La obra de arte
del futuro
La obra de arte
del futuro
Traducción y notas de Joan B. Llinares y Francisco López
Introducción de Joan B. Llinares
Post Scriptum de Francisco López
Richard Wagner
Colección estètica & crítica
Director de la colección:
Romà de la Calle
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Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, unsistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial. |
La edición de este volumen ha contado con la colaboración
del Màster d’Estètica i Creativitat Musical. Institut de Creativitat.
Universitat de València
1. aedición: mayo, 2000
2. aedición: mayo, 2007
© De la traducción: Joan B. Llinares y Francisco López Martín, 2007
© De la introducción: Joan B. Llinares, 2007
© Del Post Scriptum : Francisco López Martín, 2007
© De esta edición: Universitat de València, 2007
Producción editorial: Maite Simón
Diseño del interior: Inmaculada Mesa
Fotocomposición y maquetación: Publicacions de la Universitat de València
ISBN: 978-84-370-9483-0
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
LA OBRA DE ARTE DEL FUTURO (1849)
I. EL SER HUMANO Y EL ARTE EN GENERAL
1. Naturaleza, ser humano y arte.- 2. Vida, ciencia y arte.- 3. El pueblo y el arte.- 4. El pueblo como fuerza condicionante de la obra de arte.- 5. La configuración antiartística de la vida del presente bajo el dominio de la abstracción y de la moda.- 6. Norma para la obra de arte del futuro.
II. EL SER HUMANO EN CUANTO ARTISTA Y EL ARTE DERIVADO INMEDIATAMENTE DE ÉL
1. El ser humano como su propio objeto y su propia materia artísticos.-2. Las tres modalidades artísticas puramente humanas en su asociación originaria.- 3. Arte de la danza.- 4. Arte del sonido.- 5. Arte de la poesía.- 6. Intentos de reunificación de las tres modalidades artísticas humanas realizados hasta el presente.
III. EL SER HUMANO COMO ARTISTA PLÁSTICO QUE TRABAJA MATERIALES NATURALES
1. Arquitectura.- 2. Escultura.- 3. Pintura.
IV. CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DE LA OBRA DE ARTE DEL FUTURO
V. EL ARTISTA DEL FUTURO
ANEXO: Dedicatoria a Ludwig Feuerbach (1850)
POST SCRIPTUM
A propósito de La obra de arte del futuro
Introducción
I
Repensar las relaciones entre música y filosofía es una labor fundamental de la teoría estética. Sin embargo, y por lo general, cuando se aborda la cuestión se tiende meramente a repasar las aportaciones de los grandes pensadores de la historia de la filosofía, entre los que destacan, si nos ceñimos a este problema específico, las obras de Platón, de Schopenhauer y de Adorno, por citar solamente tres ejemplos de referencia. Ahora bien, llevar a cabo la tarea inversa es también pertinente y necesario: ha habido grandes músicos cuya obra es muy poco comprensible, y sobre todo fue poco inteligible para sus coetáneos, si no se atiende a sus reflexiones estéticas. En efecto, las más radicales e innovadoras «revoluciones» artísticas a menudo han requerido la redacción de manifiestos que proporcionaran una guía explícita sobre aquello que los artistas de hecho hacían en las partituras. Esta es la opción que ahora desearíamos subrayar, en parte porque suele estar más desatendida por los filósofos, y en parte porque quizá sea hora de destacar también, para los propios músicos y profesores de los conservatorios, la inagotable riqueza teórica que en ocasiones contienen las obras de reflexión de algunos compositores.
Quizá no se sabe todavía suficientemente, o se es demasiado reacio a admitir, que ese polémico hombre llamado Richard Wagner (1813-1883), además de ser un reconocido músico y poeta, el imprescindible autor de los textos de sus impresionantes dramas musicales –esos sorprendentes logros de extraordinaria simbiosis entre palabras y música–, fue también no sólo un reiterado y monumental autobiógrafo, sino asimismo un notable escritor y pensador, un excéntrico ensayista de abundante producción, por no referimos a los miles de interesantísimas cartas que componen su epistolario, en parte todavía inédito. Como dice el profesor Ronald Taylor, de los catorce volúmenes de sus Obras completas –en la edición de 1914, preparada por Julius Kapp–, ni siquiera llegan a cuatro los que contienen las obras dramático-literarias, tanto las acabadas y musicadas, como las que son meros proyectos y esbozos, fragmentos o relatos más o menos ocasionales, como, por ejemplo, Die Sarazenin (La sarracena), Friedrich I (Federico I Barbarroja), Jesus von Nazareth (Jesús de Nazaret), Achileus (Aquiles), Luthers Hochzeit (La bodas de Lutero) o ese hermoso boceto, tan premonitorio, que es Wieland der Schmied ( Wieland el herrero ), cuya célula germinal, redactada como brillante conclusión de La obra de arte del futuro , más adelante podrá admirar el lector. Los restantes diez gruesos volúmenes recopilan sus escritos autobiográficos, sus ensayos propiamente dichos y sus abundantes críticas y artículos. Este enorme legado, perteneciente a ese género impreciso de la denominada «literatura de ideas», rebosante de reflexiones y sugerencias, resulta en opinión de su propio autor fundamental para poder comprender con un mínimo de seriedad y de rigor la decisiva empresa estético-musical llevada a cabo por el compositor. Tristan und Isolde (Tristán e Isolda), Die Meistersinger von Nürnberg (Los maestros cantores de Nuremberg), Parsifal y, sobre todo, el prólogo y las tres jornadas de Der Ring des Nibelungen (El anillo del nibelungo) bien merecen, sin duda alguna, que el oyente verdaderamente estético y adulto, esto es, el oyente integral, aquel que percibe, siente y piensa ante una representación en un gran teatro, haga algunos esfuerzos de lectura complementaria para tratar de captar el sentido último de esas obras cimeras. El genuino goce del arte no está reñido con la inteligencia, con la sabiduría y la reflexión crítica, ni menos aún con la responsable capacidad de dar razón de los propios gustos y criterios. He aquí, pues, una buena oportunidad de aunar música y filosofía, o, si se prefiere, musicología e historia de las ideas.
Wagner fue siempre una personalidad muy independiente, un creador que acentuó incesantemente su originalidad, sus rupturas con la tradición, su inconformismo permanente. Su contradictorio talante de rebelde y de triunfador, de exiliado y de protegido, en una palabra, sus exigencias vitales en cuanto genuino y comprometido artista radical, pueden ser algunos de los motivos de que sus ensayos estéticos, culturales y políticos, tan desafiantes, poderosos y, por momentos, geniales, se encuentren, sin embargo, saturados de eclécticas manipulaciones y de grotescas relecturas del pasado histórico-artístico; concebidos con desmesurada autosuficiencia, a menudo desprecian la elegancia y la claridad expositivas, se atiborran de exageraciones impertinentes y de grandilocuencias aparentemente filosóficas, y se hallan, en definitiva, a gran distancia de la altura estética y reflexiva tanto del creador de este producto moderno, Montaigne, como de los espléndidos textos de sus mejores cultivadores en lengua alemana, llámense Schiller, Schopenhauer o Nietzsche. La amalgama que los caracteriza es un magma peculiarísimo que bien requiere, digámoslo así, mucha paciencia y mucha ciencia «geológico-genealógicas» para que su exigente lectura resulte provechosa y gratificante. No obstante, la experiencia merece el esfuerzo y aporta muchas satisfacciones y enseñanzas, y eso no sólo a quienes se apresten a vivirla desde una reconocida pasión por la música wagneriana: no se olvide que nos encontramos ante una parte central, quiérase o no, de la producción de la figura que quizá condense en mayor medida que ninguna otra el complejo cúmulo de tensiones y de ilusiones de los grandes creadores románticos de la pasada centuria. Esa gran producción literaria y musical ha convertido al autor alemán en obligado punto de referencia para toda la cultura romántica, como bien ha indicado ese gran maestro de musicólogos que es Enrico Fubini.
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