AAVV - Maravillas, peregrinaciones y utopías

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Maravillas, peregrinaciones y utopías: краткое содержание, описание и аннотация

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Este volumen trata de dibujar un mapa estratégico que sirva de guía para el acercamiento a la literatura de viajes producida en el Medievo y Renacimiento europeos: libros verídicos (cruzadas, peregrinaciones, embajadas, misiones, viajes comerciales, expediciones bélicas), viajes seudo-históricos o ficcionalizados, geografías y mapas comentados, cosmografía alegórica, secciones enciclopédicas, mundos imaginados, bestiarios?El libro propone una aproximación interdisciplinar a una región de la cultura en el pasado tan fascinante como todavía inexplorada: «Mares, sueños, vuelos y paraísos», «El viaje a Jerusalén y a los lugares sagrados: cruzada y peregrinación», «Libros de maravillas» y «Espacios narrativos». A la vez, sugiere una reflexión actual sobre el viaje antiguo -más que nunca vigente, ¿viaje sólo de ida y vuelta?– desde el Mediterráneo a Oriente.

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Este trabajo pretende centrarse en uno de los motivos principales de desarrollo de muchos de los viajes reales, esto es, la búsqueda del Paraíso Terrenal. Qué duda cabe: el hombre medieval necesita ampliar su espacio con otros descubrimientos espaciales, sin especial distinción entre los espacios míticos y los reales. Aún más, tratándose de un espacio mítico de origen , un espacio primordial, lugar donde se produce uno de los acontecimientos más importantes de la historia del ser humano. Es el «espacio sin tiempo» (Eliade), que el primer hombre abandona en búsqueda de su trayectoria histórica y de su muerte. El retorno al Paraíso Terrenal, entendido como una de las metas del hombre en general, aparece en la Edad Media, desde sus comienzos, bajo varios aspectos. En primer lugar, mediante una disputa que genera una larga lista de textos, especialmente de tipo religioso, disputa acerca de la situación geográfica del Paraíso Terrenal. Es de reseñar, para el lector moderno, que nunca se ha dudado de la existencia real, «en algún sitio del mundo», del Paraíso Terrenal. Situarlo, pues, para facilitar su búsqueda, ha sido tarea en que se han empleado muchas «autoridades eclesiásticas» en los primeros siglos del cristianismo, continuándose los tratados y disputas sobre la situación geográfica del Paraíso Terrenal hasta el siglo XVII. Sin embargo, se pone de relieve también el concepto de paraíso escatológico situado en el mundo del Más Allá, inalcanzable por los vivos, a no ser a través de un viaje iniciático traducido a la literatura mediante un lenguaje alegórico o hermético.

Dejando de lado el viaje al Más Allá nos ocuparemos del mito espacial del Paraíso Terrenal y de la literatura de viajes y la búsqueda generada por este mito, literatura que se deriva de experiencias reales. Según Delumeau (1992), en su «historia» del paraíso, el cuadro espacial, mítico, llamado paraíso en la mitología judeocristiana, tiene correspondencias en otras religiones y civilizaciones del antiguo Oriente, lo que demuestra la creencia común en la existencia de un paraíso primordial donde reinan la perfección, la libertad, la paz, la felicidad, la abundancia, la armonía del ser humano con la naturaleza. Es igualmente un lugar donde se podía comunicar fácilmente con la divinidad. En la conciencia colectiva de la humanidad se observa la «gran nostalgia» por la pérdida del Paraíso Terrenal y un fuerte deseo de reencontrarlo. Según el concepto temporal que articula una u otra mitología, la esperanza de volver al «espacio de la felicidad» está presente en las religiones y mitologías primitivas que se rigen por el tiempo cíclico. La mitología judeocristiana determina al hombre en su trayecto vital, y lo empuja a aspirar y buscar el paraíso perdido, ofreciéndole en todo caso la eternidad y, en la medida de sus esfuerzos, la posibilidad de alcanzar el paraíso celeste. Dado que el espacio mítico del paraíso es común a varias y distintas mitologías, pasaremos revista brevemente a la tradición grecorromana que, sin lugar a dudas, ha ayudado a mantener y cristalizar el mito judeocristiano.

Las dos principales tradiciones de las que se nutre la vida y la literatura medievales construyen un cuadro intertextual en el que se presentan dos motivos espaciales: los Campos Elíseos y las Islas de los Bienaventurados, y un motivo de naturaleza temporal cíclica: la Edad Dorada. En general, la tradición grecolatina asocia los elementos espaciales con el temporal, dando más importancia a una edad determinada de la humanidad que requiere, a su vez, un espacio apropiado. Lo paradisíaco es aquel tiempo y, a nuestro entender, los motivos espaciales, menos relevantes, están supeditados a la interpretación mítica del origen . Por otra parte, los Campos Elíseos y las Islas de los Bienaventurados son lugares del Más Allá, y sólo mortales iniciados como Eneas pueden conocerlos en vida (aventura que repetirá el poeta de la Divina Comedia ).

Sin embargo, podemos mencionar el canto VII de La Odisea , donde aparece la «Isla de los feacios» y el jardín rodeado de muros de Alcínous. La derivación del motivo espacial hacia una isla –derivación que aparece en Hesíodo ( Teogonía ) y en Horacio (la epoda XVI)– da lugar a la búsqueda a través de un viaje, contado por Diodoro de Sicilia en su Biblioteca Histórica . A la tradición espacial centrada en la felicidad eterna se le añade, con el tiempo, el ingrediente amoroso que prefigura el locus amoenus medieval. La organización de los espacios de la felicidad en torno a un tiempo mítico y la posibilidad (remota y virtual) que tiene el ser humano de volver a estos espacios, están articuladas también en las distintas mitologías precristianas en torno al motivo del viaje, incluso del viaje concreto al Más Allá. A pesar de un primer rechazo, los elementos fundamentales que constituyen el mito de la Edad Dorada y de los espacios correspondientes a la felicidad pasan a incorporarse a la tradición cristiana relacionada con el Paraíso Terrenal, ya que san Justino Mártir, Tertuliano, o el africano Lactancio realizan esfuerzos importantes para demostrar la antigüedad de las Sagradas Escrituras en su parte veterotestamentaria y, por lo tanto, la convergencia inconsciente de los mitos grecolatinos, en lo que se refiere al mito de la Edad Dorada, con el Paraíso Terrenal del libro del Génesis .

La «confusión» entre las descripciones de los autores clásicos, y las que proporcionan distintos autores eclesiásticos premedievales y de la Alta Edad Media, cristalizan en una imagen que se organiza en el cuadro intertextual itinerante proporcionado por san Isidoro en sus Etimologías . Entendido como un tópico articulado mediante una autoridad medieval, este cuadro se repite, circulando con variantes más o menos importantes en las numerosas Imago mundi medievales. Frente a este espacio, considerado «real e histórico» –o según Moises Bar Chefa, obispo de Bethramen (aprox. 900), «físico y místico»–, hay desde siempre interpretaciones que sitúan el Jardín del Edén en un nivel puramente simbólico. San Agustín, al comienzo del libro octavo de su De Genesii ad literam , apunta tres líneas de interpretación en relación con el Paraíso Terrenal: una que lo considera una «realidad corporal», otra sólo una «realidad espiritual» y finalmente la tercera, que opta por «una realidad a la vez corporal que espiritual» ( Patr. Lat . T. 38, De Genesii ad litteram , 8, 1: «Paradisus in Eden plantatus et proprie et figurate accipiendus»).

En escritores posteriores a san Agustín y san Isidoro, en el venerable Beda, Raban Mauro y, especialmente, en Honorius de Autun se confirma la existencia real del paraíso. La afirmación dogmática de la realidad del paraíso culmina con santo Tomás, y tanto es así que Vincent de Beauvais, en su Speculum historiale , llega a precisar la hora en que se produjo el pecado y la caída (a mediodía y a las nueve): he aquí unos detalles de referencia temporal que indican la necesidad de ajustar la verosimilitud y veracidad del discurso histórico y enciclopédico medieval, incluso para asuntos extratemporales. Antes de realizar un inventario de las descripciones que se conocen del Paraíso Terrenal, es oportuno precisar que la misma mitología judeocristiana convierte este espacio «maravilloso» en un «lugar de espera». Hay autores que consideran que el paraíso, espacio cerrado y conservado en su estado primitivo, existe en algún lugar de la tierra, adonde podían llegar solamente algunos «iniciados» guiados por un ángel mensajero como ocurre en el viaje de san Brandan. Otros exégetas consideran que el paraíso ha dejado de existir en la tierra, que está en el «tercer cielo», en un espacio de espera que da cabida a unos pocos, como Henoc y Elías que, a pesar de no haber muerto, han sido trasladados allí. La literatura de tipo apocalíptico centrada en un viaje al más allá, requiere la existencia de esta tierra intermedia donde, a la visión inicial del Paraíso Terrenal, se le añaden una serie de detalles relacionados con la «tierra de la promisión» y «de la felicidad». Por ejemplo, en el Apocalipsis de Pablo (Kappler 1986) aparecen los ríos de leche y miel, los árboles que dan frutos distintos según el mes del año y, en general, reina una abundancia desmesurada. 1

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