Spinoza, que dedica uno de los cinco libros de su Ética a la psicología y la erige en instrumento indispensable para la redención (Yovel, 1995: 355), propone tres sentimientos básicos: la alegría, la tristeza y el deseo. Serán sus combinaciones las que darán, en expresión de Castilla del Pino (2000: 284), «singularidad a la arquitectura pasional de cada ser humano». Para Spinoza «el deseo es la esencia misma del hombre en cuanto es concebida como determinada a obrar algo por una afección cualquiera dada en ella» (Ética, IV, «Definiciones de los afectos»). Pero si en esta breve síntesis se ha de subrayar una idea fundamental de la aportación de Spinoza, esa es la idea de «modelo», una construcción mental del sujeto. Lo que Castilla del Pino (ibíd.) define como «construcción axiológica de la realidad». El modelo previamente formado es lo que nos lleva a juzgar entre perfecto e imperfecto, entre bueno y malo. En todo caso, los modelos no indican nada positivo en las cosas consideradas en sí mismas, «son modos de pensar o nociones que formamos porque comparamos las cosas unas con otras», y sobre la subjetividad de los valores añadirá: «Pues una sola y misma cosa puede ser al mismo tiempo buena y mala, y también indiferente. Por ejemplo, la música es buena para el melancólico, mala para el afligido; para el sordo, en cambio, no es ni buena ni mala» (Ética, IV. Prefacio de «De la servidumbre del hombre o de la fuerza de las pasiones»).
En Pascal el poder de la imaginación es inapelable a tenor de lo que escribe en sus Pensées (1670). Deja allí, a merced de su pánico, al mayor de los filósofos, quien, «... sur une planche plus large qu’il ne faut, s’il y a au-dessous un précipice, quoique sa raison le convainque de sa sûreté, son imagination prévaudra. Plusieurs n’en sauraient soutenir la pensée sans pâlir et suer». 5Pero es en su Discours sur les passions de l’amour (1652-53) donde mejor se expresan las coordenadas de la tesis que sostiene sobre el mundo de las emociones. Ya en la apertura de su ensayo puede leerse:
El hombre ha nacido para pensar y no puede dejar de hacerlo; así que nunca está sin hacerlo; pero los pensamientos puros que lo harían dichoso, de poderlos sustentar siempre, le fatigan y le abaten. Es una vida uniforme a la cual no puede acomodarse; le son necesarias mudanzas y acciones; requiere, en fin pasiones que le agiten de cuando en cuando, de las que siente en su corazón fuentes tan vivas y tan profundas. 6
Idea también presente en Arteaga en sus reflexiones sobre lo maravilloso:
Sebbene sia fuor d’ogni dubio, che fra le potenze interne dell’uomo alcuna ve ne ha portata naturalmente verso il vero, e che in esso unicamente riposi non potendo abbracciar il falso quando è conosciuto per tale; è fuor di dubbio parimenti, che fra esse potenza medesime alcun’altra si ritrova, la quale senza poter sermarsi tra u cancelli del vero, si divaga pei Mondi ideali da lei creati, e si compiace de’ suoi errori più sorse di quello che farebbe della verità stessa ( RIV , vol., I: 269). 7
Pero, en el mapa de las emociones que dibuja Pascal, todavía han de señalarse dos puntos cardinales que orientan la vida anímica de los individuos: «Las pasiones más convenientes al hombre, y que encierran muchas otras –escribe–, son el amor y la ambición: casi no tienen parentesco entre sí, a pesar de que a menudo se les relaciona; pero una debilita a la otra y recíprocamente, por no decir que se destruyen» (Pascal, 2003: 8). Así lo ilustran los modelos paradigmáticos y míticos del amor-pasión que sobrevuelan la literatura europea desde el siglo XII, Tristán e Isolda, Abelardo y Eloísa, Romeo y Julieta, Tancredo y Clorinda..., caracterizados por exaltados amores recíprocos, donde la sublimación de ese amor no está tanto en la felicidad y el placer, como en el sufrimiento enamorado, en esa felicidad «en medio de los más ásperos tormentos», que dirá Eugenio Trías (2006: 32), y que se expresa en un lenguaje dialéctico, si no místico. «Mi alegría es mi desgracia», «el dulce tormento», «locura llamada amor es la máxima cordura», «vivo sin vivir en mi y... muero porque no muero». Como puede verse, la voluntad del enamorado queda anulada por la pasión que le domina, pero el sujeto pasional deviene en sujeto estético. Su locura enamorada construye mundos extraordinarios, imágenes poéticas que trascienden su concreta experiencia vital, ya de por sí singular, e inducen la admiratio en el oyente, espectador o lector, sujeto maravillado, la percepción de una vivencia maravillosa donde él solo conoce la cotidianeidad de lo ordinario. Lo maravilloso no tiene gradación, se da o no se da. La realidad, como la conciencia, pone límites. Las pasiones los rompen.
Desde el punto de vista de la construcción discursiva de lo maravilloso, en las siguientes páginas ofrezco una sucinta aproximación a esos precedentes, agrupando autores y textos de referencia en tres periodos. El primero, claro está, que corresponde a los inicios de estas poéticas, al extenso periodo antiguo y medieval. El segundo, referido al inquieto pensamiento humanista y barroco. El tercer periodo, centrado en la poética racionalista e ilustrada.
En no pocas ocasiones se ha venido dando una notable confusión entre poética y preceptiva, que conviene no pasar por alto en esta búsqueda conceptual de lo maravilloso. La primera se ocupa de los principios de orden ontológico: origen de la obra, mimesis, finalidad. La segunda de los elementos constructivos y su articulación: reglas, tipos de verso, caracteres. Las poéticas reflexionan sobre la naturaleza misma de la obra. Las preceptivas compendian reglas, clasifican, dan avisos, prohibiciones, y constituyen el grueso de la producción crítica de todas las épocas. «Arte Poética es un hábito, o facultad del entendimiento, que endereza y rige al poeta, y le da reglas y avisos para componer versos con facilidad», escribe en su Arte poética española Juan Díaz Rengifo (1606, fol. I). No obstante, como quiera que, en este encuentro de voces teóricas de lo maravilloso, nos interesamos por su naturaleza más que por las inabarcables formas de concreción y su sintaxis, esta indagación se pretende ontológica, poética, y no preceptiva. Las siguientes páginas son, pues, una modesta aproximación a esas poéticas. 8
POÉTICA ANTIGUA Y MEDIEVAL:
ARISTÓTELES, HORACIO, TOMÁS DE AQUINO
Como es conocido, el referente teórico más antiguo ha de buscarse en la Poética de Aristóteles. Texto tenido por incompleto, a tenor de lo anunciado en su capítulo I, y del que faltaría la parte dedicada a la comedia y a las «cosas de reír». Así pues, sus observaciones sobre lo maravilloso solo pueden ser parciales, aunque fundamentarán todo el pensamiento posterior.
Lo maravilloso en Aristóteles se integra en el ámbito de la poesía, al respecto apunta: «Es preciso, ciertamente, incorporar a la tragedia lo maravilloso; pero lo irracional, que es la causa más importante de lo maravilloso, tiene más cabida en la epopeya, porque no se ve al que actúa» ( Poética , 1460a). Pasaje que hemos de interpretar como un llamamiento a la verdad artística o artificio narrativo por el que se omiten muchos detalles que de otra manera pudieran parecer ridículos y, sobre todo, restar eficacia a lo narrado. Añade más adelante que «lo maravilloso es agradable, y prueba de ello es que todos, al contar algo, añaden por su cuenta, pensando agradar» (ibíd.). Y en ese sentido, dirá de Homero que fue también «el gran maestro de los demás poetas en decir cosas falsas como es debido» (ibíd.).
En cuanto a la admiración como componente de lo maravilloso, es de señalar que en Platón ( Teeteto , 155d) y Aristóteles ( Metafísica , 982b, 12), 9tiene consideración de principio del filosofar, más que de conmoción emotiva. La admiración es el motor del conocimiento, el admirarnos de algo, y no tanto el admirar algo. El primer caso es un acicate para nuestra inteligencia. El segundo, nos subyuga y perturba. 10
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