Aunque los autores de las Relaciones siempre afirman que las obras levantadas para los festejos eran maravillosas, el «no da más» de la invención, «lo nunca visto», y para una «ocasión única» nada era menos cierto. Todas las arquitecturas y los ornamentos de la fiesta eran una mera repetición de los modelos preestablecidos y universales arquetipos. Las diferencias eran mínimas. Esto lo sabe muy bien quien lea este libro de Teresa Zapata precisamente analiza las ligeras variantes en las que reside el encanto y la originalidad de cada artefacto. Es por ello que el estudioso de las fiestas y los regocijos públicos tenga que ser un gran conocedor, no solo de los modelos constructivos canónicos sino también del mundo de lo simbólico. Para interpretar las obras erigidas para las fiestas hay que saber mitología, astrología, ciencias ocultas, teatro, poesía, iconografía y emblemática. Gracias a la suma de los contrastes y a la complejidad semántica de los ornamentos festivos nada resultaba más real que el artificio. La ilusión de un mundo perfecto se convertía así en la verdad persuasiva y convincente para todos los que participaban en el regocijo colectivo.
De «inteligente, minuciosa y constante» investigadora de las fiestas cortesanas del Barroco español, el gran historiador de la pintura barroca española Alfonso Emilio Pérez Sánchez calificó a Teresa Zapata. No cabe duda su afirmación. La profesora Teresa Zapata, Premio de Investigación Científica «Antonio Maura», 1991, del Ayuntamiento de Madrid por su tesis doctoral Arquitecturas efímeras y festivas en la corte de Carlos II: Las Entradas Reales , es autora de importantes libros y trabajos monográficos sobre el tema de las Fiestas teatrales, los Jeroglíficos alegóricos, los Aparatos y Ornamentos decorativos y demás dispositivos de orden visual que constituían los fastos más relevantes de la monarquía española bajo los últimos Austrias. A esta enorme y constante aportación científica para la reconstrucción del pasado se añade hoy su nuevo libro sobre los festejos, en1649, para la Entrada de una reina tan importante en la historia de España como fue Mariana de Austria. Teresa Zapata conocedora del rico y variado mundo barroco, historiadora de los entresijos políticos e ideológicos del barroco, con su capacidad de erudita proporciona al lector e interesado por las Artes visuales de sentido simbólico un material de primera mano para reconstruir uno de los momentos más brillantes de una época definida por algunos historiadores de crisis moral y estética. Su nuevo libro es una aportación de primer orden para el conocimiento del arte efímero en la corte española del siglo XVII.
Madrid, 6 de octubre de 2016
Antonio Bonet Correa
I
PRELIMINARES
Fig. 1. Diego Velázquez, Retrato de Felipe IV . Nueva York, The Frick Collection.
1
SEGUNDAS NUPCIAS DE FELIPE IV
CON MARIANA DE AUSTRIA
Tras el fallecimiento de Isabel de Borbón el 6 de octubre de 1644, Felipe IV [fig. 1] tomó la decisión de no volver a contraer matrimonio. La existencia de un heredero, el príncipe Baltasar Carlos, que pronto cumpliría los quince años y que ya estaba prometido en matrimonio con la archiduquesa Mariana, hija del emperador Fernando III y de María de Austria, hermana de Felipe IV, le eximía de esa obligación. Sin embargo, la inesperada enfermedad y muerte de Baltasar Carlos, el 9 de octubre de 1646 en Zaragoza, suscitó un grave problema sucesorio.
Parece ser que fue el embajador imperial en la corte española, Francesco Antonio del Carretto, marqués de Grana, consciente de la importancia de la unión entre las casas de España y Austria, quien sugirió al monarca español que sustituyera a su hijo en el matrimonio concertado con la joven archiduquesa, dando cuenta por escrito a Fernando III de su propuesta, que fue aprobada por el emperador. 1
A su regreso a la corte, el rey consultó dicha posibilidad con el duque de Medina de las Torres, uno de sus consejeros principales, el cual se mostró de acuerdo. Consultados también, por deseo expreso del monarca, el Consejo de Estado, los consejeros ausentes, así como el almirante y el marqués de Velada, el 27 de noviembre se acordó que Mariana de Austria, pese a los problemas de consanguinidad y la diferencia de edad, era la única candidata. 2 El mismo día, el monarca solicitó por escrito su mano al emperador y ordenó al duque de Terranova que se la pidiese en su nombre.
El 4 de enero de 1647, Felipe IV emitió un decreto en el que explicaba los motivos por los que había aceptado volver a contraer matrimonio, del que transcribo el siguiente párrafo:
[…] Desde que murio el Principe […] resolvi entrar en segundo matrimonio, haviendome costado arto el venzer mi propia inclinacion, pues aseguro al Consejo, que era bien contrario a este estado; pero pareciendome que debia yo sacrificarme por el maior bien de mis vasallos y de estos Reynos, y que debiendoles tan gran amor, y lealtad, solo podia pagarsela haciendo por ellos lo mas que estaba en mi mano, que es venzerme a mi mismo por su alivio, y consuelo, tome esta resolucion, y ordene al Consejo de Estado que discurriese y me consultase sobre los sugetos que juzgaban serian apropósito para mi esposa. 3
Una vez que el emperador de Austria otorgó su consentimiento al matrimonio de su hija con el rey español, se firmaron los contratos matrimoniales, en Madrid, el 16 de enero de 1647, y en Viena, el 13 de junio del mismo año, según las instrucciones y el poder que el monarca había remitido a su embajador en Viena, Diego de Aragón, duque de Terranova, así como para las capitulaciones y la boda por poderes.
Fig. 2. Frans Luycks, Retrato de Fernando IV. Madrid, Museo Nacional del Prado.
Las capitulaciones se firmaron el 2 de abril de 1647. La boda, debido a la edad de la futura reina –13 años– no se celebró hasta el 8 de noviembre de 1648, por la tarde, en el salón grande del Palacio Imperial de Viena, lujosamente adornado, ante la presencia de los emperadores, embajadores, caballeros del Toisón de Oro y otros muchos caballeros y damas. Después de que el coro y los músicos del emperador abrieran el acto, el conde de Lumiares entregó a Fernando, rey de Hungría y Bohemia [fig. 2], 4 hermano de la futura reina, elegido para representar a Felipe IV, el poder del monarca español, quien se lo pasó al conde de Ausperg, y éste al secretario de Cámara para que lo leyera en voz alta. Una vez leído, el cardenal Harrach, arzobispo de Praga, ordenó a un clérigo que hiciera lo mismo con la Dispensa del Papa. A continuación, el rey de Hungría y el cardenal acompañaron a Mariana –que iba vestida a la española– al altar donde el cardenal celebró el matrimonio y dio la bendición de los esposos, presente y ausente. 5 La ciudad de Viena celebró el acontecimiento con salvas y fuegos artificiales. Más tarde, el conde de Lumiares ofreció en su casa un costoso banquete, mientras dos fuentes de vino manaban de dos ventanas para regocijo del pueblo. Dos días después, el embajador de Venecia ofreció otro banquete, amenizado por los pajes del rey de Hungría que, vestidos de máscara, interpretaron diferentes danzas. 6
Francisco de Moura, hijo de don Manuel de Moura, marqués de Castel-Rodrigo, mayordomo mayor del rey, además del poder había tenido el honor de llevar y entregar a Mariana la joya , una miniatura con la efigie del monarca montada sobre oro y brillantes, que, según la tradición de la monarquía austriaca continuada por los Borbones, el rey enviaba a su futura esposa como regalo de bodas. El valor afectivo y representativo de este retrato explica que fuera un honor ser elegido por el monarca para entregarlo. 7 Por el mismo motivo, era el pintor de Cámara quien debía realizarlo, por lo que hay que suponer que su autor fuera Diego Velázquez. 8 El pintor, que viajaría a Italia en su segundo viaje con los miembros de la casa de la reina, quienes debían recibirla en Trento, no partió de Madrid hasta el mes de noviembre de 1648, por lo que tuvo tiempo de pintar el pequeño retrato de tan alto significado simbólico.
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