José carlos Rueda Laffond - Memoria Roja

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Este libro propone un recorrido sobre la cultura comunista entendida como lugar de memoria. Se aproxima a las narrativas históricas producidas y manejadas por el Partido Comunista de España entre el 14 de abril de 1931 y el 15 de junio de 1977. La II República y su legado. La Guerra Civil y la reconciliación nacional. La bolchevización y la desestalinización. El franquismo y la Transición democrática: unos contextos que sirvieron de eslabones para situar un pasado que no pasaba y que actuó como espacio de identidad tanto en el exilio como en el interior. La hipótesis esencial remarca la flexibilidad de la memoria comunista y la capacidad de adaptación de unas profundas huellas de recuerdo y reconocimiento que actuaron como hilos conductores durante décadas. Para entender ese fenómeno, el libro explora la singularidad de la memoria de partido, sus derivas generacionales, el peso de los relatos orgánicos o la diversidad de declaraciones autobiográficas propias del sujeto comunista.

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El proceso de sovietización incluyó numerosas consignas propagandísticas, entre ellas el lema intercambiable de «Stalin es el mejor amigo de…». En esos puntos suspensivos cabían por igual checoslovacos, alemanes, polacos, búlgaros o húngaros. Y también cupieron los comunistas españoles del interior o del exilio. Antonio Mije argumentó en 1950, desde Radio Moscú, los motivos que justificaban esa cualificación en su adaptación española: la solidaridad soviética durante la Guerra Civil o su política en Naciones Unidas contra el régimen franquista, además de la «derrota del padrino de Franco, Hitler», que constituía la «gran ayuda de la Unión Soviética a nuestro pueblo y a todos los pueblos del mundo». 89 Se enfatizaba así una imagen de integración transnacional bajo el paternalista liderazgo soviético.

Entre 1954 y 1956 la apelación a Stalin fue desapareciendo de forma paulatina, transformándose en exaltación de la ayuda y solidaridad. Ahí estribó otro vector presente en los relatos oficiales de la memoria cosmopolita: la idea de amistad socialista. Dicha consigna actualizaba y reproducía no solo la visión idealizada de la URSS, sino ante todo la legitimación de su posición dominante en el espacio socialista. Al tiempo, se pretendió que sirviese de retórica para desactivar tensiones internas, como mecanismo apaciguador de antagonismos e incluso como amnesia frente a los extremos más dolorosos del recuerdo bélico. Insistir en la tesis de la amistad permitió un cierto bloqueo de las memorias traumáticas, al menos desde un punto de vista oficial, por ejemplo, en Polonia frente a la RDA.

El último vector presente en las estrategias de memoria del Socialismo Real se situó ante la codificación de la experiencia del nazismo. Esta cuestión ocupó un papel decisivo en el diseño de legitimación histórica de la RDA tras las campañas de desnazificación de 1945-47. Desde finales de aquella década terminó de cristalizar una argumentación que presentó al nazismo como modalidad exacerbada de dominio burgués. Sus víctimas, por tanto, habían sido el proletariado alemán y, por extensión, los trabajadores de los países ocupados. 90 Dicha perspectiva dominó la lectura oficial germano-oriental sobre la naturaleza de los campos nazis de concentración y exterminio. Buchenwald se convirtió en memorial antifascista y su significación dominante estribó en que allí había sido asesinado el dirigente del KPD Ernst Thälmann. El recinto sirvió de escenario para concentraciones anuales de desagravio que oponían el cariz fascista de la Alemania de Hitler frente a la naturaleza antifascista de la RDA. Pero este tipo de expresiones no se constriñeron al recuerdo histórico, sino que sirvieron igualmente de instrumento presentista amoldable al clima de tensión con Occidente. La noción de imperialismo norteamericano fue explicada por la propaganda como forma actualizada de fascismo, de la misma forma que el Muro de Berlín (1961) se denominó oficialmente como Antifaschistischer Schutzwall (Muro de Contención Antifascista).

Pero, aunque el antifascismo actuó como fundamentación matriz y existencial para la RDA, la memoria oficial de aquel país también ensalzó otros elementos propios de la cultura comunista alemana que tuvieron visible difusión cosmopolita y que fueron reutilizados en la RDA en aras de crear una prehistoria estatal. Así ocurrió con el recuerdo sobre la revolución de noviembre de 1918 y, sobre todo, con la mitificación de su episodio epigonal representado por la revolución espartaquista y por las figuras de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. 91 A partir de 1947 recabaron ese valor de erigirse en padres fundadores de la Alemania socialista, en un marco de continuidades entre la antigua cultura comunista fermentada durante la República de Weimar y la que eclosionó tras 1945. 92 Liebknecht y Luxemburg eran, además, sólidos mitos de memoria y formaban parte del panteón comunista internacional con anterioridad a la Segunda Guerra Mundial, si bien durante el período previo al VII Congreso de la IC no faltaron las críticas al «revisionismo luxemburguista» en contraposición a la ortodoxia leninista. 93 En todo caso, ambas figuras acabaron siendo ensalzadas durante la Guerra Civil española tanto desde la prensa del PCE como desde la del POUM, aunque con significaciones contrapuestas, tal y como se analizará en el epígrafe 5.5.

Desde 1945 acabaron por hacerse fijas en la prensa comunista española del exilio las secciones que reflejaban cualquier iniciativa solidaria, por muy nimia que esta fuese. Las informaciones sobre los multitudinarios encuentros por la paz, una fórmula de interacción característica de la propaganda comunista de la Guerra Fría, tuvieron un intenso eco en las cabeceras del PCE. Ofrecían una impresión vívida del imaginario del comunismo global de finales de los años cuarenta, un espacio cosmopolita donde se reprodujo el recuerdo de la Guerra Civil. En este sentido, incluso llegaron a complementarse en un mismo número de Mundo Obrero referencias conmemorativas –las consignas del PCUS para el Primero de Mayo–, junto a noticias sobre la victoria comunista en China y el despliegue sobre el Congreso Mundial de los Partidarios de la Paz de París. En su reseña figuraron crónicas sobre el acto y su carácter multitudinario, sus resoluciones y un inventario de todas las alusiones a la guerra española y al franquismo allí vertidas. 94

Formar parte de la comunidad internacional comunista era vital para el PCE en otros planos. Tras la Guerra Civil los cuadros comunistas españoles quedaron potencialmente a merced de la red cosmopolita vertebrada desde la IC. Un proyecto de su secretariado de mayo de 1939 estableció varias prioridades: que se vinculasen, siempre de modo legal, con organizaciones de ayuda a los refugiados, así como con sindicatos y otras formaciones democráticas, e, incluso, que procurasen integrarse en las fuerzas armadas en México, Chile o Colombia. A su vez, según un informe de mayo de 1939, los cuadros españoles quedaron asimismo disponibles para ser empleados como instructores de organización u orientación política de otros partidos comunistas. 95

Otro mecanismo con implicaciones cosmopolitas fue el de la financiación. Las condiciones estructurales del partido explican la situación de dependencia de las contribuciones procedentes de partidos hermanos, muy especialmente venidas desde la URSS. Fernando Claudín aludió a este hecho durante los debates de 1956, recordando cómo tras la guerra y la disolución de la IC se siguió necesitando «la ayuda económica, técnica» de otros partidos comunistas, un auxilio del que «no nos hemos olvidado». En alguna ocasión este llegó de forma sorpresiva. Carrillo narró que, tras la entrevista mantenida en agosto de 1948 con Stalin, el partido recibió una maleta con medio millón de dólares. 96 La CIA también se interesó a finales de los años cuarenta por las fuentes de financiación del PCE mencionando subsidios directos proporcionados por agentes soviéticos infiltrados en España. A ello se añadieron los donativos –según esa fuente en 1949 el PSUC habría recibido mensualmente 10.000 dólares de organizaciones cubanas y otros 10.000 procedentes de Chile, México y otros países–, o bien mediante cuotas salariales, suscripciones, ventas de material o a través de la explotación de algunas de las empresas instaladas en el sur de Francia que sirvieron de fuente de ingresos y tapadera para operaciones en España. 97

Pero lo cierto es que la contabilidad mostraba a mediados de los años cincuenta cifras modestas y una peligrosa tendencia al déficit. Sumando los años 1953 y 1954 el PCE acumuló gastos por valor de 88 millones de francos de los cuales solo se habían logrado cubrir 32 millones. Las reservas existentes en América Latina se estaban agotando (los delegados al V Congreso no contaron con dinero y hubo que buscarlo con urgencia pocos días antes del viaje). Había militantes que no cotizaban regularmente, la edición francesa de Mundo Obrero arrastraba deudas y ciertas publicaciones, como las Obras Completas de Stalin, corrían el riesgo de ser deficitarias.

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