José Antonio Gracia Ginés
NEGROR
© Negror
© José Antonio Gracia Ginés
Octubre 2020
ISBN papel: 978-84-685-5337-5
ISBN ePub: 978-84-685-5338-2
Editado por Bubok Publishing S.L.
equipo@bubok.com
Tel: 912904490
C/Vizcaya, 6
28045 Madrid
Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
Camina entre la oscuridad
El viento impide oír sus pasos
Y observa con dificultad
Que apenas siente ya sus manos
TAKO
Índice
Capítulo 1 A veces quiero matar
Capítulo 2 La vida es una traición
Capítulo 3 Voy por la calle buscando el por qué
Capítulo 4 Esperanza quemada
Capítulo 5 Dependes de una inyección
Capítulo 6 En el fondo de la mina
Capítulo 7 Ilusiones muertas
Capítulo 8 Vía sin tren
Capítulo 9 Tiempos que arden
Capítulo 10 El largo camino
Capítulo 11 Una mirada asesina
Capítulo 12 Sólo él sabe la verdad
Capítulo 1 A veces quiero matar
–Tío, ¿qué te ocurre?
La voz de Luis surgió en un tono chillón más inclinado a la desesperación que a la ira, aunque el movimiento de sus brazos recordó el ademán de la bofetada.
¿Ocurrir?
Santi elevó ligeramente el labio superior.
Ocurre que estoy harto de esta mierda de vida. Ocurre que quiero dejar el caballo y no sé cómo. Ocurre que muchas veces quisiera terminar con todo y no tengo valor.
Estaba sentado en un sofá desvencijado y con la tapicería desgarrada, los ojos, en aquellos instantes metálicos, al infinito, perdidos, absortos en algo que sólo él podía ver; el rostro gravemente inexpresivo; la mente desconectada, sin pensar en nada, apagada; la musculatura blanda, como un muñeco de trapo, hasta el punto de no soportar su peso de haber estado de pie.
–Voy a denunciarlos.
Lo dijo como expresando su pensamiento, como si no quisiera hacerlo realmente.
Luis abrió los ojos; conocía bien a su amigo, lo había visto derrumbarse lentamente, aparecer en su rostro aquella expresión inexpresiva de ahora cuando creía que estaba solo y no le veía nadie. No. Santi no hablaba por hablar. Éste lo vio palidecer y temblarle los labios; una máscara de miedo que Luis no se preocupó en ocultar.
El cuarto hedía a humedad, siempre lo había hecho, aunque ellos ya no lo percibían desde que se acostumbraron, a pesar que en muchas partes de la pared se podían ver las gotitas de agua, en una saturación tal que el calendario con una chica desnuda, que tenían sujeto a la misma con dos chinchetas, apenas dejaba conocer el año, 1989. Ahora Luis volvía a sentir el tufillo en la nariz, algo extraño que no habría sabido decir si era su propio terror.
–Conseguirás que nos maten –murmuró empleando el tono y la obviedad de la frase para ocultar su miedo.
El rostro de Santi no se alteró.
Luis tragó saliva, la sintió pasar dolorosamente por su reseca faringe. Negó con la cabeza mientras todos sus músculos luchaban para no temblar.
–No te seguiré –dijo con voz normal, decidida –. En esto no.
Santi tampoco se lo había pedido, era asunto suyo no de Luis. Y lo cierto, tampoco le importaba. Encogió los hombros en un gesto aburrido que a Luis le dijo muchas cosas.
Indiferencia.
Lo que más daño podía hacerle.
Nunca había importado a nadie, absolutamente a nadie, excepto a Santi. Volvió a sentirse rechazado; no, peor. El ademán de Santi fue como si hubiera estado solo, como si él no estuviera allí.
Santi, perdido en su interior, rebuscaba en los bolsillos y extrajo una chinita de marihuana dándose cuenta que no llevaba tabaco. Irritado Luis le tiró el suyo; su pensamiento fue a la cabeza, pero la cajetilla cayó sobre el abdomen.
–¿Cómo puedes hacerte un porro con tanta pachorra?
Le habría dado de patadas. Santi había conseguido enfurecerle, no por la indiferencia, sino por su rendición; era anormal, contranatural. Otros sí, los niños pijos, sí, pero no Santi, ¡Santi, no!
–Me ayuda a pensar.
–¡No hay que pensar nada! ¡No lo hagas, no seas cabezón!
Santi no respondió, sólo lo miró a los ojos. Luis los desvió turbado, preguntándose de pronto quién de los dos se había rendido realmente.
Santi mezclaba la marihuana con el tabaco.
–Sabes que tengo razón.
Lo lió. Pasó la lengua por el papel.
Aquello era lo malo, que tenía razón.
Pero, tío, tú no has pensado, no piensas en las consecuencias.
Luis se apoltronó a su lado en un ademán de derrota, sin saber qué decir, con las cejas ligeramente fruncidas antes de que regresaran a su distancia habitual.
Santi encendió el canuto. Aspiró. Dejó reposar un momento el humo en sus pulmones. Lo expulsó muy lentamente.
Pasó el porro a su amigo. Luis se lo llevó hacia los labios. Pareció querer decir algo. Cambió de idea.
Santi se repantigó en el resto del sofá. Dio otra calada con la vista fija en el cabello rubio de Luis. La mortecina luz de la lámpara creaba diversas tonalidades, desde el oro hasta el amarillo limón. Recordó cuando Luis lo llevaba como él. ¿Cuánto hacía? ¿Un millón de años? Fue antes de meterse en las drogas. No, cuando empezaban. No, ya lo estaban. ¡No se acordaba! Pero sí antes de prostituirse, antes de embutirse en la organización. Entonces les habían dicho que debían cambiar de aspecto y Luis lo hizo. Él no. Continuó con su melena, su ropa heavy, su pendiente… en un acto de rebeldía que no le sirvió de nada, porque había hombres a quienes les gustaban los jovencitos de su catadura.
¿Fue entonces cuando comenzó a odiarse? No. No recordaba exactamente cuándo, pero fue mucho antes. Tal vez fuese a los diez años, acaso el día que intimidó a un niño más pequeño que él a la salida de la escuela, para que le diese el dinero que llevaba. Después se sintió mal. Pero cuando repitió el robo ya no le pareció tan grave.
Luis y él ya eran amigos y no dudaban defenderse mutuamente de los chicos mayores en el barrio de la Mina, en Barcelona, hasta el extremo de que la navaja automática llegó a ser una tercera mano.
Ya entonces el rostro de Luis había sido delicado, una finura que conservaba y que le ocasionó muchos enfrentamientos al tratarle de niña. Al final se cortó el cabello, botas… La dureza que consiguió con su nuevo aspecto fue más ficticia que real. Santi sonreía burlonamente con un imperceptible movimiento de la comisura izquierda cada vez que veía el pelado cráneo de Luis.
–No das el pego, tío –murmuraba.
–¿De qué?
–Nunca serás un skin.
–¿Por qué?
–Te falla algo.
–¿El qué?
–No sé, pero te falla.
Luis se contemplaba en cualquier escaparate preguntándose qué fallos veía el capullo de Santi. Estaba perfecto.
No tardó en cansarse de aquello, hasta que le creció el cabello. Comprendía ya donde estaba el error que afirmaba Santi, no era en la indumentaria, estaba en su interior. Lo supo al unirse aquella temporada con un grupo skin de otro barrio. Tenía su parte buena, podía sentirse unido a sus nuevos amigos, pero sus filosofías eran incompatibles. Le costó una pelea con el cabecilla, porque le sorprendieron con Santi. Tres contra dos. Chupado. Sobre todo porque Santi sacó, Dios sabe de dónde, una pipa de seis tiros inmovilizándolos y convirtiendo la contienda en uno contra uno. A pesar de ser bastante más viejo, el skin no estaba acostumbrado a aquel tipo de peleas callejeras y Luis, con catorce años, no tardó en pegarle dos profundos cortes con la navaja, uno en el rostro y otro…
Читать дальше