José carlos Rueda Laffond - Memoria Roja

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Este libro propone un recorrido sobre la cultura comunista entendida como lugar de memoria. Se aproxima a las narrativas históricas producidas y manejadas por el Partido Comunista de España entre el 14 de abril de 1931 y el 15 de junio de 1977. La II República y su legado. La Guerra Civil y la reconciliación nacional. La bolchevización y la desestalinización. El franquismo y la Transición democrática: unos contextos que sirvieron de eslabones para situar un pasado que no pasaba y que actuó como espacio de identidad tanto en el exilio como en el interior. La hipótesis esencial remarca la flexibilidad de la memoria comunista y la capacidad de adaptación de unas profundas huellas de recuerdo y reconocimiento que actuaron como hilos conductores durante décadas. Para entender ese fenómeno, el libro explora la singularidad de la memoria de partido, sus derivas generacionales, el peso de los relatos orgánicos o la diversidad de declaraciones autobiográficas propias del sujeto comunista.

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75 M. Halbwachs: La memoria colectiva , Zaragoza, Prensas Universitarias, 2004.

76 M-C. Lavabre: Le fil rouge. Sociologie de la mémoire communiste , París, Presses de la Fondation Nationale des Sciences Politiques, 1994.

77 Ibíd., pp. 223-277.

78 J. Habermas: «Vom öffentlichen Gebrauch der Historie», Die Zeit , 7 de noviembre de 1986.

79 E. Nolte: «Vergangenheit, die nicht vergehen will», Frankfurter Allgemeine Zeitung , 6 de junio de 1986.

80 Véase P. Aguilar: Políticas de la memoria y memorias de la política , Madrid, Alianza, 2008. Su crítica, en V. Druliolle: «Memory as the return of the repressed for social research: a critical discussion of Paloma’s Aguilar work», Journal of Spanish Cultural Studies , 13, 2, 2012, pp. 113-127.

81 J. Kubik y M. Bernhard: «A theory of the politics of memory», en M. Bernhard y J. Kubik (eds.): Twenty Years after Communism. The Politics of Memory and Commemoration , Oxford, Oxford University Press, 2014, p. 10.

82 M. Foucault: Dits et écrits, II , París, Gallimard, 1994, pp. 152-154.

83 P. H. Hutton: History as an Art of Memory , Vermont, University Press of New England, 1993, pp. 110-116.

84 J. E. Bodnar: Remaking America. Public Memory, Commemoration, and Patriotism in the Twentieth Century , Princeton, Princeton University Press, 1992, pp. 13-20.

85 M-C. Lavabre: «Cadres de la mémoire communiste et mémoires du communisme», en C. Pennetier y B. Pudal (eds.): Autobiographies, autocritiques, aveux dans le monde communiste , París, Belin, 2002, pp. 293-310.

86 Ibíd., p. 298.

87 Ibíd., p. 306.

II. IDENTIDADES COMPARTIDAS

1. RASGOS DE UNA COMUNIDAD DE MEMORIA

Es casi un lugar común en los estudios sobre la Guerra Civil destacar el notable incremento cuantitativo de afiliados que presentó el PCE, particularmente entre julio de 1936 y marzo de 1937. Esta cuestión permite esbozar un asunto relevante y problemático: los perfiles y ritmos que pautaron el devenir del partido como comunidad de valores y permitieron la articulación de su identidad colectiva. En este sentido se ha apreciado en la primera mitad de 1936 el arranque de una mutación que trastocaría una pequeña organización en un partido de masas. 1 De hecho, el PCE de inicios de los años treinta quizá no superó unos pocos centenares de inscritos que podrían haber llegado a alrededor de 13.000 en 1933. 2 Esas cuantías contrastarían con el despegue cifrado en 1936. La publicística del partido destacó que se trató de un cambio estructural traducido en el paso de 25.000 afiliados a inicios de año a cerca de 100.000 en julio, si bien otros autores han rebajado tales datos. 3 Las cifras oficiales hablaron de un imparable crecimiento tras el estallido de la guerra (alrededor de 200.000 miembros en enero de 1937, 245.000 en marzo y 300.000 en noviembre). 4 Una tendencia similar presentó la sección madrileña, la más importante del partido, que evolucionó de poco más de 3.000 afiliados en marzo de 1936 a 10.000 en julio. Después del inicio del conflicto la pauta fue la misma que la descrita en la tendencia nacional: 21.000 en diciembre, 40.000 en marzo de 1937 y 85.000 en noviembre.

Más allá de la perfecta exactitud de las cifras cabe destacar varios aspectos. El grueso de militantes estuvo evidentemente integrado por una avalancha de nuevos efectivos que se superpuso a las promociones anteriores de afiliados: las trabajosamente gestadas en los años veinte e inicios de los treinta, y la que se fue conformando de 1931 a 1934. 5 Esta expansión coincidió con otros procesos autónomos que sustanciaron la estrategia de apertura y colaboración propugnada desde la IC: la fusión del débil tejido sindical comunista (CGTU) en UGT, la unión juvenil en las JSU y la integración en Cataluña en torno al PSUC. A finales de 1937 se calculó que el volumen de afiliados con más de dos años sumaría 11.000 personas y los de una antigüedad menor a seis meses casi 100.000. La base militante incluía, según los datos hechos públicos en el Pleno del CC de marzo, un grueso de campesinos y obreros agrícolas (en torno a 140.000), seguidos de un contingente heterogéneo de obreros industriales (más de 87.000), un ambiguo grupo de intelectuales y clases medias (más de 22.000) y el colectivo de mujeres (casi 20.000).

La lectura realizada en agosto de 1937 por el partido en Madrid sobre el incremento en un centenar largo de localidades de la provincia afirmó que era consecuencia de la capacidad para atraer a «lo mejor del pueblo». 6 El ingreso de afiliados, en su mayoría clasificados como obreros agrícolas procedentes de la UGT gracias al control comunista de la dirección provincial de la Federación de Trabajadores de la Tierra, se evaluó de forma triunfalista como fruto de «la justa línea del partido en el asunto campesino». 7 Y en otro análisis más sobre el incremento de militantes en el ejército –calculados en más de 200.000 efectivos en noviembre de 1937– se consideró que era logro del buen trabajo de organización. 8 Una dinámica de expansión similar se cifró en otras formaciones autónomas, pero encuadradas en el universo simbólico y referencial comunista. Así ocurrió con la AUS durante la primera mitad de 1937 ( cf. epígrafes 5.3 y 5.4). O con el SRI, que sumó algo menos de 71.000 efectivos en junio de 1936 hasta llegar, según la estadística oficial de afiliados, a más de 353.000 en febrero de 1937 y a casi 566.000 en junio. 9

La expansión cuantitativa del PCE durante la Guerra Civil ha sido valorada como expresión del refugio de ciertos colectivos sociales dentro de una estrategia mayor tildada de gran camuflaje. Campesinos temerosos de los experimentos colectivistas y una pequeña burguesía urbana atemorizada habrían acabado convergiendo en un partido que hacía gala de un tacticismo contrarrevolucionario para copar así las maquinarias estatal y militar, o para ocultar ante las opiniones públicas occidentales la situación existente en la zona republicana tras el 18 de julio. Ese es el eje interpretativo propuesto por el estudio de Burnett Bolloten. Su primera edición vio la luz en 1961 y tuvo rápida traducción en la España de Franco, en el marco de las iniciativas anticomunistas gubernamentales según se comentará en el epígrafe 7.6. 10

No obstante, dicha visión no era nueva. Con anterioridad el relato de memoria franquista había destacado ya la tesis del camuflaje como instrumentalización comunista del régimen republicano y su presentación, a ojos de la opinión pública internacional, como sistema democrático. Esa idea constituyó la trama argumental del cortometraje de propaganda Vivan los hombres libres , realizado en 1939 por Edgar Neville. Aunque durante la guerra tampoco faltaron alusiones en algún informe comunista acerca de que el hipotético camuflaje no se estaba dando en el partido sino en secciones de la CNT que estarían incorporando a pequeños propietarios votantes de derecha o a «elementos reaccionarios» con «con ganas de poseer algún carnet». 11

Tanto esa lectura como la visión sobre el gran camuflaje asimilada por el franquismo dejan de lado, empero, otro factor destacable: la capacidad del PCE para copar un espacio sociopolítico hasta la primera mitad de 1936 cubierto por el republicanismo de izquierdas. Como apuntó Rafael Cruz, el Partido Radical prácticamente había desaparecido de la escena política a comienzos de ese año. 12 Y desde el verano fuerzas como Izquierda Republicana o Unión Republicana se vieron desbordadas por la situación de guerra y la movilización. Ese espacio sociopolítico fue, al menos en parte, cubierto por el PCE desde una estrategia donde se aunaron eficazmente, como se estudiará en el epígrafe 4.1, la invocación populista, la apelación a un frentepopulismo de amplio espectro, la defensa de la legalidad y su lógica parlamentaria, el nacionalismo, el rechazo frontal de cualquier exceso revolucionario o los llamamientos al esfuerzo de guerra. A lo indicado se añadió una operatoria flexible con una transferencia bidireccional: el PCE se apropió de algunas señas características del legado republicano, renovándolas y readecuándolas, mientras que el republicanismo de izquierdas también parecía hacer suyos valores como la defensa y exaltación de la URSS.

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