José carlos Rueda Laffond - Memoria Roja

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Este libro propone un recorrido sobre la cultura comunista entendida como lugar de memoria. Se aproxima a las narrativas históricas producidas y manejadas por el Partido Comunista de España entre el 14 de abril de 1931 y el 15 de junio de 1977. La II República y su legado. La Guerra Civil y la reconciliación nacional. La bolchevización y la desestalinización. El franquismo y la Transición democrática: unos contextos que sirvieron de eslabones para situar un pasado que no pasaba y que actuó como espacio de identidad tanto en el exilio como en el interior. La hipótesis esencial remarca la flexibilidad de la memoria comunista y la capacidad de adaptación de unas profundas huellas de recuerdo y reconocimiento que actuaron como hilos conductores durante décadas. Para entender ese fenómeno, el libro explora la singularidad de la memoria de partido, sus derivas generacionales, el peso de los relatos orgánicos o la diversidad de declaraciones autobiográficas propias del sujeto comunista.

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Tal y como se ha señalado en la introducción, este libro desea enfocarse desde un prisma eminentemente aplicado. Pero es esencial subrayar criterios de delimitación e indicar algunas dificultades que comportan. Otro historiador español, Eduardo Manzano, ha demarcado los terrenos de la historia y la memoria a través de una consideración especialmente clarificadora: la historia (o si se quiere, el ideal de historia) puede ser definida como aquel pasado que no necesita del presente («todo aquel pasado que no tiene actualidad» afirmó literalmente Manzano), que se expresaría en forma de conocimiento explicativo con aspiraciones de objetividad y totalidad. En cambio, la noción de memoria evocaría no solo la dimensión del recuerdo personal. Implicaría también la remembranza compartida, los grandes imaginarios sobre lo pretérito o el relato sobre las raíces colectivas vinculadas al presente, sus necesidades y condicionantes. 69 Desde esta perspectiva, cabría entender la memoria como la resultante de múltiples prácticas discursivas de actualización del pasado. Tal consideración permitiría contraponer la apreciación de una «Memoria [que] perpetúa el pasado en el presente, [mientras que] la Historia fijaría el pasado en un orden temporal cerrado, cumplido, organizado según criterios racionales, en las antípodas de la experiencia subjetiva de lo vivido». 70

Dichos puntos de vista conllevan problemas. Tanto la entendida como crisis de la historia –la discusión del estatus de autoridad de la explicación historiográfica desde la consideración de quiebra de los metarrelatos omnicomprensivos– como el peso alcanzado por las narraciones históricas en el contexto de la cultura popular parecen rebatir la imagen de una historia objetiva, capaz de escapar del presentismo y carente de intencionalidades de legitimación o denigración. 71 Por otro lado, el término memoria se presenta como un vocablo ambiguo por su ambivalencia, inconcreción semántica y aparente autoridad, en ocasiones basada en una sobrevaloración de la voz del testigo directo. Como mencionó con ironía el escritor Javier Cercas «no falla. Cada vez que, en una discusión sobre la historia reciente, se produce una discrepancia entre la versión del historiador y la versión del testigo, algún testigo esgrime el argumento imbatible: ¿Y usted qué sabe de aquello, si no estaba allí?». 72

A pesar de estas dificultades, evidentemente es posible historiar la memoria, igual que se producen constantes procesos de memorialización de la historia. Contamos con abundantes estudios centrados en el análisis histórico sobre las modalidades de pervivencia de la memoria. Un trabajo esencial desde este enfoque fue el dedicado por Henri Rousso a lo que llamó el síndrome de Vichy: la presencia y, sobre todo, la ausencia intencional del recuerdo sobre la colaboración voluntaria francesa durante la Ocupación, así como respecto al carácter nacional francés del proyecto del Estado de Vichy. 73 Este estudio se interesaba, además, por otra cuestión crucial al abordar cómo esa asimilación y discusión social sobre el periodo 1940-44 sirvió de elemento de solidificación para la identidad nacional francesa tras la Segunda Guerra Mundial. Para cualificarlo Rousso estableció una periodización de largo recorrido pautada por varias fases: la «liberación, depuración y reconstrucción» propias de la inmediata posguerra, la cristalización del mito aglutinante de la Resistencia gracias a la solidificación de la memoria gaullista, su fractura coincidiendo con la eclosión de la cuestión de Vichy en el espacio público desde los primeros años setenta, y, por fin, un momento dominado por la obsesión acerca de la memoria vivida en la década de los ochenta.

Tampoco ha existido un consenso unívoco en la historiografía o la sociología sobre el uso de otras categorizaciones que, con frecuencia, han resultado intercambiables. 74 Así ha ocurrido con las expresiones memoria social, memoria cultural o memoria colectiva, si bien esta última suele explicarse de acuerdo con los parámetros seminales formulados por su principal inspirador, el sociólogo francés Maurice Halbwachs desde los años veinte. 75 Halbawchs consideraba que ciertos condicionantes –la adscripción a un grupo, estamento profesional o clase social– permitían establecer unos encuadres para que se fijasen ciertas modalidades de recuerdo compartido entre los individuos integrados en tales agregados. Consideró, además, que la memoria colectiva actuaba no solo como opinión sobre determinados elementos de pasado, sino que se construía hasta devenir en factor capaz de incidir en la percepción sobre lo social o la articulación de la identidad.

Algunos análisis dedicados al estudio de la memoria comunista son directos deudores del influjo de las reflexiones de Maurice Halbwachs. Es el caso del dedicado por Marie-Claire Lavabre a la memoria comunista francesa. 76 La categoría de memoria colectiva es entendida por Lavabre como sinónimo de memoria de grupo, o como conciencia colectiva, si bien contendría percepciones diferenciadas, sintetizando diversos aspectos: las experiencias individuales, entre las que figurarían los procesos de aprendizaje o los grados y formas de politización personal; las prácticas militantes de bases, cuadros y dirigentes, o la presencia e interacción de otros planos como la memoria nacional.

El eje mnemónico comunista estaría definido, en todo caso, por la centralidad de lo que Lavabre denominó como la memoria de partido. Con el concurso de estos mimbres se habrían entrelazado los marcos privativos que impulsaron y gestionaron la memoria comunista francesa. Dichos enmarques se caracterizarían por la presencia de determinados criterios culturales. En particular por la asimilación –muchas veces de forma vulgarizada– del marxismo-leninismo como ciencia y filosofía de la historia y, de ahí, por la interiorización de un determinado sentido de la historia en los discursos o las representaciones comunistas. Pero también por la presencia de condicionantes derivados del modelo orgánico. El cariz revolucionario otorgado al partido, su objetivo de erigirse en contrapoder político-cultural, la extensión de hábitos y comportamientos (como el secretismo o la autocrítica), o la persistencia de unas lógicas de vertebración fundadas en el principio del centralismo democrático, articularían las notas dominantes de tales componentes organizativos.

Un último espacio, o marco, para la memoria habría derivado según Lavabre de los marcos de la socialización. En ese epígrafe se incluirían aspectos como las estrategias pedagógicas, las fórmulas y mecánicas de adhesión, las actividades de proselitismo o los procesos de identificación y apropiación de valores del partido, en particular de carácter moral y actitudinal. 77 Complementariamente, la memoria colectiva comunista debería percibirse como una sustancia potencialmente estratificada. En el ejemplo histórico del PCF existió una visible jerarquización vertical coincidente con una tendencia a la homogeneidad horizontal y sincrónica de visiones o representaciones, muchas de ellas emanadas de arriba, desde el relato oficial sancionado (o directamente generado) por la instancia dirigente. Tal modalidad discursiva constituiría un fenómeno no exclusivamente francés, sino extensible e intercambiable ante otras organizaciones comunistas. Su preeminencia estribaría en su capacidad de presencia e influencia en el marco orgánico dado su rango de explicación discursiva institucional. También por su frecuente traducción en forma de definiciones estereotipadas, o bien por su naturaleza como retóricas basadas en apelar a lugares comunes de evocación desde clichés reiterativos.

5. MEMORIA COMUNISTA

Las expresiones «uso público de la historia» y «políticas de memoria» constituyen otras categorías de empleo corriente que a veces han funcionado como sinónimos intercambiables. No obstante, es posible considerar algunas especificidades. Ambas expresiones subsumen aspectos comunes, al aludir a cómo enmarcar y tematizar el pasado con la intención de su difusión generalista incorporando claves de legitimación, pedagogía social o justificación moral. Pero también pueden ser observadas como dimensiones diferenciables.

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