In hac contrata est unus maximus mons de quo dicunt gentes quod super illo Adam pleuxit filium sumun centum annis. In medio montis hujus est quaedam pulcherima planicies in qua est unus lacus non multum magnus. Sed tamen est bene in eo aqua magna quam dicunt gentes esse lacrimas quas Adam et Eva effunde-runt, quod tamen non creditur esse verunt, cum tamen intus nascatur aqua iela. 5
En la cima, las lágrimas de Adán y Eva forman un lago lleno de piedras preciosas, pero también de sanguijuelas. El rey de la isla permite a sus súbditos sumergirse y coger piedras preciosas del fondo una vez al año. Del lago nace un río donde hay gran cantidad de rubíes, diamantes y perlas. En la descripción de Jourdain de Séverac aparece la huella de Adán en la cima de la montaña. El mismo Jourdain de Séverac, hablando de una multitud de islas que encierran « maravillas » , comenta que, aparte de las piedras preciosas, hay mares donde se pescan las perlas y en una de estas islas « c’est qu’il y a dans l’une d’elles de l’eau, et un arbre spécial au milieu. Tout métal qui est lavé avec cette eau devient de l’or. Toute blessure sur laquelle sont placées des feuilles écrassées de cette arbre est immédiatement guerie » (1925: 75). Sin embargo, ningún viajero asocia de forma directa la isla de Ceilán con su montaña sagrada, testimonio del paso de los padres de la humanidad con el Paraíso Terrenal. Casi todos los viajeros mencionados (Odorico de Pordenone, su imitador Juan de Mandeville, Jourdain de Séverac) son conscientes de la necesidad de contrastar las maravillas , muchas de ellas equiparables con las del Paraíso Terrenal, con determinados espacios infernales. A diferencia de la literatura de las visiones , que indica y caracteriza el infierno como un lugar canónico, los libros de viajes utilizan fórmulas distintas, determinando algunos lugares como próximos al infierno, de la misma manera que otros lugares visitados son próximos al Paraíso Terrenal. Así, Jourdain de Séverac habla de un lugar entre la India Maior y la Minor, lejos del mar, donde los hombres habitan bajo tierra; no comen, no beben ni se visten como los que viven cerca del mar (es interesante la determinación de lo infernal lejos de las aguas del mar; al contrario, lo paradisiaco , esto es, las islas, están rodeadas por el mar). En estas tierras hay serpientes grandes y venenosas, grandes arañas, unas hormigas blancas capaces de destrozar y comerse cualquier cosa: madera, las junturas de las piedras, las telas, y también hay unos pájaros agresivos que se comportan como los perros. Jourdain de Séverac usa para concluir una fórmula retórica: « Que dirai-je? Là le diable parle aussi, souvent et tres-souvent, aux hommes, durant la nuit, ainsi que je l’ai entendu. Tout est admirable dans cette Inde; car c’est véritablement un autre monde » (1925: 82).
En cuanto a la existencia del Paraíso Terrenal, Jourdain de Séverac lo asocia con una Tercera India, que no llegó a visitar; la tierra de Preste Juan –por lo que entendemos, ya que no es nada explícito–, la sitúa ya en Etiopía donde, aparte de un gran número de monstruos, hay muchas piedras preciosas, hay dos montañas de fuego y en medio una montaña de oro. Las gentes que habitan esta tierra, cuyo señor es muy rico y más poderoso que cualquiera en todo el mundo, son cristianos, pero heréticos. En cuanto a Odorico y Mandeville, hablan de cierto «Valle Peligroso». El orden en la estructura del libro es de ubicar el valle inmediatamente después de la descripción de la tierra de Preste Juan y del falso «Paraíso del Viejo de la Montaña». Juan de Mandeville lo llama «valle encantado que se dice el valle del Diablo». Odorico de Pordenone, más escueto que Mandeville, sitúa este valle por encima del río de las delicias. Cuenta que allí había muchos cuerpos muertos, muchos tormentos, miedo y terror. El valle tiene ocho millas de largo. El fraile, interesado y curioso, penetra en el valle, donde encuentra, encima de una montaña, una cabeza de muerto que le produce un gran pavor, superado por la invocación «verbum caro factum est». Al subir el monte arenoso, encuentra allí mucha plata que se podía coger «come uno iscoglia me di pesce din grande cantitá». 6 Sobre este cuadro, Juan de Mandeville construye una notable descripción del « valle tenebroso » . En primer lugar, sitúa el valle « en aquesta isla de Mistorials, contra la parte sinistra, facía a la vía del río Fisón, hay una maravillosa cosa... » (Mandeville 1982: 170). Estamos, por la afirmación de Mandeville, cerca del Paraíso Terrenal; aparte del « ruido » infernal, de la existencia de una gran cantidad de oro, plata y piedras preciosas que atraen y atrapan a los incautos viajeros, de la « cabeza que tiene la vista muy espantable de mirar » , Mandeville cuenta una aventura en la que participa un grupo de viajeros entre los que se encuentran dos frailes menores. Algunos, como « dos griegos y tres españoles » , se pierden en el valle; los demás consiguen apartarse del mundo de los diablos. Ahora bien, en ningún momento se le llama a este lugar infierno. A diferencia de fray Odorico, que da por acabado su viaje después de haber contado la aventura del valle peligroso, Juan de Mandeville, aparte de la descripción de unas cuantas islas más, todas formando parte del reino de Preste Juan, nos conduce hacia el Paraíso Terrenal. Se va hacia Oriente « E destos lugares tenebrosos y desiertos, y de aquesta isla, yendo contra Oriente, no hay mucho camino fasta el paraíso terrenal... » (1982: 175). El viajero («de sillón » , por cierto) se contenta con una descripción de los elementos más conocidos, ya que afirma no haber estado allí. Se trata de la tierra más alta del mundo, que está cercada de un muro. Pero en lugar de mantener la consabida afirmación del « muro de fuego » dice que « no sabe hombre de qué es aquel muro. Y están cubiertos los muros de boira y no se parece piedra ni otra cosa de los muros » . La entrada está cercada de « fuego ardiente » . Dentro, «en el más alto lugar», se encuentra la fuente de la que nacen los cuatro ríos. En el río Fisón se encuentran muchas piedras preciosas, oro y madera de áloe. Aparte de hablar sobre el nombre de cada río y sus características, afirma Mandeville:
Muchos grandes señores y de gran esfuerzo, han tentado de ir por aquel río la vía del paraíso con gran compaña; más jamás lo han podido acabar; antes murieron muchos por la gran fatiga y cansancio de remar y navegar contra las ondas de la agua; y muchos otros se tornaron flacos, y muchos sordos por el sonido de la agua; y muchos otros se afogaron en el río; de forma que ningún hombre mortal pudo llegar al paraíso, si no fuese por especial gracia de Dios. Y así del paraíso no vos sabría otra cosa significar, y por tanto callaré y me tornaré a lo que he visto » (1982: 177).
Los comentarios de Juan de Mandevilla indican que la aventura de búsqueda del Paraíso Terrenal, asociada con la del descubrimiento del reino de Preste Juan, estructuran una parte de todos los viajes reales que se dirigen a Oriente. Algunos viajeros, como fray Odorico, más cautos y a la vez conocedores, probablemente de forma directa, de los textos de las autoridades referentes a la existencia y situación del Paraíso Terrenal, apenas lo mencionan, mientras que otros, especialmente los refundidores de los diversos relatos de viajes, como Mandeville, se recrean en el acopio y desarrollo de elementos que mantienen el afán de búsqueda de las tierras míticas antes mencionadas. Sin llegar a una acción de desmitificación tan evidente como la de Marco Polo, en relación con la figura de Preste Juan, fray Odorico, Jourdain de Séverac, Martignolli, todos hombres de la Iglesia, soslayan el tema del Paraíso Terrenal. Sin embargo, a medida que avanza la Edad Media, ya hacia su fin, en el siglo XV, cuando ya los viajeros portugueses recuperan el mito de Preste Juan situándolo en Etiopía, la tierra del gran Negus, aparecen opúsculos que, de forma abreviada, sintetizan la forma y los contenidos fundamentales de los relatos de viajes medievales.
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