La crisis del Gobierno cerró una experiencia política indeseada en sus orígenes. El 8 de septiembre de 1936 Dimitrov había expresado en una nota al comisario de Defensa Kliment Voroshílov que, «pese a nuestros esfuerzos, hemos sido incapaces de evitar un gobierno de [Largo] Caballero» y que no pudo evitarse la participación comunista en el gabinete. 40 Esta constatación evidenciaba los notables reparos a desembocar en un gobierno excesivamente radicalizado u obrerista que fuese más allá de una estricta política de defensa de la República. Esa situación podía perjudicar tanto a los intereses diplomáticos españoles como a las expectativas soviéticas ante las potencias occidentales. De hecho, entre las recomendaciones de Dimitrov al PCE en aquellos días figuró la preferencia por un gabinete Giral como gobierno de defensa nacional, quizá ampliado con la presencia de Prieto y Largo Caballero y de dos comunistas. En todo caso, debía «ser un gobierno comprometido con la defensa de la República democrática que lo subordinará todo a la misión básica de sofocar la revuelta». 41
Otro tema donde se suscitaron divergencias fue el relativo a la fusión del PCE y el PSOE en el llamado partido único del proletariado. Dicho objetivo había quedado definido desde la perspectiva comunista a mediados de 1935. En su intervención ante el Pleno del VII Congreso de la IC Jesús Hernández defendió la tesis del partido único como resultante de un entendimiento en pos de «derrocar la dominación burguesa e instaurar el Poder de los obreros y los campesinos en España». 42 No obstante, como ha resaltado Josep Puigsech, el interés del PCE por la fusión prácticamente desapareció tras el 18 de julio. Esa actitud chocaba con la aparente idoneidad del momento –coronar la lógica de la confluencia antifascista con la confluencia orgánica–, evidenciando los reparos comunistas a que reprodujesen a escala nacional los problemas suscitados en Cataluña a raíz de la unificación en torno al PSUC a causa de la relativa dispersión ideológica existente en la nueva organización. 43 En todo caso, el tema siguió abierto. Incluso el POUM intentó aproximarse a la Comisión Ejecutiva del PSOE en enero de 1937 con vistas a participar en el proceso, manifestando su extrañeza porque los contactos se limitasen solo a los socialistas y al PCE. 44
En la reunión, antes mencionada, del 14 de marzo en el Kremlin volvió a impulsarse la cuestión de la unidad orgánica, pero desde un punto de vista flexible alejado del maximalismo expuesto por Hernández dos años antes. Esta vez se estimó que «si los socialistas insisten, el nuevo partido no se adherirá a la IC», pero añadiéndose a continuación que «tampoco lo hará a la Segunda Internacional». Poco después, ante Alberti y León, Stalin ratificó la idea de la fusión apelando a la idea de que «el partido comunista y el partido socialista deben unirse porque comparten los mismos objetivos básicos: la república democrática». 45
En cambio, en junio, Pasionaria defendió con rigidez las condiciones de la fusión en relación con una lectura basada en el principio de preeminencia comunista. La unión era necesaria, afirmó Ibárruri, a pesar de que «nuestro Partido es fuerte» y juega un «papel decisivo para asegurar un triunfo rápido de la guerra y la revolución». Las bases para tal acuerdo no podían ser otras que las de un marxismo «enriquecido con la aportación doctrinaria de Lenin y Stalin», la aplicación del centralismo democrático y del «método leninista-estalinista de la autocrítica», la disciplina férrea, la unidad ideológica y la defensa de la Unión Soviética como «cuestión de honor proletario». 46 En cambio, durante su estancia en Moscú en septiembre de 1937 Codovilla y Checa recibieron de nuevo indicaciones contemporizadoras que parecían matizar la visión de Pasionaria. Ante la cuestión de la integración en la Segunda o la Tercera Internacional se afirmó que la mejor opción era que el nuevo partido mantuviese relaciones con ambas. 47
Cómo gestionar el creciente protagonismo adquirido por el PCE en el campo republicano fue otro elemento que suscitó posiciones encontradas, en este caso entre los delegados de la IC y la dirigencia española. «La autoridad y el crecimiento de la influencia del partido son enormes», se afirmó en el informe de Stepanov a Dimitrov y Voroshílov remitido desde Valencia el 30 de julio de 1937, considerándose que aumentaba «la convicción de que la guerra y la revolución popular no pueden concluir con éxito si el PCE no toma en sus manos el poder. Quién sabe, tal vez esa idea sea efectivamente correcta». 48 Al hilo de la crisis del gobierno de Largo Caballero, Stepanov calculó a finales del mes de marzo que una hipotética victoria militar conllevaría al dominio definitivo del PCE en la zona leal. Ese horizonte concitaba una suma de temores y permitía aproximaciones de tinte anticomunista entre caballeristas, anarcosindicalistas, la «burguesía reaccionaria francesa» y Gran Bretaña, apuntando así una tesis sin consecuencias en el corto plazo, pero que fue recuperada y oficializada circunstancialmente en el otoño de 1939, en el contexto de las lecturas sobre el final de la Guerra Civil y el inicio de la guerra en Europa ( cf . epígrafe 6.1)
Una España republicana, alzada sobre las ruinas del fascismo y dirigida por comunistas, una España libre, de un nuevo tipo republicano, organizada y con la ayuda de gente competente, sería una gran potencia económica y militar, que desarrollaría una política de solidaridad y estrechas conexiones con la Unión Soviética. Eso es lo que Inglaterra no quiere. 49
Togliatti justificó las variables que explicaban el crecimiento vivido en el PCE entre el otoño de 1936 y la primavera de 1937. Subrayó la eficacia propagandística y el eco logrado entre la pequeña burguesía urbana, el campesinado o en las unidades militares. Defendió la necesidad de ganar posiciones en el ejército, la administración y el entramado burocrático y de seguridad. Sin embargo, ante la posibilidad de que la hegemonía comunista se tradujese en una toma del poder o en el monopolio del control político, fue extraordinariamente crítico. Llegar a ese punto constituía un soberano error de cálculo basado en una falaz sobrevaloración de las propias fuerzas que conllevaría dinamitar el Frente Popular. La caída de Largo Caballero había provocado en «algunos camaradas» un erróneo espejismo, con apreciaciones equivocadas acerca de «que el partido puede ya plantear la cuestión de su hegemonía en el Gobierno y en el país». En ese sentido, apostillaba en su informe del 30 de agosto de 1937 que
Cuando ha empezado a formarse el bloque anticomunista, aun partiendo de la acertada observación de que la lucha contra los comunistas es consecuencia de su crecimiento, [algunos] se han deslizado hacía la teoría que considera inevitable y fatal que todos los partidos no comunistas tengan que alinearse, uno tras otro, en contra nuestra. Basta hablar con nuestros camaradas y escuchar sus discusiones para darse cuenta de que aún hoy les falta suficiente claridad sobre la cuestión. 50
En abril de 1938, Togliatti retomó el asunto incluyendo en sus críticas al grueso del partido y a los principales dirigentes españoles. El italiano apreciaba mucho sectarismo en las organizaciones locales, particularmente en Madrid. También fiscalizó la posición de Dolores Ibárruri en contradicción con la apreciación vertida por Pasionaria en La vieja memoria . Según Togliatti uno de los discursos pronunciados por Ibárruri en Barcelona «tuvo que ser corregido profundamente porque, en el fondo, estaba dirigido contra el Frente Popular (consideración de la pequeña burguesía en bloque como una masa de cobardes, desprecio de la Constitución)».
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