Esta explotación hace alusión también a la situación de Canadá como víctima política, como ha subrayado Barbara Hill Rigney (1987: 49). De hecho, según Pilar Somacarrera, “más que representar una nacionalidad en concreto, los americanos son en la novela el símbolo del poder y de la destrucción de la naturaleza, independientemente de cuál sea el país del que proceda esta agresión” (Somacarrera 2000: 14).
Estados Unidos aparece sobre todo encarnado por unos personajes que se dedican a pescar, de forma ilegal, en el lago y cuyo barco está repleto de banderas. No dudan en matar una garza sin motivo. Frente a ellos, la protagonista no siente más que odio; constituyen para ella “the enemy lines”: “I wished evil towards them: Let them suffer, I prayed, tip their canoe, burn them, rip them open” ( SURF 118). Le dan la sensación de estar “in occupied territory” ( SURF 115). Sin embargo, al final descubre que estos personajes no son estadounidenses, sino canadienses, y que ellos mismos pensaban que la protagonista era de Ohio. Para ella, esta confusión demuestra cómo la influencia de Estados Unidos está penetrando y modificando la forma de ser de los canadienses: “But they’d killed the heron anyway. It doesn’t matter what country they’re from, my head said, they’re still Americans, they’re what’s in store for us, what we are turning into” ( SURF 123). En este sentido, Estados Unidos se convierte en “the great evil”, “worse tan Hitler” ( SURF 123). Esta novela presenta unos personajes aparentemente estadounidenses sonrientes e ignorantes: “That was their armour, bland ignorance, heads empty as weather balloons” ( SURF 121). Este estereotipo aparece también en el poema de Atwood “Backdrop addresses cowboy”, en que la voz poética se dirige a un vaquero del oeste, que sonríe inocentemente dejando tras de sí desolación y muertes. Este vaquero es “innocent as a bathtub full of bullets”, e intenta cruzar una frontera, la de Canadá, que aun se le resiste. La voz poética se convierte en el “I/ confronting you on that border,/you are always trying to cross”.
Las relaciones entre Canadá y Estados Unidos también son un tema central de Two-Headed Poems (1978), una serie de poemas que reflexionan sobre la convivencia de dos culturas, ya sea la de Canadá y Estados Unidos, o la del Canadá anglófono y francófono. El epígrafe hace referencia a unos hermanos siameses exhibidos en una exposición canadiense de 1954. Los dos hermanos estaban unidos por las cabezas pero seguían con vida. Como ha señalado Pilar Somacarrera, “Estos hermanos, que como todos los siameses sueñan con la separación, son las dos caras de Canadá, con sus dos lenguas y culturas oficiales, la inglesa y la francesa, pero también son Estados Unidos y Canadá, dos países condenados a estar juntos, pero en permanente conflicto” (Somacarrera 2007: 125).
En el primer poema de la colección, Atwood muestra la pérdida de identidad del sujeto, que se define únicamente con respecto a su vecino del sur. Si esa pérdida en un primer momento es económica, puesto que se pierden los negocios familiares, sólo van quedando escombros, eslóganes, y progresivamente todo se va difuminando, incluso el propio individuo: “fingers dissolving from our hands,/ atrophy of the tongue,/the empty mirror,/the sudden change/from ice to thin air” ( Two-Headed Poems , i). Los poemas también ponen de relieve la ignorancia de los demás en cuanto a la cultura canadiense:
As for us, we’re the neighbors,/ we’re the folks whose taste [...] you don’t admire./ (All neighbours are barbarians,/ that goes without saying,/ though you too have a trashcan.)/ We make too much noise,/ you know nothing about us, you would like us to move away. ( Two-Headed Poems , iii)
La voz poética señala que ha habido un cambio, una evolución desde la inseguridad identitaria del principio. Donde antes había silencio (un silencio que el texto asocia a la bandera, a la ausencia de una identidad propia – Two-Headed Poems , iv) ahora hay un orgullo nacional: “Our hearts are flags now, / they wave at the end of each / machine we can stick them on. Anyone can understand them. / They inspire pride, they inspire slogans and tunes / you can dance to, they are redder than ever” ( Two-Headed Poems , v).
La crítica hacia Estados Unidos se hará todavía más evidente en The Handmaid’s Tale (1985), una novela que nos nuestra una sociedad del futuro que se define a sí misma como perfecta, pero que en realidad constituye un lugar distópico, tiránico, en el que se han suprimido todas las libertades. Lo que antes era Estados Unidos se ha convertido en la República de Gilead, un régimen totalitario, patriarcal y monoteísta en el que las mujeres no sólo deben permanecer sumisas, sino que son reducidas al papel de esclavas sexuales, y su único fin es la maternidad. El centro de Gilead es Boston, o Cambridge, que también fue el centro del puritanismo en Estados Unidos. Según Atwood, los conceptos de utopía y distopía nos permiten reflexionar sobre el significado de palabras como “humano” o “libertad” (Atwood 2005: 95). Como señala Marion Wynne-Davies, Gilead constituye una alegoría política de los Estados Unidos de los años 80, marcados por el evangelismo, el extremismo musulmán, y la desconfianza hacia el movimiento feminista (2010: 40). Atwood justifica su decisión de situar la acción en Estados Unidos alegando al extremismo que caracteriza dicho país y a su importancia a nivel mundial: “The States are more extreme in everything [...] It’s also true that everyone watches the States to see what the country is doing and might be doing ten or fifteen years from now” (Atwood, en Ingersoll 1992: 223).
Criticará también los recortes de derechos que se han ido realizando en el país estadounidense a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en su “Letter to America”. En esta carta compara Estados Unidos con el Imperio Romano, y los canadienses con galos romanizados: “We’re like Romanized Gauls–look like Romans, dress like Romans, but aren’t Romans–peering over the wall at the real Romans” (Atwood 2005: 281). Critica la actitud de Estados Unidos hacia Irak, la deuda americana para financiar tantas guerras, los derechos constitucionales que han sido eliminados. Frente al sueño americano de libertad, justicia y honestidad aparece la realidad actual:
If you proceed much farther down the slippery slope, people around the world will stop admiring the good things about you. They’ll decide that your city upon the hill is a slum and your democracy is a sham, and therefore you have no business trying to impose your sullied vision on them. They’ll think you’ve abandoned the rule of law. They’ll think you’ve fouled your own nest. (Atwood 2005: 282)
A pesar de la crítica hacia Estados Unidos que aparece tanto en sus novelas como en sus poemas y ensayos, Atwood también admira la literatura de dicho país, que ha tenido la oportunidad de conocer a fondo gracias a sus estudios universitarios. En la misma “Letter to America”, destaca la grandeza de escritores como Twain, Whitman, Dickinson, Hammett, Chandler, Hemingway, Fitzgerald, Faulkner, Lewis, Miller. También recuerda la importancia de actores como Marlon Brando, Humphrey Bogart o Lillian Gish, así como de músicos y cantantes como las Andrew Sisters, Ella Fitzgerald, Platters o Elvis (Atwood 2005: 280). Enumera todo aquello que la une al país estadounidense y que no sólo consiste en las lecturas abundantes que ha realizado, o en los cómics que leía cuando era pequeña, sino también en aquellos familiares y amigos procedentes de dicho país: “You are not only our neighbors; in many cases–mine, for instance–you are also our blood relations, our colleagues, and our personal friends” (Atwood 2005: 281).
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