1 ...7 8 9 11 12 13 ...20 Otra cuestión relacionada con la anterior es la preocupación del escritor por la originalidad, por la habitual búsqueda de un «estilo propio», a la que su generación estaba acostumbrada a partir de su admiración por las grandes figuras del 98. Tanto el narrador como los personajes que pertenecen al gremio se manifiestan a lo largo del Laberinto sobre esta cuestión, cuasi aporética, puesto que el escritor de este siglo es heredero de una larga tradición literaria que ha asumido como propia, y que, salvo en momentos de pasajera euforia, 44o cuando se quiere hacer de la necesidad virtud, 45no es renunciable, porque es el fundamento mismo de cualquier construcción literaria. Solo el que ha leído mucha poesía puede adquirir la suficiente maestría para crearla, y el reciente ejemplo del Premio Nobel Saramago, cuya maduración tardía es el efecto de su retraso en penetrar en el espacio literario, es suficiente prueba de que tampoco son posibles los «pastores novelistas», aunque sí los pastores sabios: que hay cultura sin literatura, aunque no puede haber literatura sin cultura literaria. La búsqueda de la originalidad es en la literatura la constante renovación del mito del vellocino de oro. Y más mítica parece cuanto más vieja es una cultura literaria.
Pero lo cierto es que la actitud pesimista que manifiestan a veces los personajes de Aub al respecto nos parece originada en otro mito por arraigado no menos falso: el que da metafóricamente a la lengua atributos que no le son propios: los de la condición biológica. Las lenguas no nacen, tienen una fase juvenil, maduran y acaban decrépitas para finalmente perecer. Son los nombres con los que las designamos los que mueren. El latín es el nombre que se le dio a un idioma enriquecido con aportes diversos, y que en su expansión y dispersión fue incrementándose y modificándose con aportes nuevos hasta una diversificación que rompía en vastos fragmentos su capacidad comunicativa, por lo que, en función de esta ruptura, fue perdiendo su nombre único, reemplazado por nombres que generalmente les dieron, como suele ocurrir, no quienes lo utilizaban sino sus vecinos que ya no les entendían. 46La vitalidad de las lenguas es la vitalidad de la especie humana: indefinida. Y el escritor abrumado por el peso de la tradición, si capta esa realidad, sea racional o sea instintivamente, acaba saliendo de esa forma desesperada que es el pastiche intencional que tanto ha dominado en el laberinto del arte contemporáneo, y recurre, tarde o temprano, a la fuente en la que el idioma está, como siempre, renovándose: en el habla de los menos sujetos a las disciplinas escolares, de los más ajenos a las normas académicas. O al menos, así ha sido hasta la terrible epidemia de alalia progresiva a la que están sometidos los países en los que los medios audiovisuales imponen su dictadura y reducen a las masas a espectadores mudos. Recientemente ha manifestado su desolación el novelista Félix de Azúa al comparar la volubilidad y riqueza expresiva de campesinos centroamericanos aún no sometidos a la universal dictadura del Gran Espectáculo Único, con los tartamudeos de nuestros más jóvenes retoños, ricos en euros y en juegos electrónicos. 47Pero este ya es otro universo que ni el narrador ni los personajes aubianos alcanzaron a ver. El pesimismo que tiñe las ideas literarias de sus personajes y del propio Aub cuando habla como autor, tenía su fundamento en esa falsa metáfora biológica de la que, inconscientemente, se liberó en los mejores momentos de su genio creador, que fue lo suficientemente fuerte como para superar sus propios prejuicios. Se equivoca su Jusep Torres cuando afirma que «las grandes épocas literarias corresponden al esplendor del idioma, cuando los escritores están inmersos en el instrumento que les hace falta» y yerra el propio Aub cuando afirma que, después de Cervantes, que habría estado en la cumbre por la novedad del idioma, «los que siguen buscarán la novedad en la idea, no en las palabras, así las retuerzan, o llegadas a su término». 48Son otras, y ajenas a la historia interna de las lenguas, las causas que hacen que una literatura pase por fases más o menos brillantes, pero no es aquí el lugar ni disponemos del espacio para poner las cosas en claro.
Otra cuestión es que el peso de la cultura gravite sobre las personas para influir sobre su manera de ver las cosas, y así, el personaje de Salomar no puede menos de acordarse de la entrada de Don Quijote en Barcelona, tal y como la describe el narrador cervantino, cuando el falangista está esperando, impaciente, que la rebelión empiece a desplegarse por la ciudad según el plan previsto. Pero aunque los descubrimientos del hombre se sigan produciendo inexorablemente, la reiteración del nihil novum sub sole sigue resonando como bordón a cada vibración de la sutil cuerda que manifiesta su gozo ante los progresos humanos en nuestro conocimiento de la realidad del mundo.
Y otra cuestión aún es que, ante situaciones determinadas en la existencia humana, cuando las emociones, los sentimientos se manifiestan, quienes los viven experimentan súbitamente la impresión de que la lengua no dispone de los términos precisos para designar lo que están viviendo. Así lo manifiestan repetidas veces a lo largo de la obra de Aub el narrador y sus personajes. En Campo cerrado , es Espinosa quien lo expresa conversando con Serrador al inicio del capítulo «El Oro del Rhin»: «El sentimiento es tuyo, pero las ideas te las dan hechas, aunque no quieras, con la lengua. El idioma es una cosa seria...». 49Ese pesimismo sobre el alcance de las palabras resulta precisamente de la naturaleza del lenguaje humano, como señaló Cassirer: «La realidad subjetiva se caracteriza por su extrema individualidad y concreción, mientras que el mundo de las palabras se caracteriza por su universalidad». 50Como todos los signos, renuncian a lo particular, a lo personal de la intuición, en aras de su comunicabilidad, en la que todos los hablantes se puedan encontrar. Lo que no impide, sin embargo, el fenómeno de la ambigüedad interpretativa, debida a la necesaria polisemia, y favorecida por la producción de contextos insuficientes para su neutralización. De ahí que, en otras situaciones, se pueda sentir una satisfacción gozosa ante la capacidad creativa de quien logra manejar felizmente el idioma. 51Max Aub, por su condición de emigrante de un idioma materno a un idioma de adopción, estuvo obligado a reflexionar más de una vez acerca de los problemas que le iba planteando el aprendizaje del castellano, sobre todo a partir del momento en que lo asume de grado como el suyo, por su libre voluntad, renunciando a escribir en cualquiera de los otros dos idiomas que le eran propios por herencia. Y no tardaría en descubrir que su handicap era, a la vez, una herramienta de creatividad en su nuevo idioma, puesto que es natural en una persona bilingüe mantener viva la capacidad de asombro ante la materialidad de las palabras, y las posibilidades de manipulación que le permite ese don gratuito. El sentido, que en el bilingüe está siempre despierto, de la relatividad en las relaciones entre significante y significado, entre el lenguaje y la realidad no lingüística, se acrece cuando hay más de dos idiomas en juego, y por eso Aub, ya bilingüe franco-alemán al llegar a España, cuando adquiere el uso de dos nuevos idiomas, el castellano y la rama valenciana del tronco catalán –que luego, por sus viajes de trabajo por Cataluña, adquirió también, pasando de uno a otro sin confundirlos–, se sitúa en una posición absolutamente excepcional que contribuirá a caracterizar las formas y los contenidos de su imaginación creadora. Si a estas capacidades se añade el gusto que Aub iba a desarrollar por la prosa clásica y, durante los años de prisiones, por la obra de Quevedo –su única compañía, junto con un diccionario de la lengua–, y culminamos el todo con sus largos años de estancia en México, donde el idioma peninsular se enriquece sobreabundantemente, sería ingenuo asombrarse de la flexibilidad de Aub en el uso del idioma, y del profundo caudal léxico disponible del que hace cada vez más espontáneo y natural uso.
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