José carlos Rueda Laffond - Memoria Roja

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Este libro propone un recorrido sobre la cultura comunista entendida como lugar de memoria. Se aproxima a las narrativas históricas producidas y manejadas por el Partido Comunista de España entre el 14 de abril de 1931 y el 15 de junio de 1977. La II República y su legado. La Guerra Civil y la reconciliación nacional. La bolchevización y la desestalinización. El franquismo y la Transición democrática: unos contextos que sirvieron de eslabones para situar un pasado que no pasaba y que actuó como espacio de identidad tanto en el exilio como en el interior. La hipótesis esencial remarca la flexibilidad de la memoria comunista y la capacidad de adaptación de unas profundas huellas de recuerdo y reconocimiento que actuaron como hilos conductores durante décadas. Para entender ese fenómeno, el libro explora la singularidad de la memoria de partido, sus derivas generacionales, el peso de los relatos orgánicos o la diversidad de declaraciones autobiográficas propias del sujeto comunista.

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En paralelo a estos hechos, las memorias locales o nacionales se correlacionaron con las coordenadas de las estrategias de transnacionalización manejadas por los diferentes partidos comunistas europeos. Los relatos nacionales siguieron conviviendo tras 1945 con las manifestaciones propagandísticas que conjugaban el culto a Stalin y a los dirigentes locales con la mitificación del sueño colectivo de la construcción socialista entendido como empeño universal cuya plasmación se hacía realidad en la URSS.

Pero tales prácticas no deben advertirse como mero calco de la propaganda soviética, aunque con mucha frecuencia fuesen impulsadas y coordinadas por autoridades de aquel país. Tal mixtura no era nueva. Había ido adoptando distintas formas desde inicios de los años treinta. Así, por ejemplo, la exportación del imaginario soviético en la España de 1936 o 1937 integró la difusión de referentes idealizados soviéticos junto a la indigenización mediante su combinación con marcas locales. La representación de la URSS se construyó a través de un amplio compendio de relatos e imágenes de exaltación de su cariz como patria de los trabajadores, economía desarrollada y paradigma de democracia bajo el liderazgo de Stalin. Mientras, los relatos de viajeros e invitados españoles a aquel país remarcaron con frecuencia rasgos de reconocimiento que establecían afinidades entre la vida cotidiana soviética y la cultura popular española. Como manto integrador entre tales puntos de vista se resaltó la épica de la lucha antifascista y la idea de que el único sostén real que tenía la República española en el ámbito internacional era la Unión Soviética.

Como se verá en los epígrafes 5.6 y 6.1, desde agosto de 1939 el discurso oficial del PCE interiorizó la consideración de la Segunda Guerra Mundial como guerra entre potencias imperialistas en oposición a la perspectiva clásica empleada ante la guerra española (fascismo versus antifascismo). Tras la invasión nazi a la URSS esa visión volvió a trastocarse, al recuperarse de nuevo la semántica de la lucha antifascista. Estas inflexiones llevaron asociadas mutaciones en los relatos históricos. Desde 1947 se españolizaron otros leitmotivs de la narrativa de presente generada en la URSS. Así ocurrió con el rápido enmarque del franquismo bajo la égida norteamericana, o en tildar de titoístas no solo a escisiones que efectivamente acabaron aproximándose a Belgrado (como las de Jesús Hernández y José del Barrio), sino a otras tensiones cuyas raíces se retrotraían hasta la Guerra Civil y que se implicaban con la compleja gestión de las relaciones de jerarquía entre el PCE y el PSUC, como la que culminó con la expulsión de Joan Comorera en 1949.

Todos estos aspectos nos trasladan al escenario de los préstamos e hibridaciones. Cabría estimar que el lenguaje comunista español estuvo dominado en los años treinta o cuarenta por el trasplante y la saturación hegemónica de referentes alegóricos procedentes del vocabulario soviético. Pero ese hecho no debe obviar la existencia de una red con múltiples direcciones y denso tráfico. En ella se situaron dinámicas de exportación que pudieron dejar un poso destacado en las memorias individuales o colectivas, lo cual sugiere la complejidad de las tramas de conexión e intercambio simbólico comunista. 82 Entre el alud de imágenes nostálgicas evocadas a Svetlana Aleksiévich en los años noventa figuraron, en un mismo testimonio, el recuerdo sobre las visitas al colegio de los veteranos de la guerra de España, el alborozo familiar por la victoria de la revolución cubana y la imagen de Pasionaria. «Yo tenía una foto de Dolores Ibárruri en mi escritorio…», confesó a la escritora ucraniana una antigua profesional soviética, «y sí, soñamos con Granada, como después soñamos con Cuba. Y décadas más tarde a otros niños les tocó enamorarse perdidamente de Afganistán». 83

La solidaridad con la España republicana compuso, de hecho, el núcleo para cinco campañas de apoyo mediante la movilización social llevadas a cabo en la URSS entre 1936 y 1938. La primera se inició tres semanas después de la sublevación militar, cuando Pravda informó de que los trabajadores de varias fábricas moscovitas habían decidido donar espontáneamente parte de sus salarios. Tras ello se inició una amplia oleada de suscripciones que se amplió con otras actividades, como asambleas de fábrica y en granjas colectivas, actos en escuelas, exposiciones o conferencias en centros culturales. Una nueva campaña de donativos arrancó en septiembre, cuando los pioneros comunistas prometieron romper sus huchas para ayudar a la República española. Y otra más se inició en julio de 1937, apelando al primer aniversario de guerra, con manifestaciones en diversas ciudades. 84

España se convirtió, por su parte, en nudo de confluencia de una red de transferencias simbólicas y participaciones en un marco tildable de guerra cosmopolita. 85 Sus flujos y conexiones fueron multidireccionales, aunque el PCE acabó erigiéndose en nodo para el tráfico de valores e imágenes, en ocasiones utilizando sus siglas o bien a través de plataformas autónomas como la AUS o el SRI ( cf . epígrafes 4.2 o 5.3).

Esta última red sirvió también de cauce para canalizar la ayuda económica hacia España desde el verano de 1936, en una trama donde se implicaron colectivos diversos. Por ejemplo, en el caso francés, incluyó comisiones de solidaridad encuadradas en el Frente Popular, comités de auxilio a la infancia, la CGT, sindicatos de ramo u oficio o instituciones departamentales. 86 A su vez, en noviembre de 1936 la figura soviética del pionero comunista se había asimilado en el Madrid en guerra readaptándose como niño-combatiente de retaguardia. Esa etiqueta englobaba a muchachos de doce o catorce años encuadrados en radios comunistas que repartían propaganda, realizaban cuestaciones callejeras o mantenían el orden en las colas formadas ante los comercios. 87 Las iniciativas, medios e instrumentos del PCE ayudaron asimismo a socializar el imaginario asociado a la solidaridad internacional. La épica moral de la lucha en España sirvió de potente catalizador sentimental en el acto protagonizado por Ibárruri en el parisino Vélodrome d’Hiver el 8 de septiembre de 1936 con el objetivo de impulsar su movilización. Muchos años después Eric J. Hobsbawm recordó sus sensaciones como espectador. No entendió una palabra de lo que allí se dijo, pero sí se dejó arrastrar por las emociones del ambiente y el personaje de Pasionaria, «ella vestida de negro, como una viuda, en medio del silencio cargado de tensa emoción». 88

La memoria cosmopolita compartida por el comunismo de posguerra se fundamentó, por su parte, en el mantenimiento y la relativa renovación de símbolos, marcas de identidad, conmemoraciones y liturgias. Desde 1945, y hasta el colapso del Socialismo Real, convivieron varios vectores que sirvieron de aglutinantes para ese tipo de expresiones. El primero estuvo conformado por la prolongada mitificación de la Revolución soviética y, por extensión, de la figura de Lenin. 1917 se mantuvo como acontecimiento fundacional, matriz legitimadora del sistema y del movimiento comunista internacional y permanente apelación retórica.

Pero junto a la glorificación de Octubre se implementó un segundo vector compuesto por la exaltación de la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial. En este plano de recuerdo se complementaron varias lecturas. El conflicto fue tipificado como Gran Guerra Patria, como lucha contra el invasor y episodio heroico en la defensa del socialismo. Estas consignas formaron parte de la propaganda soviética desde 1941. Tras 1945 la victoria se explicó subrayando el genio militar de Stalin. El ensalzamiento de la batalla de Stalingrado permitió conjugar el culto a la personalidad y glorificar aquel hecho como expresión de la superioridad moral y material del modelo socialista. Sobre esa base se exaltó como momento decisivo de la Segunda Guerra Mundial y punto de partida de la gran ofensiva contra el fascismo, en cuyo desarrollo se inscribiría el discurso proyectado en los países del Centro y el Este de Europa: considerar que el avance del Ejército Rojo permitió su liberación.

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