MANUEL ÁLVAREZ (1796-1856),
UN LEONÉS EN EL OESTE AMERICANO
Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans
http://www.uv.es/bibjcoy
Directora
Carme Manuel
MANUEL ÁLVAREZ (1796-1856),
UN LEONÉS EN EL OESTE AMERICANO
Thomas E. Chávez
Traducción de Imelda Martín Junquera
Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans
Universitat de València
Manuel Álvarez (1796-1856), un leonés en el Oeste americano
© Thomas E. Chávez
© Traducción de Imelda Martín Junquera
1ª edición de 2013
Reservados todos los derechos
Prohibida su reproducción total o parcial
ISBN: 978-84-9134-149-9
Imagen de la portada: Kirt Hughey
Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera
Publicacions de la Universitat de València
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Índice
Presentación, Imelda Martín Junquera
MANUEL ÁLVAREZ (1796-1856) , UN LEONÉS EN EL OESTE AMERICANO
Agradecimientos
Introducción
El hombre y su tiempo
Capítulo 1
El español viajero
Capítulo 2
Ciudadanía y diplomacia
Capítulo 3
Las obligaciones de un cónsul y los intereses de un comerciante
Capítulo 4
Los problemas con Texas
Capítulo 5
Comienza una nueva era
Capítulo 6
“Su brillante luz crecerá”
Capítulo 7
Político y política
Capítulo 8
Un hombre polifacético
Epílogo
Terminó igual que empezó
Manuel Álvarez (1796-1856),
un leonés en el Oeste americano
Imelda Martín Junquera
Universidad de León
La apasionante vida de este leonés emigrado a México que Thomas E. Chávez recoge en su libro contempla la identidad múltiple de la que él mismo además se vanagloriaba. En la era de la globalización y de la lucha por la eliminación de fronteras que disfrutamos en el siglo XXI, a nadie extraña este tipo de actitud. En el siglo XIX hubiera quizás que recurrir, como es el caso de este personaje, a actuaciones cercanas a la picaresca y la piratería para lograr los objetivos políticos y económicos deseados. Álvarez modificaba alianzas según las necesidades de sus negocios y, así, utilizaba su documentación española, reclamaba la nacionalidad mexicana o la ciudadanía estadounidense, acogiéndose al tiempo de residencia en el país. Entre otras hazañas, logró, pues, sin poseer la ciudadanía estadounidense, convertirse en cónsul de los Estados Unidos en Nuevo México antes de la incorporación de este territorio a los Estados Unidos de América.
Hay que resaltar también en el terreno político, aunque más adelante se analicen más las consecuencias de este hecho, que México era un país recién independizado, una república con reminiscencias de colonia española de la que los ciudadanos de la metrópoli parecía que nunca terminaban de marcharse, aunque se les invitó en numerosas ocasiones a abandonar el país o a atenerse a las represalias que pudieran encontrarse. Este era el caso de Álvarez, quien emigró a México antes de su independencia, pero ante el caos reinante en la república en 1823, se retiró prudentemente por un tiempo a La Habana. En 1824, eliminada ya la prohibición española de comerciar con extranjeros, fundamentalmente estadounidenses, y recién abierta la Ruta de Comercio de Santa Fe, Álvarez decidió probar suerte en Nuevo México, un territorio ya de por sí conflictivo por los constantes enfrentamientos que sufrían los colonos con los habitantes indígenas, sin tener en cuenta los acontecimientos venideros.
La función diplomática, por tanto, no fue la única ocupación de este emigrante español, a quien los negocios también le sonreían. La Ruta de Comercio de Santa Fe, presentaba para Álvarez innumerables oportunidades de hacer riqueza y vivir aventuras: desde el comercio de pieles de animales con los indios, pasando por la introducción de la raza merina para mejorar la producción de lana hasta las transacciones comerciales con el oro y la plata descubiertos en la época. Esta figura, por tanto, resulta clave para entender las relaciones entre los indios Utes y los comerciantes de la zona, al mismo tiempo que podría ser fruto de una investigación interesante el papel que Álvarez pudo representar en la introducción del alcohol en las tribus de nativos con las que comerciaban. Como intermediario en las transacciones comerciales entre los nativos americanos y los propios comerciantes de pieles, Manuel Álvarez, también trampero durante algún tiempo, exploró territorios naturales como Yellowstone y descubrió algunas de sus maravillas antes de que tuvieran lugar las primeras expediciones organizadas y se convirtiera en el primer parque natural de los Estados Unidos en sesión del Congreso de 1872.
Cuantas oportunidades se le presentaban para probar nuevos estilos de vida, las aprovechaba este aventurero, quien sin duda, deseaba experimentar las sensaciones de la vida salvaje en esta tierra que ofrecía tantas posibilidades de desarrollo personal y para los negocios. Sólo los hombres más adustos se atrevían a probar fortuna con las pieles de castor, puesto que eran los únicos capaces de soportar la aridez del terrero por el que avanzaban, así como la climatología que se encontraban en su camino. La zona de operaciones se situaba entre el río Grande y el delta del río Colorado, abarcando cuantas reservas fluviales aparecieran en su camino. Álvarez se atrevió en 1829 a probar suerte como trampero, entre otras razones, también por la necesidad de desaparecer por un tiempo de la vista de las autoridades mexicanas al haber aparecido su nombre en la lista de los españoles que debían abandonar Santa Fe. En definitiva, la importancia de esta actividad queda patente en la labor que los tramperos ejercieron, precisamente durante la guerra México americana, mostrando sus rutas de avance a los generales Fremont y Kearny, quienes aprovecharon para llegar hasta Taos y Santa Fe sin ser vistos por la población nuevo mexicana y entrar por sorpresa en las poblaciones.
Viajero consumado y amante de su tierra y de su familia, Álvarez no dudó en realizar visitas a su localidad natal, Abelgas, durante los periodos que pasaba en Europa realizando compras de mercancía para su negocio en Santa Fe. Mantuvo una fluida correspondencia con algunos de sus familiares, cartas que hoy en día se conservan en Santa Fe, Nuevo México y estuvo al tanto de los acontecimientos a uno y a otro lado del Atlántico, como también demuestran sus libros de cuentas y sus cartas.
A pesar de que este político, diplomático, viajero y comerciante no ha recibido el tratamiento de héroe que sin duda merece en los libros de historia de México o de Estados Unidos, sin embargo, su labor de relaciones públicas, políticas y diplomáticas resultó indispensable para que se diera una transición pacífica entre gobiernos durante las primeras luchas por la obtención de la condición de estado de Nuevo México. Como intermediario, logró apaciguar los ánimos de las dos facciones enfrentadas: territorialistas y constitucionalistas y se granjeó las simpatías de sus conciudadanos nuevomexicanos que le nombraron gobernador en funciones.
Toda la correspondencia personal y oficial que se conserva de Manuel Álvarez, demuestra, en todo caso, que fue un hombre adaptado a la vida de la frontera, y que se forjó una identidad política como enlace entre gobiernos, llegando incluso a comparecer en el Congreso de los Estados Unidos como consecuencia del debate sobre la adquisición de la condición de Estado por parte de Nuevo México. Desafortunadamente, no vivió Álvarez lo suficiente para ver sus esfuerzos políticos recompensados, ya que no sería hasta 1912 cuando por fin, se convirtiera Nuevo México en el cuadragésimo séptimo Estado de la Unión. Entre las razones de que el congreso rechazara la petición constantemente desde 1849 hasta 1912 se encuentra la desconfianza hacia una población mayoritariamente de origen hispano y de religión católica.
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