, voy a estar aquí para siempre ; y otros en los que me despertaba pensando, Maldición, voy a estar aquí para siempre . Pero eran puntos de vista completamente diferentes.
–No, yo definitivamente estoy siendo negativa –dijo Brystal–. Mis pensamientos me ponen de un humor horrible y hacen que me preocupe y me sienta paranoica. Dios, desearía que Madame Weatherberry aún estuviera aquí, ella sabría exactamente cómo ayudarme.
–Y si estuviera aquí, ¿qué te diría? –le preguntó Pip.
Brystal cerró los ojos e imaginó a Madame Weatherberry sentada a su lado. Esbozó una sonrisa triste cuando recordó los ojos violetas de su mentora y el tacto suave de sus manos enguantadas.
–Probablemente me alentaría a llegar al fondo del problema –respondió Brystal–. Honestamente, creo que ser el Hada Madrina me está agotando. Sabía que sería mucha responsabilidad, pero todo eso vino con un componente emocional que nunca esperé.
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