Max Aub - Campo Abierto

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Segundo episodio de los seleccionados por Max Aub para trasladar a la escritura su memoria de la guerra. El lector arrancará su lectura de la primera parte con un estremecedor relato, «Gabriel Rojas», de la muerte cotidiana, ya instalada en nuestras ciudades, y seguirá por el despertar del compromiso histórico de un grupo de jóvenes comediantes, del grupo universitario valenciano «El retablo», que deciden marchar al frente de Madrid para sumarse a la resistencia contra el fascismo. Del grupo forman parte Asunción Meliá y Vicente Dalmases, dos jóvenes que a partir de ahora llevarán el hilo de la continuidad a lo largo de las distintas sendas del laberinto. El sangriento episodio histórico que se narra en «Manuel Rivelles», o el análisis narrativo de los casos humanos individuales, con su complejidad psíquica y moral, en «Vicente Farnals», «Jorge Mustieles», «El Uruguayo» o «Claudio Luna», todos ellos llevados a situaciones límites, abren la novela en múltiples direcciones y voces, componen el mosaico complejo de una guerra que no puede ser reducida a un orden maniqueo y binario. La tercera parte nos arrastra hasta las calles y las trincheras de Madrid, al corazón de la lucha desesperada de un pueblo por defender su ciudad y detener a las tropas de ocupación que la asedian.

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El negocio había prosperado. Ahora tenía una fábrica de muebles en Almusafes: quince obreros. No por eso había dejado de pertenecer al partido socialista, donde se le veía con cierta reserva por aquello de que se había convertido en patrono. Pero cuando hacía falta dinero para una cosa u otra recurrían a él sabiendo que daría, prudencialmente, lo que pudiera.

Vicente Farnals leyó lo que creyó necesario para entender el mundo: Eliseo Reclus, Blasco Ibáñez, Max Nordau, Baroja, Valles, los hermanos Margueritte, Barbusse, Flammarión, Insúa, Felipe Trigo, literatura vagamente humanitaria que concordaba con su filantrópico liberalismo. 73Su mayor admiración, Galdós.

El alzamiento no modificó en nada su vivir. No recurrieron a él, ni podía ofrecer nada que sus compañeros no tuviesen. Además ahora, en el partido, mangoneaban los partidarios de Largo Caballero, y él era de Prieto.

Hacia el 15 de agosto recibió una carta de Jaime Salas. Hacía años que no sabía nada de él. Salas fue defensa derecho, en los tiempos de gloria del Ruzafa F. C. Era, por entonces, aprendiz de tintorero. Con él vio Vicente «Los misterios de Nueva York», en el teatro Ruzafa, convertido en cine, y «La moneda rota», en el Romea; acurrucados en general, conteniendo la respiración. «El conde Hugo», «La mano que aprieta». 74

Salas vivió después en Tarragona y allí se casó con una viuda rica. Se supo, y motivó comentarios jocosos e indecentes entre sus antiguos compañeros.

–Siempre fue listo…

–No hay como el braguetazo.

Y el olvido se lo fue comiendo.

Era un muchacho guapo, alto, morenísimo, un tanto amoral. Pero ¡qué defensa derecho! Una vez, jugando contra el Club Deportivo Cabañal, metió un gol desde la línea de defensa.

Apenas tenía memoria de él cuando llegó la carta. Pedía socorro: un salvoconducto para llegar a Valencia. Vicente no lo pensó mucho, fue al partido y, sin entrar en detalles, obtuvo que se le llamara.

Lo vio un momento, en la estación. Pasearon cerca de la reja, al atardecer. Hacía mucho calor. Jaime Salas se asombraba del nuevo aspecto de la ciudad. Fue circunspecto: por lo que advirtió Vicente, era de la Lliga Catalana 75y tenía enemigos en la Unión de Rabassaires. 76Conservaba su buen aire, a pesar de una panza más que incipiente.

–¿Y tu mujer?

Jaime hizo un gesto vago.

–¿No tenéis familia?

–No.

–¿Qué piensas hacer?

–Me voy a Alicante.

Y no hablaron más.

II

Entró Vicente Farnals en casa y se encontró con Gaspar Requena que le esperaba. Las ventanas estaban abiertas y encendidas las luces de todas las habitaciones.

–Se conoce que nadie piensa pagar la cuenta a la Electra…

(Es absurdo que empiece así la conversación, piensa Vicente).

–Mejor es no pagar que recibir dos tiros. 77

Requena ahabía soltado aquella frase sin sentido con un retintín amargo. Tanto montaba que hubiese dicho otra cosa, la intención estaba en el tono. Vicente no se sorprendió, pero dio largas:

–¿Y Teresa?

–No sé. No la he visto. Me hizo pasar la criada.

–Debe estar en casa de su madre.

–Ya supondrás a lo que he venido.

–No.

–¡Vaya, hombre! Defiéndete, pero no niegues. Sabes muy bien de qué se trata.

Vicente y Gaspar eran amigos, lo fueron íntimos antes de que el segundo se marchara a trabajar a Madrid por indicación de la U.G.T., hacía ya cerca de cinco años. Era de Ruzafa, aparejador y muy entusiasta del club de fútbol de la barriada. Pasó al partido comunista en 1934, y lo tenían en mucho.

–Sabemos que has hecho todo lo posible para que Salas embarcara en Alicante.

–Sí. ¿Y qué?

–No quisiera dar a esto más importancia de la que tiene.

–El solo hecho de que estés aquí demuestra lo contrario. Te advierto que no pienso justificarme.

–Ni lo podrías.

–Esa es tu opinión.

–La mía y la de muchos.

–Por mí puedes llamarme «traidor al pueblo español».

–Así no nos vamos a entender.

–Es posible.

–No hay nada peor que emperrarse en la equivocación.

–Todo dependerá de lo que tengamos por equivocación. ¿Fumas?

–No, gracias. ¿Ya no crees que hay que obrar en todo como si cualquier cosa fuese tan importante como la que más?

–Depende…

–¡Claro que depende! Pero en otro sentido… Todo está enlazado. No hay más cabos sueltos que los malos. ¿No me dijiste alguna vez que para ganar un partido lo que importaba era jugar los noventa minutos al mismo tren endemoniado?

–Sí. Pero cuando la pelota está del otro lado del campo puedes rascarte la nariz sin que el entrenador ni el público tenga nada que decir.

–Salas es falangista.

–Cuentos. Veis fantasmas por todos lados.

–Si hubieses sabido que era falangista, ¿hubieses obrado igual?

–Es posible.

–¿Tanto has cambiado? ¿Ya no crees en la lucha?

–¿Te parece que hago poco?

–No. Pero, de pronto, por debilidades personales, fallas.

–Lo mío, déjamelo a mí.

–En la lucha no hay nada tuyo ni mío.

–Entonces, ¿por qué te metes en lo que no te importa?

–Te estás mintiendo. Has obrado mal y lo sabes. No quiero sino una cosa: que lo reconozcas.

–Salas era amigo mío. Como lo eres tú… Si aquí hubiesen ganado los rebeldes, y tú hubieses estado en peligro, yo hubiera hecho lo necesario –lo posible– para salvarte.

–No lo dudo; pero no es ésta la cuestión. Salvarme hubiese sido lo justo, salvar a Salas es una falta contra el pueblo, contra ti mismo.

–Es amigo mío y lo fue tuyo, aunque no tanto.

–¿Crees que basta?

–Sí.

Gaspar se levantó, fue hacia el balcón; se volvió de repente.

–Entonces: estás perdido.

–¿Tú crees?

–Si lo dices de verdad, sí. Y no tenemos más que hablar.

Se dirigió hacia la puerta. Vicente no le contestó, seguro, como lo estaba, que no acabaría ahí la cosa. Acertó y se le fue una sonrisa, a su pesar. Se arrellenó en la silla, apoyó los codos en la mesa:

–¿Para vosotros lo primero es el hombre?

–Desde luego.

–El mundo para el hombre, ¿no? Entonces…

–No sigas por ahí. Por el hombre, para el hombre hay que cambiar de todo en todo la actual estructura de la sociedad.

–Hasta ese momento privará la política sobre cualquier otra cosa, y lo justifica todo…

–Sigue.

–¿No has pensado nunca que toda política vencedora, toda revolución triunfante ha determinado una burocracia que acabó ahogándola? Pensáis que el comunismo es un movimiento continuo, que seguirá adelante, con baches, con volteretas, pero sin pasos atrás. Y aunque los tenga. Que llegará a su meta y que, una vez entronizado el socialismo en el mundo ya no habrá sino tumbarse a la bartola. Intentáis convencer de que es posible la existencia del paraíso en la tierra. En eso sois menos listos que los católicos. 78

–¿De qué estás hablando?

(Vicente se dio cuenta de que se salía por una tangente. ¿Por miedo? Y de que Gaspar lo notaba. Porfió).

–Yo creo en el progreso. En el progreso, siempre. Tras el comunismo debe haber otra cosa. Y luego otra. No se puede ser tan categórico.

–¿De qué estás hablando? Lo que importa es hoy. Lo que hay que hacer hoy. Ahora. Lo que has hecho. Lo demás… Lo de mañana, mañana se discutirá. Y hoy, lo que has hecho es contribuir a la fuga de un enemigo.

–Amigo mío…

–Eso no tiene nada que ver.

–¡Cómo que no! Además, si te hubieses visto en el mismo caso que yo, tú también…

–No. Puedes tener la seguridad de que no. Tengo otra conciencia que tú.

–¿Por qué quieres hacerte más inflexible de lo que eres?

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