Desde las expediciones de Francisco Vásquez de Coronado en lo que hoy es Nuevo México, norte de Texas, Oklahoma, Kansas y Colorado hacia 1542 no había existido un personaje español tan relevante y polifacético en la zona.
El legado de Manuel Álvarez debe servir, entre otras cosas, para ayudar a los leoneses a comprender el fenómeno de la inmigración, para reflexionar ante el número creciente de conciudadanos que se ven a diario forzados a abandonar su tierra en busca de una oportunidad para sus sueños o aquellos que han llevado el nombre de León mas allá de nuestras fronteras geográficas. Hombres y mujeres olvidados en su tierra de origen pero recordados y admirados en otras partes del planeta.
Manuel Álvarez representa una figura singular de la joven historia de México y de los Estados Unidos, omnipresente en todos los acontecimientos que tuvieron lugar en el primero departamento de Nuevo México y con posterioridad territorio de los Estados Unidos de América. La labor realizada, a menudo en la sombra, por Álvarez brilla con luz propia desde las páginas de la biografía redactada por Thomas Chávez a partir de su memorándum, correspondencia y otros documentos oficiales recogidos en el Museo de Nuevo México en Santa Fe. Rescatar la vida de este personaje del olvido y reescribir su papel en los acontecimientos de la época supone un hito en la recuperación de la historia no oficial de los Estados Unidos. Chávez escribe un nuevo capítulo de las luchas por la constitución de Nuevo México en Estado con un protagonista de excepción que estuvo presente y actuó como firmante en los acuerdos que se tomaron en la época. El hecho de que un leonés se encontrara en el centro de estos acontecimientos cruciales merece ser resaltado con una publicación de estas características en la provincia.
Testigo de excepción del avance de la frontera estadounidense, Álvarez vivió en una época trascendental para el futuro político, económico y geográfico tanto de los Estados Unidos como de México. Asistió a la trasformación política, geográfica y económica de los tres países que habitó puesto que en la época que le tocó vivir destacan las guerras napoleónicas en Europa, la independencia de México de España en 1821 y la guerra México americana que se saldó con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848 y que resultó en la anexión de los territorios del norte de México por los Estados Unidos.
El lejano oeste se convirtió en metáfora del sueño americano, en “un Edén de belleza incomparable”, según las narraciones de los expedicionarios y escritores de la época como Wilkes, Richard Henry Dana Jr. y John C. Fremont (Wheelan, J. 29). El presidente Polk creía en su labor de cumplir el Destino Manifiesto como buen representante electo de sus paisanos estadounidenses quienes seguían ciegamente los preceptos puritanos y sentían que estaban predestinados a ocupar los territorios que abrían la brecha hasta el Pacífico y configurar así un nuevo mapa geográfico, cultural, político y económico de los EEUU.
Su deseo de hacerse con California sobrepasaba cualquier otro movimiento político, y, por esta razón, en primer lugar, nombró a principios de noviembre de 1845 a John Slidell ministro para asuntos con México y le proporcionó toda clase de poderes diplomáticos a su alcance. Slidell, a cambio debía comprar Nuevo México y California. En realidad, más bien tenía que conseguir que México aceptara la suma estipulada conveniente por los Estados Unidos para la compra del territorio. El secretario de Estado, Buchanan, a su vez, estaba convencido de que era tanta la distancia que separaba Nuevo México del resto del territorio mexicano que se extendía al sur del río Grande que el gobierno estadounidense se haría con este terreno por poco más de cinco millones de dólares.
Las negociaciones por el desplazamiento de la frontera mexicana hacia el sur estaban intentando cerrarse en torno al río Grande y la frontera natural que forma en Texas como división entre los dos nuevos países. La situación en diciembre de 1845 se encontraba en un momento álgido: para los estadounidenses, una vez que Texas había sido anexionada con el beneplácito de la república independiente de Texas, sólo quedaba plantear la oferta de California y Nuevo México.
Para los mexicanos, la situación era completamente diferente: Texas, lejos de ser independiente y mucho menos territorio estadounidense, para ellos continuaba perteneciendo a México, por lo que si no se llegaba a un acuerdo (y seguramente lo buscaran económico) habría que recurrir a la guerra entre los dos países. El establecimiento de la frontera entre los dos países, el hoy llamado “border” empezaba ya a convertirse en el espinoso tema diplomático en el que se ha tornado en nuestros días.
El ejército de los Estados Unidos, impulsado por las órdenes del gobierno, forzó la confrontación militar a orillas del río Grande ya que los mexicanos no parecían mostrar ningún interés en expulsar a los invasores de su terreno; en palabras del general Ulysses S. Grant: “Mexico showing no willingness to come to the Nueces to drive the invaders from the soil, it became necessary for the ‘invaders’ to approach to within a convenient distance to be struck” (Wheelan, J. 85). La situación entre la población de los Estados Unidos en esta época era de un racismo y xenofobia creciente, precisamente en un momento en el que la inmigración irlandesa arribaba a las costas de Boston y Nueva York masivamente debido a la hambruna de la patata. Durante la confrontación armada, numerosos inmigrantes estadounidenses, cruzaron la frontera en Matamoros y se unieron a México, huyendo del maltrato. El tristemente famoso batallón de San Patricio se componía de desertores irlandeses del ejército estadounidense, hartos de las vejaciones de los soldados protestantes. Estos irlandeses lucharon junto al ejército mexicano con la valentía y el ardor que aporta la desesperación.
En Nuevo México, sin embargo, tras la anexión, los extranjeros parecían gozar de una situación de privilegio. En el Camino de Santa Fe estaba Manuel Álvarez cuando el coronel Stephen Watts Kearny enviaba a sus mil seiscientos voluntarios a través de esta ruta desde Fort Leavenworth a Santa Fe. Además de los soldados que comandaba, llevaba bajo su protección una caravana de más de cuatrocientas carretas de comerciantes que iban a hacer negocios a Santa Fe y a Chihuahua. Antes de cruzar el río Arkansas, Kearny decidió reagrupar a todas sus unidades en el Fuerte Bent que se encontraba en una zona del territorio estadounidense adquirido con la compra de Luisiana. Chávez menciona en repetidas ocasiones este fuerte erigido en 1833 por los hermanos Bent en cooperación con Ceran St. Vrain, todos ellos amigos de Manuel Álvarez y figuras relevantes en la transición política que estaba viviendo Nuevo México en esa época, y las múltiples funciones que desempeñó como lugar de intercambio de comercio, refugio de tramperos, cazadores indios y comerciantes e incluso como base de operaciones militares estadounidenses.
Lavin narra cómo desde el Fuerte Bent, Kearny anunció a Armijo que traía órdenes del gobierno de su país de tomar el territorio del que él era gobernador (116). Por medio de unos espías mexicanos a los que capturó en su campamento, Kearny hizo saber a los ciudadanos de Santa Fe que si le planteaban batalla, serían considerados enemigos de los Estados Unidos. Esta expedición debía continuar en parte hasta San Diego, donde se reunirían con las fuerzas navales del comodoro Robert Stockton y en parte hacia el sur de la provincia de Chihuahua, siempre y cuando los nuevomexicanos no opusieran resistencia. A pesar de que las crónicas señalan al comerciante James Magoffin como artífice de esta pacífica transición, Álvarez se constituyó en figura clave, una vez más y sus siempre acertadas intervenciones hicieron el paso del coronel Kearny más dificultoso pero más pacífico de lo que hubiera sido sin la colaboración de nuestro leonés en las conversaciones que tuvieron lugar entre las personalidades relevantes de Santa Fe y los emisarios de Kearny. Las negociaciones de Magoffin con el gobernador Armijo y los posibles sobornos a este último de los que la historia se ha hecho eco tuvieron su relevancia en este acontecimiento pero no resultaron extremadamente decisorios. Ni un solo disparo salió de las armas del ejército estadounidense, salvo para saludar a su bandera. La bandera de las barras y estrellas fue izada en el palacio de los gobernadores de Santa Fe el 18 de agosto de 1846 a la vez que se hacía pública la toma de Nuevo México como territorio de los Estados Unidos de América. Esta toma pacífica de Santa Fe no significa, como bien ilustra Chávez a través de Manuel Álvarez, que no surgieran revueltas y levantamientos contra el nuevo gobernador estadounidense, quien, de hecho, fue asesinado en su propia casa de Taos frente a su familia por un grupo de locales sublevados que temían perder sus tierras a manos de los nuevos conquistadores. El propio Álvarez fue herido en estos enfrentamientos aunque salió mejor parado que muchos de sus amigos estadounidenses que fueron asesinados en la revuelta.
Читать дальше