5. CONCLUSIONES
En este capítulo hemos podido revisar la evolución de las variables más relevantes y directamente implicadas en la estructura y dinámica demográfica de la sociedad valenciana durante las últimas décadas.
El aumento de la población valenciana ha sido superior a la media española y a la europea. Sin embargo, durante los últimos años ha sufrido pérdidas también aceleradas. El crecimiento se produjo de forma muy rápida entre 1998 y 2008, periodo en que las aportaciones de la inmigración fueron especialmente intensas. En conjunto, la Comunitat Valenciana ha experimentado un crecimiento superior al de regiones europeas con un nivel poblacional y una densidad similares. Las regiones con una densidad similar tienen poblaciones y crecimiento inferiores, y las que tienen incrementos de población parecidos tienen densidades y dimensiones demográficas también inferiores. Por lo tanto, el crecimiento de la población valenciana puede ser considerado como intenso, dadas sus características.
Podemos preguntarnos hasta qué punto tiene sentido aspirar al crecimiento demográfico en esas condiciones. Ya se lo preguntaba Ernest Garcia en el año 2000 (Garcia, 2000). Una sociedad como la valenciana, que concentra su aumento de población en una estrecha franja de territorio costero, genera una huella ecológica muy significativa, y hay que reflexionar sobre cómo es posible crecer ilimitadamente en un espacio tan limitado (Garcia, 2007). Es cierto que la huella ecológica per cápita depende básicamente de los procesos de consumo (Infante-Amate et al ., 2015), pero también lo es que los aumentos de densidad demográfica alimentan el incremento del impacto ecológico global.
Las mayores aportaciones a este crecimiento demográfico las han hecho los movimientos migratorios: la llegada de población de otros lugares del mundo, especialmente de fuera del territorio español, a menudo con menor impacto ecológico. Estas entradas demográficas han frenado las tendencias autóctonas hacia una situación estacionaria, en la que los nacimientos y las defunciones tienden a anularse.
Las tendencias de la dinámica natural de la población en la sociedad valenciana se enmarcan en el contexto de lo que se ha denominado segunda transición demográfica (Cabré, 2007; Lesthaeghe, 2010; Van de Kaa, 1987), y su comportamiento no es muy diferente al del resto de España y de Europa: tasas brutas de mortalidad estables a niveles bajos, pero ganancias relevantes en la esperanza de vida. Una tendencia que no parece presentar un cambio en el futuro, más allá de una posible reducción progresiva de las diferencias en la esperanza de vida entre hombres y mujeres. En el próximo futuro continuaremos viviendo cada vez más años, si no ocurren acontecimientos bélicos o catastróficos. Una situación que hará cada vez más frecuente la llegada a situaciones en las que el debate sobre las condiciones de vida irá acompañado de otro, no menos necesario, sobre las condiciones de muerte.
Por otra parte, la fecundidad ha ido reduciéndose. Solo la llegada, entre 1998 y 2008, de una cantidad relevante de mujeres extranjeras con pautas reproductivas diferentes logró detener temporalmente esta tendencia. En los últimos cuarenta años, los patrones de fecundidad han cambiado de forma sustantiva. También en esto la sociedad valenciana se comporta como el resto de España y algunas regiones del sur mediterráneo europeo.
Esta reducción de la fecundidad se ha producido por fases definidas por diferentes formas de relación entre el efecto intensidad y el efecto calendario, a su vez moduladas por la mayor o menor afluencia de población inmigrada. El resultado es que las mujeres valencianas, de media, tienen cada vez menos descendencia y a edades cada vez más tardías. Esto ocurre en una sociedad en que la movilidad social exige unos requisitos formativos cada vez más elevados; con un reconocimiento creciente de la igualdad entre géneros, que no se acompaña de medidas efectivas de igualación social en el ámbito laboral y de convivencia doméstica; con una tendencia al crecimiento de la esperanza de vida y una reformulación temporal de los acontecimientos biográficos más relevantes; con un incremento de la individualización y las expectativas de autorrealización posmaterialista, y un largo etcétera de características que incentivan a tener pocos hijos y tenerlos más tarde (o a no tenerlos). Mucho tendrían que cambiar las condiciones sociales de vida para invertir una tendencia de esta envergadura. Sin duda, se pueden hacer propuestas de reforma y aplicarlas, como por ejemplo la consideración de los hijos en el sistema de pensiones (Abío y Patxot, 2005), pero esperar que se pueda regular el sistema de bienestar a través de las variables demográficas parece poco realista. Es cierto que también hay límites y, tarde o temprano, la fecundidad dejará de bajar (European Commission, 2015), pero, en el caso valenciano, la evolución de la cantidad de mujeres también presenta una tendencia a la baja, que se prolongará al menos durante dos décadas más. Así, el esfuerzo de incremento de la fecundidad necesario para compensar el envejecimiento y la pérdida del número de mujeres en edad fértil sería titánico. Y también sabemos que las aportaciones de las mujeres inmigrantes son limitadas y, además, tendentes a la convergencia con las mujeres autóctonas.
El resultado general es un proceso continuo de maduración o envejecimiento demográfico de la sociedad valenciana que no se detendrá al menos durante las próximas dos décadas. Un proceso que aumenta las necesidades de atención social a la población en edad dependiente por encima de los 64 años (y a edades cada vez más avanzadas), reduce y envejece la población en edad laboral y también reduce las necesidades de atención a la población en edad dependiente por debajo de los 16 años.
La solución de la migración neta no parece poder compensar esta tendencia, aunque temporalmente pueda frenarla. Además, más allá del interés colectivo en la diversidad, para favorecer la creatividad y el crecimiento cualitativo de la sociedad valenciana, depositar expectativas en que la aportación cuantitativa de la inmigración pueda compensar la situación generada sobre el Estado de bienestar no se ajusta bien a las posibilidades reales (Blanchet, 1989; De Santis, 2012; Paterno, 2012), por no mencionar los efectos negativos sobre el medio ambiente y sobre los países de origen que podría tener un drenaje demográfico de tal magnitud.
Nos hallamos, por lo tanto, ante un dilema. El proceso de envejecimiento, propiamente hablando, no es un problema, sino un dilema. Los problemas tienen solución, los dilemas no: nos obligan a calcular costes. Intentar reducir o evitar este envejecimiento provoca problemas quizás más graves que los que puede resolver, especialmente sobre el medio ambiente y sobre la igualdad entre hombres y mujeres, y también entre los pueblos del mundo. Podremos reducir sus efectos o cambiar absolutamente nuestro sistema de bienestar, pero las dinámicas demográficas dan muy poco margen de maniobra para una acción planificada efectiva al respecto.
1En otros capítulos de este volumen se tratan con detalle aspectos demográficos indirectos, como la constitución de unidades familiares, las relaciones de género, la geografía de la actividad humana o el funcionamiento del mundo laboral o del sistema sanitario o del educativo.
2Indicador que expresa la superficie necesaria para obtener los recursos que se consumen. Footprint Network (data.footprintnetwork.org) facilita estos datos por estados, entre los cuales se encuentra el Reino de España. Para estimar la huella ecológica de la Comunitat Valenciana, hemos ponderado la española por la huella por unidad del PIB valenciano.
3Diferencia entre la tasa bruta de natalidad y la tasa bruta de mortalidad.
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