Richard Wagner - La obra de arte del futuro (2a ed.)

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La obra de arte del futuro (2a ed.): краткое содержание, описание и аннотация

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Wagner, más que un músico y un poeta con nombre, fue también un notable escritor y pensador, así¬ como un ensayista prolífico. Sus ideas y sus propuestas son imprescindibles para captar las relaciones entre la música y la filosofí¬a, o si se quiere, entre la musicología y la historia de las ideas, un aspecto fundamental de la teoría estética. La meta a la que apuntan estos escritos wagnerianos es un nuevo arte que ha de sumar y potenciar las diferentes modalidades artísticas en creaciones multidisciplinares, en dramas mítico-ejemplares que otorguen permanencia al recuerdo y a la significación de los héroes, una especie de tragedias griegas revividas y nuevamente musicales, que se escenificarán en los teatros especialmente diseñados para estos espectáculos totales.

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Por eso los que inventáis no sois vosotros, los enterados, sino el pueblo, porque a él le impulsa esa necesidad de inventar: todas las grandes invenciones son acciones del pueblo, mientras que, por el contrario, las de la inteligencia no son más que explotaciones, derivaciones e incluso fragmentaciones y mutilaciones de las grandes invenciones del pueblo. No fuisteis vosotros los que inventasteis el lenguaje , sino el pueblo; lo único que habéis podido hacer es malograr su belleza sensible, quebrar su fuerza, perder su comprensión interna, investigar de nuevo, con esfuerzo, lo que ya está perdido. No sois vosotros los inventores de la religión , sino el pueblo; tan sólo habéis deformado su expresión interna, sólo habéis convertido su cielo en infierno, y la verdad que en ella se anuncia en mentira. No sois vosotros los inventores del Estado , sino el pueblo; vosotros solamente lo habéis hecho pasar de asociación natural de indigentes iguales a coacción innatural de indigentes desiguales, de contrato de protección benefactor para todos a medio malhechor de protección de los privilegiados, de suave ropaje elástico que cubría el flexible cuerpo de la humanidad a rígida armadura de hierro que no está sino vacía, a adorno de un depósito histórico de armas. No le dais vida al pueblo, sino él a vosotros; no pensáis para el pueblo, sino él para vosotros; por lo tanto, no debéis querer aleccionar al pueblo, al contrario, debéis dejaros aleccionar por él: y por eso me dirijo a vosotros y no al pueblo – porque a él hay que decirle sólo pocas palabras, incluso le sobra la consigna: «¡Haz lo que tengas que hacer!», porque ya lo hace por sí mismo; yo me dirijo a vosotros en nombre del pueblo – aunque haya de utilizar necesariamente vuestra forma de expresaros a vosotros los enterados y los listos, para brindaros también, con toda la bondad del corazón del pueblo, la liberación de vuestro egoísta encantamiento en el claro manantial de la naturaleza, en el abrazo lleno de amor del pueblo – allí donde yo la encontré, donde a mí, como artista, se me manifestó, donde alcancé, tras un largo combate entre la esperanza que brotaba desde el interior y la desesperación causada por lo exterior, la fe en el futuro, una fe plena de firmeza y arrojo.

Así pues, el pueblo consumará la redención satisfaciéndose a sí mismo y redimiendo, simultáneamente, a sus enemigos. Su forma de proceder será lo no arbitrario de la naturaleza: con la necesidad de un actuar elemental estallará el orden de cosas , lo único que constituye las condiciones del dominio de lo innatural. Mientras existan tales condiciones, mientras ellas extraigan su savia vital de la pródiga fuerza del pueblo, mientras con su existencia egoísta consuman inútilmente la capacidad procreadora del pueblo – ellas, que por sí mismas son estériles – todo lo que se haga por indicar, crear, alterar, mejorar o reformar, *resultará arbitrario, inútil e infructuoso. Ahora bien, el pueblo sólo necesita negar con su acción aquello que, en realidad, no es nada – que es simplemente innecesario, superficial, vano para ello sólo necesita saber lo que no quiere, y eso se lo dice su involuntario impulso vital; lo único que precisa es que la fuerza de su necesidad convierta lo no querido en algo inexistente y aniquile lo que merece aniquilarse; de esa forma surgirá además por sí mismo algo del futuro que ya ha sido descifrado.

Una vez superadas las condiciones que permitían a lo superfluo consumir la energía de lo necesario, aparecerán por sí mismas las condiciones que reclaman que viva lo necesario, lo verdadero, lo imperecedero: una vez superadas aquéllas que permitían la subsistencia de la exigencia de lujo, entonces se presentarán por sí mismas las condiciones que son capaces de satisfacer, en medida increíblemente grande, aunque no por ello menos adecuadísima, la exigencia necesaria del ser humano, y lo harán con la más profusa sobreabundancia de la naturaleza y de la propia capacidad humana de procreación. Una vez superadas las condiciones del imperio de la moda , surgirán espontáneamente las del arte verdadero y, como por encanto, el testigo de la más noble humanidad, el sagrado y magnífico arte, florecerá con la misma riqueza y plenitud que la naturaleza cuando surgieron las condiciones de su armónica configuración, que ahora, a partir de los dolores de parto de los elementos, se nos han vuelto manifiestas: el arte, tal como esta venturosa armonía de la naturaleza, perdurará y se conservará siempre fecundo, satisfaciendo de la manera más pura y plena las exigencias más nobles y verdaderas del ser humano perfecto, o sea, del ser humano que es aquello que, de acuerdo con su esencia, puede ser y, por ello, debe ser y será.

5. La configuración antiartística de la vida del presente bajo el dominio de la abstracción y de la moda

El ser real y sensible es lo primero, el comienzo y el fundamento de todo lo existente y lo pensable. Darse cuenta de que sus propias exigencias vitales son exigencias comunes a su género , exigencias diversas de las de la naturaleza y de las de los otros géneros de seres vivos distintos de la especie humana que aquélla contiene – es el principio y el fundamento del pensamiento humano. El pensamiento es, en consecuencia, la capacidad humana no sólo de sentir, por sus exteriorizaciones, aquello que es real y sensible, sino también de diferenciarlo por su esencia y, además, de captarlo en sus conexiones y de representárselo. El concepto de una cosa es la imagen, representada en el pensamiento, de su esencia real: la representación de las imágenes de todas las esencias conocidas en una imagen global, en la que el pensamiento objetiva la esencia representada en el concepto de todas las realidades de acuerdo con su conexión, es obra de la suprema actividad del alma humana, del espíritu. Si en esta imagen global el ser humano ya ha tenido que incluir, ciertamente, la imagen, el concepto de su propia esencia – si esta esencia propia, objetivada, es en general, en toda la obra de arte del pensamiento, la fuerza que artísticamente representa, entonces esa fuerza, y la totalidad de realidades que ella representa, no procede, ciertamente, sino del ser humano real y sensible, y por lo tanto surge, según su fundamento último, de sus exigencias vitales y, finalmente, de la condición que da origen a tales exigencias, a saber, la existencia real y sensible de la naturaleza. Ahora bien, allí donde, en el pensamiento, se abandona esta cadena vinculante, allí donde, después de una doble y una triple autoobjetivación, finalmente se capta a sí mismo como su fundamento, allí donde el espíritu no quiere concebirse como la última y más condicionada actividad, sino como la primera y más incondicionada, y por tanto como base y causa de la naturaleza – entonces también se ha eliminado el vínculo de la necesidad, y la arbitrariedad corre desenfrenada – sin fronteras, libre, tal como se imaginan nuestros metafísicos – por los talleres del pensamiento, y desemboca, como un torrente de locura, en el mundo real.

Si el espíritu es quien ha creado a la naturaleza, si el pensamiento es quien ha producido lo real, y si el filósofo viene antes que el ser humano, entonces la naturaleza, la realidad y el ser humano ya no son necesarios, y su existencia, en tanto superflua, hasta es perjudicial; lo más superfluo, sin embargo, es lo imperfecto después de haberse dado lo perfecto. La naturaleza, la realidad y los seres humanos sólo recibirían, entonces, un sentido, una justificación de su existencia – cuando el espíritu – el espíritu incondicionado, el único que es fundamento y causa de sí, y es, por lo tanto, también ley – los utilizase de acuerdo con su absoluto criterio soberano. Si el espíritu fuera en sí la necesidad, la vida sería entonces lo arbitrario, una fantástica mascarada, un ocioso pasatiempo, un frívolo capricho, un «car tel est notre plaisir» del espíritu; así pues, toda virtud puramente humana, sobre todo el amor, sería explicable entonces por el estado en que uno se encontrase y sería algo, en ocasiones, demasiado negativo; toda exigencia puramente humana sería entonces un lujo, mientras que el lujo sería la exigencia genuina; la riqueza de la naturaleza sería entonces lo innecesario, ya que las aberraciones de la cultura serían lo necesario; la felicidad de los seres humanos sería algo secundario, mientras que lo principal sería el Estado abstracto; y el pueblo sería materia contingente, mientras que el príncipe y el docto serían los necesarios consumidores de esa materia.

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