La marcha de Barbara Deming y de otros muchos de Quebec a Guantanamo también se verá dificultada por la encarcelación de numerosos participantes, entre los cuales se encontraba Barbara, detenidos y humillados por la policía. Los asesinatos de John Fitzgerald Kennedy, Robert Kennedy, Martin Luther King, Malcolm X, destacan de forma contundente la oposición y el peligro que corren aquellas personas que luchan a favor de los derechos humanos. Blais describe al asesino de Robert Kennedy como “un homme sans visage encore, un fantôme ou un spectre, ce spectre allait et venait autour de lui, sur la dépouille de son frère, et demain sur celle de Martin Luther King” (2012: 27). Utiliza también la imagen del espectro en Soifs , donde la amenaza que acecha a los personajes aparece descrita como un “spectre coiffé d’une cagoule” ( SF 127). El pasamontañas que cubre en esta imagen la cara del espectro refleja el carácter anónimo de éste: si lo acerca del Ku Klux Klan (una asociación constante en Soifs ) también permite asociarlo a una violencia universal, imposible de identificar y que siempre acecha a aquellos que luchan a favor de los derechos humanos.
La violencia, y sobre todo la violencia de la que ha sido testigo en Estados Unidos, ha marcado profundamente la obra de Blais, pero el idealismo y el humanismo que descubrió en ese país también están muy presentes en ella y aportan cierta luz a los universos que describe. Las palabras de esperanza de Martin Luther King, Malcolm X, James Baldwin, que luchaban por los derechos humanos, y la desilusión que siguió a los asesinatos de Kennedy y de Luther King, que Blais menciona en numerosas ocasiones, condicionarán en cierta forma la dialéctica que aparece en su obra, en la que la violencia y la esperanza se enfrentan continuamente. Como el título de una de sus novelas indica, Dans la foudre et la lumière , sus textos están atravesados tanto por los conflictos y las calamidades del siglo XX, como por la solidaridad de algunos personajes y sobre todo por el arte y la literatura, puesto que para Blais, la escritura es “l’illumination dans le chaos”, la iluminación en el caos (1993: 32). Su experiencia en Estados Unidos, un país en el que finalmente ha decidido residir instalándose en la isla de Key West, en Florida, ha dotado su escritura de una temática propia y de una dimensión ética que estará presente a lo largo de su trayectoria narrativa.
MARGARET ATWOOD Y ESTADOS UNIDOS
Atwood también describirá la escritura como una luz que permite crear cierto orden a partir del caos (2003: xx). Según esta autora: “writing has to do with darkness, and a desire or perhaps a compulsion to enter it, and, with luck, to illuminate it, and to bring something back out to the light” (2003: xxiv). Al igual que Blais, Atwood residió en Cambridge, Massachussets durante varios años. Comenzó su carrera literaria a los 22 años, con la publicación de Double Persephone , una colección de poemas centrados en la figura mitológica de Perséfone. La creación de esta obra contó con los consejos de Jay Macpherson y Northrop Frye, profesores de Atwood en la Universidad Victoria de Toronto y fue galardonada con el premio E.J. Pratt Medal. Siguiendo las recomendaciones de Frye, Atwood intentó compaginar su trabajo como escritora con la vida académica universitaria. Por ese motivo, de 1961 a 1963, y gracias a una beca Woodrow Wilson el primer año y a una beca del Canada Council el segundo, realizó un máster en la prestigiosa Universidad de Radcliffe, en Estados Unidos, y más tarde, en 1965, comenzaría un doctorado en literatura también en dicha universidad. Conocía parte de la literatura estadounidense por sus clases en Toronto. Sin embargo, fue en la Universidad de Radcliffe donde estudió con detenimiento los clásicos estadounidenses, la escritura de los puritanos (que tendrá mucha importancia en algunas de sus novelas), los textos de la época de la Revolución, así como las obras de autores del siglo XIX como Washington Irving, James Fenimore Cooper, Hawthorne, Poe, Melville, Whitman (Atwood 1998: 34).
La experiencia de Atwood en este país marcó profundamente su visión de Canadá y de la literatura canadiense. Como señala Nathalie Cooke, el sentimiento nacional canadiense que Atwood defenderá en sus obras fue impulsado sobre todo por el tiempo que pasó en Estados Unidos, en un ambiente universitario muy conservador y machista, en el que las estudiantes servían té y galletas, y el acceso a la Lamont Library les estaba prohibido por ser mujeres. Atwood no se sentía a gusto en ese universo académico frío, incluso hostil, y en una ciudad como Boston, peligrosa en comparación con Toronto (Cooke 1998: 87, 93, 143). Esta estancia la llevó a plantearse cuestiones esenciales sobre su identidad como escritora canadiense:
Compared to Canada, the United States was, for Atwood, too familiar to be exotic and too unfamiliar to be comfortable. These inconsistencies led first to disappointment and then to a growing resolve about who she was and who and what she wanted to be. If Atwood entered Radcliffe expecting to pursue an academic career as a way of supporting and nurturing her writing, then she left Harvard–for Radcliffe had become part of Harvard by 1963–firmly convinced that she would be first a writer and specifically a Canadian writer. (Cooke 1998: 88)
Hay que tener en cuenta que esta autora, a diferencia de Blais, llegó a un país que compartía su misma lengua, y donde la gente pensaba que ella misma era estadounidense. Para Atwood Estados Unidos constituía un espacio extranjero en el que comenzaría a pensar en las similitudes y diferencias que distinguen su propia cultura de la de su vecino del sur:
When you’re in your country, you don’t think about it much. But when you travel for the first time, it forces you to think about it, especially when you’re in a place that superficially resembles your own country. Boston is not that far from Toronto. I had to think and make comparisons. […] The Americans knew a lot about their country, but not about others’. So history for them, was a sort of a grey fog. (Atwood 1998: 38)
Blais, en Notes américaines: parcours d’un écrivain , también hace referencia a la ignorancia de muchos estadounidenses acerca de Canadá. Menciona la visión que un estudiante del MIT (Massachusetts Institute of Technology), que conoció en Boston, tenía. Según éste, en Estados Unidos se desconocía totalmente y se desvalorizaba el país canadiense: “le Canada n’est pas connu chez nous, le Canada, ce n’est rien. It is nothing, just nothing ” (Blais 1993: 12-13). Sin embargo, en el ambiente artístico en el que Blais vivió en Estados Unidos, sí que observó cierto interés por la literatura canadiense, tanto anglófona como francófona.
La invisibilidad de Canadá en Estados Unidos, la falta de conocimientos sobre este país de aquellos que la rodeaban, desarrolló en Atwood una voluntad de afirmar la existencia de su país de origen y de reivindicar la cultura canadiense. Su reflexión sobre la literatura de Canadá la llevaría a escribir el manual Survival: A Thematic Guide to Canadian Literature (1972), en el que destaca la obra de una serie de escritores canadienses (tanto anglófonos como francófonos). Con este manual, Atwood mostró que existía una literatura canadiense, diferente de la que se escribía en Estados Unidos o Inglaterra, una literatura que tenía sus propias inquietudes y preocupaciones, que tenía interés por sí misma, y que no constituía en absoluto una versión inferior de la literatura que se hacía en otros países.
Incluso en Canadá no se estudiaba la literatura canadiense en la universidad, sino principalmente la literatura de Inglaterra y de Estados Unidos: “I started university in 1957, in English literature. We didn’t learn much Canadian literature, or even much American literature. We started with Anglo-Saxon, and went on to Chaucer, and then to Shakespeare” (Atwood 1998: 31). Como explica en la introducción a la edición de Survival de 2004, cuando la obra fue publicada por primera vez en 1972, la mayoría de la gente de Canadá desconocía la literatura que se escribía en el país: “Among the bulk of readers at that time [Canadian writing] was largely unknown, even in Canada, and among the cognoscenti it was frequently treated as a dreary joke, an oxymoron, a big yawn, or the hole in a nonexistent doughnut” (Atwood, “Introduction”, 2004: 3).
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