Juan Piqueras - La vid y el vino en España

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La cultura del vino es una de las características más sobresalientes del ámbito geográfico del Mediterráneo, no solo como parte de su dieta alimentaria y elemento festivo y religioso, sino también como mercancía y fuente de riqueza económica. El presente libro trata del cultivo de la vid y del comercio del vino en España durante las Edades Antigua y Media en el marco del Mediterráneo y Europa Occidental. Existe pues una herencia vitícola común de origen romano así como una red internacional en la que los vinos y las pasas españoles eran mercancía habitual en Inglaterra, Alemania, Flandes, Francia e incluso Italia. La viticultura y la enología nacieron en el Medio Oriente por el tercer milenio antes de Cristo. Gracias a los comerciantes y colonos fenicios y griegos, lo difundieron hacia Occidente y lo trajeron hasta las costas de la Península Ibérica en torno al siglo VII a.C.

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VINO Y VITICULTURA EN LA ESPAÑA INTERIOR Y DEL NOROESTE

Aunque la arqueología podría dar alguna que otra sorpresa, la opinión general es que la cultura del vino se fue transmitiendo ya bien entrado el siglo I, y sobre todo a partir de los siglos II y III, desde el litoral oriental y meridional de la Península Ibérica hacia las tierras del interior y del noroeste (Galicia), en donde todo el proceso de conocimiento y consumo del vino, previos al cultivo y elaboración local, se retrasó en varios siglos con respecto a la Tarraconense y la Bética.

Comercio y viticultura en el valle del Ebro

Los restos arqueológicos de cuatro villas rústicas excavadas en Arellano, Liédena, Falces y Funes, permiten confirmar la producción de vino en el sur de Navarra desde por lo menos el siglo I d.C. El más antiguo parece ser el lagar de Arellano, que consta de una gran cella vinaria con capacidad para al menos 34 dolia (grandes tinajas) y su correspondiente torcularium o prensa, a los que acompaña un larario o lugar de culto a los dioses lares en donde debían celebrarse reuniones y fiestas familiares (MEZQUÍRIZ, 1999). La villa de Funes tenía cuatro lagares y debió permanecer activa por lo menos entre los años 76 y 122 d.C., a juzgar por las monedas de Domiciano y Adriano allí encontradas (NAVASCUÉS, 1959). La villa de Liédena, datada en el siglo IV, contiene varias prensas, alguna de las cuales sirvió también para la elaboración de aceite (MEZQUÍRIZ, 1954 y 1971).

fig 12 Lápida funeraria romana en honor de una mujer que en vida fue - фото 15

fig. 12 Lápida funeraria romana en honor de una mujer que en vida fue tabernera. Museo Nacional de Arte Romano de Mérida. (Foto Piqueras)

Aunque no se conozcan otros hallazgos similares en el resto del valle de Ebro, debido en parte a la falta de excavaciones, es de suponer que el cultivo de la vid ya era conocido por estas fechas, y mucho antes, en otros lugares de la región, dada la intensa romanización a que fue sometida desde el siglo II a.C. La única referencia literaria al respecto es la que hace Marcial de una finca que le regaló Marcela en Bilbilis, su ciudad natal (cerca de la actual Calatayud), con su bosque, su viñedo y su agua para riego ( Ep ., XIII,31). Hacer extensivo dicho cultivo a otras zonas de clima igualmente templado en el valle del Ebro no presenta excesivos obstáculos, y cabría suponer la existencia de zonas de viñedos que en alguna medida abastecerían el consumo local, pudiendo situarse en el siglo I la expansión de este cultivo (BELTRÁN, 1987). fig. 12

Mejor conocida, gracias una vez más a los restos de ánforas, es la importación de vino. Los minuciosos estudios y catalogación del profesor Miguel Beltrán (1970 y 1987), permiten establecer la cronología, procedencia e intensidad de aquel comercio. En una primera etapa (siglos II y comienzos del I a.C.) el vino era importado de Campania, Calabria y Puglia (sur de Italia) e incluso de las islas del mar Egeo, y su área de mercado se repartía por una serie de lugares próximos al río Ebro, tales como la colonia Celsa (Velilla del Ebro), Azaila, Caesaraugusta, Botorrita y Borja, lo que invita a pensar que el caudaloso río sirvió como camino de entrada a las naves procedentes de Italia y Grecia.

A partir de mediados del siglo I a.C. y sobre todo durante el reinado de Augusto, estos vinos orientales fueron sustituidos por otros mucho más cercanos, como eran los de Laietania y varios puntos del litoral de la Tarraconense, cuya área de difusión dentro del valle alcanzaría no solo a las poblaciones próximas al Ebro, como las ya citadas Celsa, Caesaraugusta, e incluso la misma Iuliobriga (Reinosa), sino también lugares más apartados como Pompaelo (Pamplona) y Puebla del Castro (cerca de Graus), en las estribaciones de los Pirineos, o Hinojosa de Jarque y La Iglesuela, en plena Sierra de Gúdar, lo que significa el desarrollo de un medio de transporte terrestre. El descenso de las importaciones a partir de finales del siglo I d.C. estaría en relación con la difusión de la viticultura entre las poblaciones del valle del Ebro, de tal manera que la producción local haría innecesaria la compra de vino forastero (DUPRÉ, 1990).

La vid y el vino en las regiones del noroeste peninsular

Todo parece indicar que la viticultura llegó a las regiones interiores y del noroeste peninsular mucho más tarde que a las regiones mediterráneas y al valle del Ebro. Las escasas referencias, tanto literarias como arqueológicas, hablan del consumo local y de la importación de vino, nunca de la producción, que seguramente no empezó hasta finales de la romanización, a pesar de que hay autores que atestiguan, aunque sin argumentos, que los gallegos ya cultivaban la vid antes y durante la romanización (DOMÍNGUEZ, 1987).

Las primeras noticias escritas son de Diodoro y Estrabón, quienes escriben en el siglo I d.C. pero reflejan seguramente una situación anterior, ya que copian mucho a Posidonio (135-51 a.C.). Diodoro de Agyrion, en su Historia Universal , V, 34, dice que los celtíberos peninsulares “beben una mezcla de vino y miel; el país les abastece de miel en cantidad, el vino lo traen por mar comerciantes a quienes ellos lo compran”. Por su parte Estrabón, en el libro III de su Geografía , describe a los habitantes de estas tierras como gente muy belicosa y primitiva, que se alimentaban con bellota de encina, que molían después de seca y con la harina amasaban panes. Como bebida gastaban cerveza y no producían vino ni aceite de oliva: “el vino escasea, y cuando lo consiguen, es consumido pronto en convites con sus parientes. La manteca de leche que llaman bútiro suple las veces del aceite”.

La procedencia del vino importado debió variar con el transcurso del tiempo. Antes de la colonización romana, entre mediados del siglo II y mediados del I a.C., y a juzgar por los restos de ánforas del tipo Lamboglia y Brindisi hallados en La Coruña, Lanzada, Ortigueira y otros puntos de la costa gallega, hacen suponer que el origen del vino era el sur de Italia (Campania, Puglia) y Sicilia. A mediados del siglo I a.C. debió entrar también algo de vino procedente de las provincias Narbonense y Tarraconense, pero a partir de la época de Augusto (fines del siglo I a.C.), una vez consumada la conquista romana, la mayor parte del vino empezó a ser importado desde la Bética, como demuestran la gran cantidad de ánforas del tipo Haltern 70 halladas no solo en lugares costeros sino también en muchos puntos del interior de Galicia (NAVEIRO, 1991). La escasez de restos de ánforas a partir del siglo II d.C. hace suponer que ya no se importaba vino, aunque no se pueda afirmar (debido a la falta de testimonios) que ello se debiera a que empezaba a haber un abastecimiento local, que implicaría la existencia de la viticultura, algo que no es posible confirmar en estas tierras hasta los siglos VII y VIII d.C.

DEL VINO PAGANO AL CRISTIANO. LOS VISIGODOS

Una herencia romana: el culto al Liber Pater

Desde su introducción en la Península por los fenicios y griegos, hasta su integración en la agricultura doméstica romana y visigótica el significado del vino tuvo que atravesar una serie de etapas. No cabe ninguna duda de que en sus orígenes el consumo estuvo reservado a ocasiones especiales, con marcado carácter sagrado, festivo e incluso funerario. Aunque no se sabe si sustituyó a alguna otra bebida, los primeros vinos traídos por los fenicios a Gades y Onuba (Huelva) eran para sus consumidores una señal de prestigio social y riqueza, y por eso los bebían en copas de alto valor material y artístico. Los hallazgos de copas en algunos ajuares funerarios demuestran que el vino tenía para los iberos orientalizantes algún significado especial. También hay indicios de que aquí se practicaban actos colectivos, aunque sin llegar al sentido que los griegos daban a sus banquetes o symposion (QUESADA, 1995). Roma exportó no solo su dominio militar sino también su lengua, sus costumbres y su religión. No resulta extraño por tanto que el culto a Baco o Liber Pater , fig. 13llegase a ser el más extendido en la Hispania Romana, por detrás de Júpiter y Diana (VÁZQUEZ, 1982). Pero más importante es la relación entre el culto a este dios y la viticultura, como parecen atestiguar el ya desaparecido mosaico de Sagunt, que representaba a Baco montado sobre un tigre y rodeado de parras, y las numerosas inscripciones halladas en los alrededores de la misma Sagunt, en Asturica, en Tricio (Rioja), en Itálica y Cástulo (Bética) y en Carthago Nova. En esta última hay una cita a los orgiophatae o sacerdotes de Baco. El caso de Sagunt adquiere un especial relieve, pues se trata de una zona donde la viticultura alcanzó una gran importancia y, aunque los autores clásicos lo trataran con cierto desprecio, no cabe duda que su exportación a Roma fue muy elevada y que todavía se seguía enviando a Italia en el siglo II, momento en que es el único vino hispano del que hay referencias literarias (DEL HOYO, 1990).

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