La similitud de este dibujo con otros del pintor para la entrada de Mariana; los elementos ornamentales que conforman la exuberante y rica decoración; las proporciones de la estructura, así como el letrero escrito a lápiz en la parte superior del dibujo: «Escenografía de Ricci pª la sala de Comedias de Felipe IV», sugiere que estuviera destinado al teatro del salón de comedias y saraos del Palacio Real y, aunque el decorado del escenario no se puede relacionar con la representación del Nuevo Olimpo , el dibujo sí podría corresponder al nuevo teatro portátil con unos decorados imaginarios o para otra representación posterior. Recordemos que en esta fecha el escenógrafo Cosimo Lotti había fallecido, y Rizi, según su propio testimonio escrito en diferentes memoriales dirigidos a la reina Mariana 35 cuando ya ejercía de gobernadora, y recogido más tarde por Antonio Palomino en su biografía, 36 estuvo a cargo durante varios años de la dirección de las fiestas teatrales celebradas en el palacio real y en el Buen Retiro, probablemente entre la muerte de Lotti en 1643 y la llegada de Baccio del Bianco en 1651, para las que pinto diferentes decorados.
El dramaturgo Juan Francisco Dávila termina la descripción de la fiesta con 24 octavas de alabanza al monarca, a Mariana, así como a la interpretación de cada una de las damas y de la infanta, a la que dedica esta octava:
Astros catorce (simbolo dichoso
De los años del Angel que veneran)
Errantes van con brio siempre airoso,
Que en el entre mudanças perseueran:
Deste coro de luzes tan hermoso
El Sol, y Luna dignas guias eran,
Que entre todas la Infanta, en gracias bellas,
Lucio al fin como Sol con las Estrellas. 37
No terminaron aquí las fiestas, ya que para el día de san Silvestre, último día del año, la Villa había organizado una máscara «de a caballo» que, a petición del Presidente del Consejo, Diego de Riaño y Gamboa, «por las zircunstancias del caso y de la que tienen tales gouernadores y padrinos de la máscara, como los señores don Luis de Aro y el embajador del señor emperador», 38 tuvieron que aumentar el número de participantes a 50 parejas, para lo que nombraron a 19 caballeros que saldrían a correr con el corregidor, conde de Torralba, con cuatro lacayos cada uno.
Según el relato de Juan Francisco Dávila, 39 los cien caballeros se reunieron a las seis de la tarde en la Plaza del Salvador o de la Villa, vestidos todos iguales de grana y plata, calzón, ropilla y ferreruelo de saya entrampada [« sic »], ribeteado de pasamanería plateada, forro y mangas de velo de peso; jaeces de los caballos encarnados y plata con plumas blancas, y capotes forrados de tela de plata hecha a mano. Los lacayos lucían las libreas de máscara proporcionadas por el concejo, y portaban hachas de cera encendidas en la mano. Cuando todos estuvieron reunidos, llegaron los padrinos de la máscara, don Luis Méndez de Haro y el embajador de Alemania, invitado por el valido como compañero, a caballo y acompañados por doce lacayos cada uno con libreas de diferentes colores, entre las que los lacayos del valido lucían también los colores del rey, rojo y amarillo, por ser también su caballerizo mayor, todos con hachas. Los padrinos vestían de forma diferente al resto de los participantes: calzones de terciopelo liso negro, guarnecidos de plata y negro; jubones de «velo de pesso», con el mismo adorno; mangas folladas 40 de terciopelo negro forradas de velo de plata; hungarinas 41 de terciopelo negro forradas de armiño; botas blancas; espadas y espuelas de plata; bandas rojas bordadas de plata; sombreros negros con plumas blancas; guantes de velo de peso forrados de armiño y con bastones en la mano, distintivo de los padrinos de la máscara.
Precedidos por los atabaleros y trompetas de la Villa y seguidos por los demás caballeros, los padrinos se dirigieron a la Plaza del Palacio, donde por la primera hilera de vallas llegaron hasta debajo de las ventanas del monarca, regresando por la segunda al mismo lugar, donde se quedaron los padrinos y empezaron a correr las parejas, primero, el corregidor y un regidor, luego, las parejas de los demás regidores, y por último, las parejas de los caballeros. Después de tres carreras, ofrecidas al monarca, a la infanta y a las damas, continuaron hacia el convento de la Encarnación, desde allí, a la plaza de las Descalzas Reales, luego a la Plaza Mayor y, finalmente, a la Puerta de Guadalajara, haciendo gala en todas las paradas de su destreza a caballo, correspondida por los aplausos de los numerosos espectadores. Desde la puerta regresaron al palacio por Santa María, donde se despidieron hacia las once de la noche.
A la máscara le siguió una fiesta de toros, celebrada el 11 de enero del año siguiente, en la que torearon muchos señores y caballeros, de la que Dávila nos ha dejado también su crónica. 42 Como en otras relaciones de fiestas, para su autor «fue de las mejores que se han hecho en esta Corte». Los balcones de la plaza Mayor se engalanaron, como era habitual, con ricas telas y profusión de flores. Después de que las guardias –española, alemana y de « corps »- entraran en la plaza y ocuparan sus puestos debajo del balcón principal de la Casa Real –vulgarmente conocida como Casa de la Panadería–; y el nuncio, los embajadores de Capilla, los Consejos, damas y caballeros, los balcones que les correspondía, Felipe IV y la infanta María Teresa salieron al balcón real, dando comienzo la fiesta con la entrada del almirante de Aragón, precedido de 24 lacayos con librea azul y plata, seguido de Francisco Montesdeoca, con otros 24, con libreas de paño acanalado y cabos azules. Después de despejar la plaza, por la puerta de Santa Cruz entró Diego Gómez Sandoval, comendador mayor de la Orden de Calatrava, con dos lacayos vestidos de pieles blancas y pardas y penachos blancos, que conducían los dos toros que se habían de lidiar, y Juan de Miranda, con un lacayo de azul y plata. A continuación fueron entrando los demás participantes por la puerta de Toledo: el almirante de Castilla y el duque de Uceda, cada uno con cien lacayos vestidos de cautivos, los del Almirante, de noguerado y plata, y los de Uceda, de verde y plata, quienes, después de dar una vuelta a la plaza con el aplauso de los asistentes y llegar al balcón real para reverenciar al monarca, simularon libertar a la mayoría de los esclavos voluntarios, quedándose solamente con los necesarios para que les proporcionaran los rejones. Les siguieron Juan de Toledo, marqués de Villar, con dos lacayos vestidos de tela cabellada y plata; el conde de Pera, con 50 lacayos de librea verde y plata; y, cerrando el paseíllo, don Pedro de Alarcón, marqués de Palacios, con 24 lacayos de librea azul y plata. Según el relato de Dávila, los toros fueron bastante feroces, teniendo en cuenta que era invierno, pero los caballeros que los torearon estuvieron valientes, diestros y bizarros. Como concluye el autor, no cabe duda de que la variedad de colores de las libreas, de las plumas, de los jaeces de los caballos «transformaron el anfiteatro en un una amena selva, y vistoso jardín».
Antes de la llegada de Mariana, se celebró otra representación teatral en el Salón Dorado del Palacio, probablemente como continuación de los festejos organizados con motivo del nuevo matrimonio real. En esta ocasión se trataba del estreno de El jardín de Falerina , comedia compuesta por Calderón y representada en dos jornadas. 43
1. Dávila, 1648: ff. 1 r-1 v. Relación transcrita por Simón Díaz, 1982: 499-506.
2. Alenda: 1903: núm. 1060; BNM, R-5782. El autor recibió 200 ducados por la impresión de la obra (Agulló, 1974: 82). La obra la ofrecía la condesa de Medellín, camarera mayor de la nueva reina y de la infanta. Existe ed. de Dadson, Pamplona, 2000.Véase también Cháves, 2004: 139-147.
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