El viaje al Más Allá, genera la literatura de las visiones, con un amplio desarrollo en el ámbito medieval; se trata de un subgénero que, en lugar de aclarar el concepto espacial, lo complica y lo convierte en más confuso en lo que se refiere a sus interpretaciones « reales, alegóricas y escatológicas » . Nos interesa especialmente el mantenimiento, a lo largo de toda la Edad Media, de la creencia en un lugar en la tierra, abarcable pues, que tenga cada una y todas las características del Paraíso Terrenal. Frente a los no lugares que se ofrecen al alma en su viaje, o al iniciado que de forma excepcional lo podía entender en vida, el Paraíso Terrenal se configura como un espacio concreto, como una realidad histórica que se describe y se sitúa dentro de una geografía que organiza el espacio conocido en función de su descubrimiento real, o en función del conocimiento libresco revelado por las autoridades. Alexandre (1987) se plantea un problema primordial, a la hora de trazar la línea de búsqueda del Paraíso Terrenal mediante una serie de viajes, muchos de ellos antiguos, otros más modernos:
Face au lieu qu’évoque le chapitre 2 de la Genèse , tel que l’ont reçu les traditions juives et chrétiennes, se pose la question: que signifie pour le Jardin d’Eden, la qualification de pays mystique? La question vendrait sans doute pour d’autres pays définis comme tels par les modernes mais elle se fait ici singulièrment brûlante. Ce lieu de félicité première où s’inscrit la faute d’Adam, fixant sa condition, et à travers lui, celle du genre humaine en son unité, voué au travail pénible de l’agriculture, à la mort et à la naissance conjointes, ce lieu clos et inaccessible, lieu d’espérance pour tout, est un pôle priviligié de la «geographie sacrée». La realité , revelée par le Livre a constitué un enjeu théologique majeur (1987: 187).
Casi todas las fuentes teológicas mantienen los datos primordiales espaciales fijados por «el Gran Libro». Nadie duda de su situación, «al oriente», y se mantienen todos los elementos expuestos en el Génesis , esto es, el nombre de jardín , con árboles bellos a la vista y con frutos comestibles, y del río que sale del jardín, lo riega y se abre en cuatro brazos que serán los ríos Pisón, Geón, Tigris y Éufrates, ríos cuya trayectoria y características están trazadas de antemano. En el centro de este jardín se hallan el árbol de la vida y el del conocimiento del bien y del mal. El mismo investigador francés cita a Epifanio que, en contra de la interpretación alegórica de Orígenes, afirma que la existencia «sensible» del paraíso está apoyada por la evidente realidad de los cuatro grandes ríos que, «de alguna parte deben de haber salido». Este va a ser uno de los principales argumentos a favor de la existencia del Paraíso Terrenal, ignorantes los exégetas, los investigadores y los viajeros antiguos de las verdaderas fuentes de cada uno de estos ríos. Sin poner en duda la existencia del Paraíso Terrenal en algún lugar oculto para la mayoría de los mortales, sus características lo convierten en un lugar extraordinario, dotado de una serie de cualidades que lo acercan a un «lugar mítico». Está situado en oriente, los ríos que salen de allí acarrean oro y piedras preciosas, hay especias, en el centro se encuentra la fuente de la vida, es una tierra donde hay árboles que producen flores y frutos abundantes y, entre ellos, el árbol del bien y del mal. Es el lugar elegido donde el Creador supremo habla con su Creación, el hombre; es el lugar situado en un jardín, encima de la montaña sagrada. Se trata del lugar donde el hombre convive pacíficamente con los animales, a los que da nombres; se considera el lugar de la felicidad anterior a la muerte, a los dolorosos partos y al trabajo embrutecedor. Sin embargo, es también el lugar donde rige la interdicción que prohíbe al hombre y a la mujer acercarse y comer los frutos del árbol del conocimiento del bien y del mal; es, por lo tanto, un lugar maravilloso , cerrado y perdido pero que, a través de los cuatro ríos, se comunica con el mundo. Vemos aquí que el cuadro maximal que hemos presentado parte de los cuatro datos, bastante escuetos, que presenta la Biblia y que, con más o menos matices, se irá reproduciendo en los escritos religiosos de la Alta Edad Media.
Hoy en día, nuestra percepción sobre el Paraíso Terrenal como lugar concreto situado en algún rincón de la tierra, parece haber cambiado. Sin embargo, y a pesar del buen conocimiento de la geografía terrestre y, quizás, gracias a la nostalgia del paraíso que llevamos dentro, nos negamos a desprendernos del todo de la consideración del Paraíso Terrenal como un lugar alcanzable en vida. Los numerosos escritos científicos, religiosos, de divulgación o incluso de ciencia-ficción mantienen viva, de algún modo, la creencia y establecen los elementos que conforman el mito espacial modernizado . El hombre moderno, igual que el hombre medieval, necesita anclar la coordenada temporal, aquel illo tempore , asignándole un espacio que podría seguir llamándose Paraíso Terrenal , representado por algún planeta al cual se llega venciéndose al tiempo conocido a través de una aventura espacial cósmica.
Sabemos que el origen de los mitos fundacionales reside en una aventura cuyo protagonista, dios u hombre, rompe las barreras y los límites espacio-temporales aceptados y traspasa el umbral de la muerte, para luego volver, originando una religión, y una construcción para albergar objetos y reliquias que dan fe de la aventura. El Paraíso Terrenal pertenece, pues, a estos espacios sagrados que, ocultos al hombre, después de la caída, perduran en la memoria colectiva y en los libros que operan como objetos mágicos testimoniales. No es de extrañar que, aparte de la descripción de este espacio, los himnos de Efrén el Sirio (†373) ( Patr. Gr ., 62, 57) contengan una visión cósmica de un paraíso que comprende tierra y mar a la vez. El paraíso está situado en un monte sagrado, a gran altura y es tanto el espacio donde se inicia la historia de la humanidad como el último destino del hombre. Espacio del comienzo y del fin, el paraíso es el espacio total que existe en sí; no necesita relacionarse con otros, y de hecho tampoco con el tiempo. Los investigadores del tema, al configurar los principales elementos de una geografía sacra, acuden frecuentemente a la Topografía Cristiana de Cosmas Indicopleustes, comerciante, viajero y finalmente monje en Alejandría (siglo VI). Según Cosmas, la tierra que el hombre habita está rodeada por todas partes de las aguas del Océano, y, más allá de éste, existe un lugar donde podría encontrarse el Paraíso Terrenal. No es fácil para los mortales cruzar el Océano; el viaje iniciático de san Brandán o incluso los viajes de Colón implican precisamente la aventura de buscar más allá de los mares la tierra prometida y perdida . De ser un lugar perfecto para la vida del hombre, el Paraíso Terrenal se ha convertido en un lugar prácticamente inalcanzable, bien porque está en la cima de una montaña inaccesible, bien porque se halla más allá de las aguas, de un Océano que no se puede cruzar. Una vez aceptado todo esto, empieza la gran búsqueda del lugar mítico primordial, una aventura inacabada aún, que ha impulsado a viajeros, aventureros, monjes y descubridores hacia lo desconocido. Se mezclan, como ocurre en todas las aventuras totales, el afán de descubrimiento y conquista con una necesidad de traspasar los límites de lo desconocido e iniciarse o conocer más.
A pesar de lo atractivo del recorrido a través de los textos que inician, organizan y fomentan el mito, nuestro interés se centra en la búsqueda ; por lo tanto, en una serie de autores concretos, viajeros activos que relatan su experiencia y el descubrimiento de nuevas tierras que recuerdan el paraíso, o viajeros pasivos, viajeros de sillón que imaginan el mundo, conocido o desconocido, lo describen dejándonos tratados de naturaleza enciclopédica –los imago mundi donde el paraíso tiene su lugar–. Esta última serie se abre con Honorius de Autun, gran divulgador del siglo XII, que describe el mundo a su manera, teniendo, sin embargo, como fuente importante la obra de san Isidoro (Etimologías, Asia). En los capítulos noveno y décimo («De Paradiso –Fons Paradisi; De quator fluminibus. Physon sive Ganges, Geo sive Nilus, Tigris, Euphrates») describe el lugar otorgando importancia al árbol de la vida, cuyos frutos proporcionan la inmortalidad al que pudiera acercarse y comer de ellos. Habla de la fuente de donde nacen los cuatro ríos y finalmente dice: «Post paradisum sunt multa loca deserta et invia, ob diversa serpentum et ferarum genere» ( Patr. Lat . CLXXII, Honorii Augustodunensis, Opera omnia , p. 123). Más allá, pues, del paraíso, custodiado conforme a la tradición por muros de fuego, está el desierto habitado por bestias salvajes y serpientes. La imagen volverá en algunos de los relatos de viajes en relación con la tierra de Preste Juan. A la «De imagine mundi» de Honorius de Autun le siguen muchas otras descripciones, parecidas a la suya. Mencionamos la de Vincent de Beauvais en Speculum historiale , cap. LVI, la de Gervais de Tilbury de la Otia Imperialis (en Scriptores rerum brunsvicensium , Hanovra, 1707) y quizás la de Gauthier de Metz de 1274. 2 Las descripciones citadas en la parte dedicada al Paraíso Terrenal, así como toda la estructura de este tipo de obras, obedecen al modelo enciclopédico medieval, cuya fuente puede ser precisamente las Etimologías ya citadas de san Isidoro que, a su vez, glosa en parte las Sagradas Escrituras.
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